Apolo y Dafne

1. Mirar

2. Escuchar

Apolo, dios del Sol, era bastante engreído. Cuando acababa de vencer a la serpiente Pitón vio a Eros, el dios del amor, con el carcaj y las flechas, y no tuvo mejor ocurrencia que burlarse de él. Vino a decirle que las flechas le venían grandes, que dejara esas armas para gente como el propio Apolo, capaz de abatir con ellas todo tipo de fieras, y que si Eros quería jugar a encender el amor en los corazones haría bien en procurarse una antorcha.

Eros, muy molesto, le replicó en estos términos: “Tus flechas podrán atravesar a todo tipo de animales, pero las mías te atravesarán a ti. Y veremos entonces quién es el más fuerte.” Apenas había acabado de pronunciar esas palabras, cuando sacó dos flechas de su carcaj y las lanzó. Con una, la del amor, hirió a Apolo. Con otra, la del desamor, hirió a Dafne, hija del río Peneo.

Apolo quedó inmediatamente inflamado de deseo. Dafne, por el contrario, nada quería saber del amor. Por más que su padre le reclamaba un yerno y unos nietos, Dafne le declaró su determinación de mantenerse virgen toda su vida. Peneo aceptó resignado, aunque advirtió a Dafne de que su belleza sería un fuerte obstáculo para su propósito.

Y efectivamente, así fue. Apenas vio Apolo a Dánae quedó violentamente enamorado de ella. Había sido tal la herida de Cupido que Apolo se consumía de deseo. Veía el cabello de Dafne y necesitaba tocárselo; veía su boca y quería besarla; veía sus ojos y le quemaba su mirada; la desnudez de brazos, manos y brazos le abrasaba de amor. Quiso, por tanto, aproximarse a ella, pero Dafne se alejó asustada. Primero, tímidamente; más tarde, de manera ostensible. Se acercaba Apolo y huía Dafne; apretaba el paso Apolo y Dafne corría con todas las fuerzas de que era capaz. Era tal su precipitación que Apolo temió que Dafne se lastimara en su carrera. Como no quería tal cosa llegó a pedirle que ambos refrenaran el paso: le prometió que si ella lo hacía, también él reduciría la velocidad al perseguirla.

Apolo sólo veía una explicación al rechazo de Dafne: que ella no supiera quién era él. Por eso, mientras la seguía, le explicó que era hijo de Zeus, que él era quien revelaba el pasado, el presente y el porvenir, que era quien con su flechas creía poder dominarlo todo. Pero había descubierto, confesaba mientras proseguía su carrera en pos de Dafne, que había una flecha más certera que las suyas y para que la que no había antídoto posible.

Había conseguido Apolo acortar las distancias, pero de nuevo voló Dafne. Y cuanto más corría, más seductora estaba a los ojos de Apolo: el viento agitaba sus vestidos y dejaba adivinar aún mejor la forma de su cuerpo; la brisa desordenada sus cabellos y parecía encenderla de hermosura.

Apolo no quiso perder más tiempo con dulces palabras y se abalanzó sobre Dafne. Trató ella de zafarse y aún consiguió esquivar su abrazo. Corría Apolo espoleado por el deseo; corría Dafne impulsada por el temor. Pudo, al fin, más Apolo. Sentía ya Dafne su aliento en la nuca y, presa del pánico, se inclinó sobre las aguas del río Peneo, su padre, y le dijo: “Te lo suplico, padre. Bien sé que los ríos tenéis poder divino. Transfórmame en lo que tú quieras, pero hazlo de modo que pierda la belleza por la que he provocado esta situación.”

No había Dafne terminado de hablar cuando todo su cuerpo pareció entumecerse; una delicada corteza cubrió sus senos y sus cabellos se alargaron convirtiéndose en follaje; sus brazos se transformaron en ramas y sus pies, antes tan veloces, se volvieron raíces que se aferraban con fuerza a la tierra. Sólo su luz permanece.

Ni aun así podía Apolo dejar de amarla. Puso, desesperado, su mano en el tronco, y le pareció sentir aún el corazón de Dafne. Rodeó los brazos ahora convertidos en ramas y trató de besarlos, pero la madera repelía sus besos. Impotente, exclamó: “Puesto que no puedes ser mi esposa será al menos mi árbol. Oh, laurel, tus hojas adornarán mi cabeza y la de los capitanes vencedores del Lacio. Y de la misma manera que mis cabellos no han sido nunca cortados tampoco tú perderás nunca tus hojas.” Y en ese momento, el laurel inclinó su copa que pareció reclinarse como una cabeza.”



3. Conversar

  • Al escuchar el relato, ¿de parte de quién te has puesto?


  • ¿Existe el amor a primera vista? ¿Y el desamor irreversible (sin vuelta atrás)?


  • Busca en internet distintas imágenes de esta escultura de Bellini: a diferencia de la pintura, una escultura está concebida para ser contemplada desde todos sus ángulos y ésta bien lo merece. Fíjate, de manera especial, en la huella que dejan los dedos de Apolo en el muslo de Dafne, y en la sensación de movimiento que trasmite el grupo especialmente si lo observamos desde atrás.


  • ¿Dónde puedes encontrar más detalles de este mito? Busca en la biblioteca libros que recopilen algunos de los mitos recogidos en esta página.