El rapto de Perséfone



1. Mirar

2. Escuchar

Todo sucedió en Sicilia. Hades, dios de los Infiernos, había salido de su tenebroso reino para visitar los alrededores del Etna. Le preocupaba encontrarlo en calma porque cada vez que el volcán se ponía en erupción sus sacudidas se dejaban notar en las tierras subterráneas, donde Hades tenía su morada.

Afrodita lo vio retirarse a un monte no muy lejano y tuvo una idea. La idea consistía, ni más ni menos, en convencer a su hijo Eros, el dios del amor, de que hiriese con una de sus flechas al mismísimo Hades. Apeló a su vanidad diciéndole que puesto que ni siquiera Zeus escapaba a las zozobras del amor, ¿por qué no atreverse también con el dios de los infiernos? Eros accedió de inmediato y lanzó a Hades una de sus flechas.

No muy lejos del Etna había un hermoso lago siempre lleno de cisnes. Grandes árboles procuraban sombra y todo tipo de flores aseguraban una permanente primavera. Por allí solía estar la joven Perséfone, hija de la diosa de la fertilidad, Ceres, cogiendo ramos de flores y colocándoselos en el pecho y en los cabellos. Aquella tarde, apenas la vio Hades, quedó inmediatamente prendado de su belleza y decidió llevársela consigo al reino de las tinieblas.

En vano gritó Perséfone, en vano se deshizo en llanto. Hades espoleó sus caballos y ni siquiera el sabio consejo de la ninfa Cianes pudo detenerlo. Esta trataba de convencerlo de que es placentero el amor cuando son las palabras las que seducen, no cuando el temor y la violencia fuerzan una unión no deseada. Pero Hades, sordo a cuanto se opusiera a sus propósitos, condujo a Perséfone al inframundo en que él reinaba.

Entre tanto Ceres había descubierto la ausencia de su hija. Extrañada primero y angustiada más tarde, la buscó inútilmente día y noche por cada rincón de la isla. La buscó por toda la superficie de la Tierra, de Oriente a Occidente. Rota de dolor y desesperación dejó Ceres de fertilizar los campos y se ensañó con ellos; destrozó aperos de labranza, mató a bueyes y labradores, hizo que lluvias torrenciales o sequías persistentes malograran las cosechas. La isla que había sido antaño símbolo de la fertilidad se volvió yerma e inhóspita.

Fue la náyade Aretusa quien rogó a Ceres que pusiera fin a su castigo sobre la isla de Sicilia. Le contó, además, que llegaba en esos momentos del centro de la Tierra y que había pasado por la laguna Estigia, la que separa el reino de los vivos del de los muertos. Allí, aseguraba, había visto a Perséfone. Era la esposa de Hades, pero tenía el dolor pintado en el rostro.

Ceres enfermó de rabia. Subió inmediatamente al Olimpo a hablar con Zeus, padre de Perséfone, a reclamar de él un castigo para el raptor de la muchacha. Zeus estuvo al comienzo algo reticente: al fin y al cabo, decía, Hades era también un dios, y como tal no había de ser considerado un mal yerno... Ceres insistía en que quería el regreso inmediato de su hija. “Así se hará –consintió al fin Zeus-, si no ha llegado a comer del fruto de la granada.” Pero Perséfone había comido ya del fruto de la granada, instigada por Ascalafo, gran amigo de Hades y sabedor de que este hecho encadenaría a Perséfone por siempre a su esposo.

¿Qué hacer en esta situación? Zeus dictaminó lo que hoy llamaríamos una solución salomónica: Perséfone pasaría seis meses con su madre, Ceres, y seis con su esposo, Hades. A Ceres le satisfizo el acuerdo y se dispuso a devolver a la tierra toda su fecundidad.

Y ahí está, se dice, la explicación de por qué tenemos seis meses de primavera y verano llenos de flores y frutos y seis de otoño o invierno en que la Tierra pierde su alegría y su luz.


3. Conversar

¿Conoces mitos o leyendas de otras culturas que traten de dar explicación al paso de las estaciones, o los días y las noches? ¡Cuéntanoslos!

Perséfone y Hades tienen un papel importante en un mito que recogemos más adelante, el de Orfeo y Eurídice. Averigua quiénes eran, qué les pasó y cómo acabó su historia. Lo de los amores en el inframundo tiene su aquel...