Polifemo y Galatea



1. Mirar

Auguste Ottin, Fuente de los Médici, Jardines de Luxemburgo, París

2. Escuchar

Fue la propia Galatea la que contó su historia a su amiga Escila. Envidiaba a ésta porque Escila había sido amada por muchos hombres, a todos los había desdeñado y ninguno la había castigado. Ella en cambio, Galatea, hubo de sufrir las iras del gigante Polifemo por no corresponderle en su amor. Esto fue lo que pasó.

Galatea y Acis se amaban. Ambos eran muy jóvenes y gozaban despreocupados de su amor. Pero resultó que el gigante Polifemo se enamoró también de Galatea y no dejaba de perseguirla. Galatea estaba tan harta que no sabía ya qué pesaba más, si su amor por Acis o su odio por Polifemo. El caso es que Polifemo, temido por los hombres y despectivo con los dioses, comenzó a descuidar sus quehaceres habituales, cuidar de sus rebaños y destrozar cuantas naves pretendía llegar a las costas de Sicilia, y se dedicaba día y noche a peinar sus crespos cabellos y mirarse en el espejo de las aguas para tratar de dulcificar su expresión. Ni siquiera pareció importarle que alguien le vaticinara que algún día perdería su único ojo a manos de Ulises.

Estaban una tarde amándose Acis y Galatea al pie de un árbol, cuando escucharon el canto que Polifemo entonó encaramado en lo alto de una montaña y acompañado de una flauta de cien cañas:

“Ay, mi Galatea, más blanca que la nieve, más florida que los prados, más esbelta que la palmera, más transparente que el cristal, más juguetona que un cabritillo, más suave que una concha marina, más agradable que el sol de invierno y la sombra del verano, más noble que el fruto, más majestuosa que el alto plátano, más resplandeciente que el hielo, más dulce que la uva madura, más delicada que el plumaje de un cisne y que la leche cuajada; más bella, ay, si no huyeses, que un jardín regado. Pero también, Galatea, más cruel que las indómitas terneras, más dura que la encina, más traicionera que las olas, más tenaz que las ramas del sauce, más insensible que estas rocas, más impetuosa que el torrente, más violenta que la llama, más erizada que los abrojos, más arisca que una osa que acaba de ser madre, más sorda que los mares, más furiosa que la serpiente a la que se ha pisado; más pronta a huir –y esto es para mí lo más grave- que el ciervo perseguido por los ensordecedores ladridos o incluso que el viento impetuoso. Pero si me conocieras bien no sólo no huirías de mí sino que te apresurarías a retenerme.

Tengo mi hogar en una cueva en lo que no pasarás calor en verano ni frío en invierno. Mis árboles se inclinarán ante ti doblados por su fruto y por tu propia mano podrás coger las fresas, las uvas, las cerezas; enormes son mis rebaños y los ganados que me pertenecen. Nunca te faltará de nada.

No hace mucho me vi reflejado en un arroyo y me gustó mi figura. Tan grande soy como Zeus –ese al que tanto admiráis- y una frondosa melena sacude mi espalda. El vello cubre mi piel, sí, como el follaje cubre los troncos o las crines el cuello del caballo. Tengo un solo ojo, sí, pero también es uno el sol y todo lo domina. Soy hijo del dios de las aguas, el mismo que tú tendrías por suegro. Ten compasión, Galatea; escúchame. Te amo con locura. Porque podría soportar tu desdén si a todos rechazaras, pero es superior a mis fuerzas saber que a amas a Acis, que a él si te entregas. Ahora bien, más os vale que no os vea juntos pues, si así ocurriera, ya puede Acis darse por muerto. Le arrancaré las entrañas y esparciré sus miembros por doquier. Me abraso, Galatea, de celos. Es como si el Etna estallara en mi pecho y tú, amada mía, no te conmueves”.

Terminó su canto Polifemo y se puso a vagar por los alrededores. En esto descubrió a Galatea, cuya cabeza descansaba sobre el pecho de Acis. Aquel había sido, bramaba el gigante, el último encuentro de los amantes. Lanzó el cíclope el más ensordecedor de los gritos mientras los jóvenes se aprestaban a huir. Se tiró Galatea a las aguas; monte arriba empezó a correr el muchacho. Polifemo, enardecido, arrancó un enorme peñasco de la montaña y lo lanzó contra Acis, que quedó inmediatamente sepultado bajo su peso.

Acis se desangraba y nada podría devolverlo ya a la vida. El llanto y las súplicas de Galatea solo lograron que Acis tomara la misma forma que su abuelo y quedara convertido, para siempre, en un río.



3. Conversar

  • Para rastrear la historia de Polifemo y Galatea en el arte puedes visitar esta página: http://www.scribd.com/doc/8778700/Trabajo.
  • Quizá te guste este cuadro, de Carracci: Polifemo y Acis, de Carracci. Palazzo Farnese. Roma
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