Venus y Adonis



1. Mirar

2. Escuchar

De Venus ya sabemos que era la diosa del amor. La historia de Adonis es algo más complicada: era hijo de su madre, Mirra, y de su abuelo, Ciniras. Sí, la joven Mirra se enamoró perdidamente de su padre. Era una pasión tan inexplicable, que la tenía sumida en la más absoluta desesperación. Enormemente angustiada, decidió poner fin a su vida. Estaba a punto de hacerlo cuando fue sorprendida por su nodriza. Una vez que Mirra le confesó la causa de tan terrible decisión, la nodriza decidió favorecer la ocasión de que Mirra durmiera con su padre, sin que este supiera quién era la acompañante de sus juegos nocturnos. Fruto de esos amores nació Adonis, y dicen que era tanta su belleza que hubiera podido pasar por Cupido si los dioses le hubieran concedido las flechas y el carcaj.

Fue el propio Cupido quien accidentalmente hirió a su madre, Venus, con una de sus flechas, de modo que la diosa quedó absolutamente prendada de Adonis. Aunque en un primer momento intentó resistirse, acabó Venus por abandonar el Olimpo, la morada de los dioses, y acompañar a Adonis por valles y montañas. A Adonis le encantaba la caza. A Venus le hacía temblar, y no por temor a las fieras, sino por lo que estas pudieran hacerle a su amado. Intentó convencerlo de que abandonara el ejercicio de la caza. Y en ese afán, le contó un día la historia de Atalanta:

“Era Atalanta una joven hermosísma y dotada de un físico excepcional. Ligera como el viento, nadie, absolutamente nadie, podía correr más rápido que ella. Aunque muchos jóvenes la pretendían, un dios la había prevenido para que no se casara. `Si lo haces –le dijo- dejarás de ser tú misma, aunque no por ello dejarás de vivir´. Asustada por estas palabras, Atalanta trataba de disuadir a cuantos a ella se acercaban advirtiéndoles de que, para casarse con ella, habrían de ser capaces primero de ganarle en una carrera. Caso de perder, perderían también la vida. Muchos jóvenes murieron en el empeño.

A una de esas carreras acudió, como mero espectador, Hipómenes, que no podía creer que algunos jóvenes aceptaran jugarse la vida tan sólo por una mujer. Hubo de arrepentirse de sus palabras cuando vio llegar a Atalanta. Estaba tan hermosa... Un cuerpo bellísimo, la melena el viento, la mirada brillante... También Atalanta se quedó prendada de Hipómenes. Nunca se había sentido tan atraída por un muchacho. Cuando Hipómenes le confesó que también él quería competir con ella para poder algún día desposarla, Atalanta quedó sumida en hondas reflexiones. No tenía más remedio que aceptar la carrera con Hipómenes, y no tenía más remedio que ganarla, pues los hados la habían prevenido contra el matrimonio. Pero era tal el deseo que sentía por Hipómenes que, si las cosas hubieran podido ser de otra manera, tenía claro que era con él con quien hubiera querido compartir lecho.

Hipómenes no quería perder la vida ni perder tampoco a Atalanta. Por ello –continuó Venus- se encomendó a mí. Me conmovió tanto su amor que decidí atender sus súplicas. En la isla de Chipre hay un campo en cuyo centro se levanta un árbol cuyas hojas y frutos son de oro. Cogí tres de aquellas manzanas y se las di a Hipómenes el día de la carrera. Apenas las trompetas dieron la señal de salida, partieron veloces los dos contendientes: corrían los dos tan ligeros que parecía que sus pies no llegaban a tocar el suelo. Iban igualados; Atalanta quizá no aceleraba para poder contemplar a gusto el rostro de Hipómenes. Pero éste empezaba a desfallecer y aún quedaba mucho trecho hasta la meta. Avisado por mí, lanzó al suelo uno de los frutos dorados. Atalanta, atraída por el brillo de la manzana, se detuvo a recogerla, momento que Hipómenes aprovechó para adelantar a su contrincante. Pero no le costó mucho a Atalanta cobrar de nuevo ventaja. Hipómenes lanzó una segunda manzana, y de nuevo se puso por delante. Cuando ya avistaban la meta y el triunfo de la joven parecía inevitable, Hipómenes lanzó, algo más lejos, la tercera manzana. Dudó Atalanta, pero de nuevo se detuvo, y como el peso de la manzana se sumó al de las otras dos, perdió un tiempo preciosísimo que le bastó a Hipómenes para proclamarse vencedor. Se casaron, así, los dos...

Pero – continuó Venus diciéndole a Adonis-, ¿no te parece que Hipómenes hubiera debido acudir de nuevo a mí a darme las gracias por mi ayuda? Pues no lo hizo, y eso se me hizo intolerable. Así que un día, cuando la joven pareja paseaba por el monte cerca de una gruta consagrada a Cibeles, provoqué en Hipómenes un irreprimible deseo de unirse a Atalanta. Se refugiaron ambos en el templo de Cibeles quien, más que airada por la terrible profanación de su recinto, quiso castigarlos con severidad: arrojarlos a la Laguna Estigia, la laguna de los muertos, le parecía una pena demasiado suave. Así que, súbitamente, Atalanta e Hipómenes vieron cómo de sus cuellos nacía una abundante cabellera rubia; cómo sus pies se convertían en garras y ya no caminaban con ellos sino con cuatro patas; ya no emitían palabras, sino rugidos. Se habían, sí, convertido en leones, uncidos además al carro de Cibeles.

Por eso, amado mío –terminó Venus- no te enfrentes a aquellas fieras que en una situación de peligro, lejos de darte la espalda, se te enfrentarán con terrible furia. Piensa que de ese combate podemos salir lastimados tanto tú como yo.”

Apenas había salido Venus en su carro tirado por cisnes en dirección a Chipre, cuando Adonis, incapaz de reprimir su pasión por la caza, ya estaba siguiendo los pasos a un jabalí. Este, momentáneamente refugiado en su madriguera, salió de repente. Adonis le disparó una flecha que se clavó en su cuerpo, pero el jabalí, revolviéndose, se desprendió con el hocico de la flecha, anegada ya en sangre, y embistió con fuerza a Adonis clavándole los dientes en la ingle. Adonis se desplomó, ya moribundo, sobre la arena.

Enterada Venus de la noticia dio media vuelta a su carro con toda celeridad, pero no llegó a ver el cuerpo con vida de Adonis. Rota en llanto, no pudo hacer otra cosa que asegurar que año tras año se guardaría memoria de la muerte de Adonis a través de la flor en que quedó convertida su sangre, la flor de la anémona.

3. Conversar

  • ¿Qué queremos decir cuando decimos de alguien que es "un adonis"?
  • Ahora ya sabes la historia que hay detrás de una de las fuentes más famosas de Madrid, la Cibeles. A ver si consigues reconstruir la historia que esconde la fuente que está en la plaza vecina, la de Neptuno.

Para saber más

  • La historia de Atalanta e Hipómenes cuenta también con un hermoso cuadro en el Prado. Localízalo, averigua quién lo pintó, y qué momento del mito refleja. Y si te apetece conocer más cosas acerca de Atalanta, en el propio Museo del Prado hay otros cuadros que narran un episodio anterior de su biografía. Todo ello lo encontrarás deliciosamente narrado en un libro de Gianni Rodari titulado, precisamente, Atalanta.