Píramo y Tisbe



1. Mirar

2. Escuchar

Píramo y Tisbe eran dos jóvenes que vivían en la ciudad de Babilonia. Habían crecido juntos, pues eran vecinos, y los juegos y complicidades de la infancia fueron transformándose en amor y deseo al llegar a la adolescencia. Píramo se había convertido en un apuesto muchacho. Tisbe, en una preciosa muchacha.

Sin embargo, la enemistad de sus familias puso las cosas muy difíciles. Lo que hubiera podido desembocar en noviazgo y tal vez en boda, se veía obstaculizado por la oposición familiar. Sus padres no les dejaban siquiera hablarse, por lo que Píramo y Tisbe no podían comunicarse sino por gestos y miradas. Cada vez se les hacía más insoportable.

Con el tiempo descubrieron una pequeña grieta en la pared que separaba sus respectivos dormitorios. A través de ella se enviaban cada noche, entre susurros, palabras de amor. Pero llegó un momento en que esto tampoco les bastaba. Querían verse, abrazarse, besarse. Fue así como decidieron escapar de sus casas y huir de la ciudad. El día convenido quedaron a medianoche fuera de las murallas, junto a la tumba del rey Nino.

Allí llegó primero Tisbe y se refugió bajo el árbol que daba sombra al sepulcro. Era una gigante morera, cuyos frutos eran, por aquel entonces, blancos. Mientras esperaba a Píramo apareció una leona con las fauces ensangrentadas. Tisbe se asustó, quiso huir, pero en su atolondrada carrera perdió el velo con el que había ocultado su rostro al escapar de casa. La leona jugueteó con él, que quedó ensangrentado en el suelo, y se alejó luego bosque adentro.

Cuando al cabo de unos minutos llegó Píramo apurado por el retraso, se extrañó de no ver a Tisbe. Vio su velo manchado de sangre. Vio las huellas de la leona. Y ató cabos. “Si Tisbe ha muerto por amor a mí –pensó-, yo he de hacer lo mismo”. Y así, sacando una daga que llevaba ceñida a la cintura, se la clavó en el pecho y se dio muerte, cayendo al pie del moral, desangrado.

Pasado un tiempo regresó Tisbe. Lo primero que vieron sus ojos fue el cuerpo de su amado tendido en el suelo, con el puñal clavado, ya sin vida. Vio a continuación su propio velo, ensangrentado, y las huellas de la leona. Dedujo así lo que había pasado por la cabeza de su enamorado. “Si él, se dijo Tisbe, ha sido capaz de darse muerte por amor a mí, yo he de hacer lo mismo”. Y arrancando el puñal del cuerpo de su amado se lo clavó en el pecho, cayendo exánime sobre Píramo.

Y cuenta Ovidio que los frutos del moral, hasta entonces blancos, se tiñeron de rojo con la sangre de los enamorados como prueba de que no hay fuerza que pueda vencer la determinación del amor.


3. Conversar

  • Si te ha gustado esta historia, seguro que te gusta la de Romeo y Julieta, para cuyo argumento Shakespeare se inspiró en Ovidio. Puedes leer una versón adaptada en el editorial Anaya, en la colección "Clásicos a medida".
  • Lo que quizá no sepas es que la fuerte oposición familiar a los amores adolescentes suele desembocar en lo que se conoce como "síndrome de Julieta": en un mayor enamoramiento del que a buen seguro se hubiera producido sin tener que desafiar tantos obstáculos... ¿Conoces alguna historia real que lo corrobore?