Venus, Psique y Cupido



1. Mirar

2. Escuchar

Cuenta Apuleyo en El asno de oro que tiempo atrás vivieron un rey y una reina que tenían tres hijas bellísimas. Las dos mayores eran hermosas, pero la tercera era de una belleza sobrehumana, Curiosamente, fueron las dos mayores las primeras en casarse, mientras la pequeña permanecía soltera: ningún hombre se atrevía a pedir su mano. Jóvenes y no tan jóvenes acudían ante Psique como se acude ante una estatua solo por el placer de contemplarla. Si hasta entonces Afrodita -Venus- había sido considerada la diosa de la belleza, su prestigio empezaba a tambalearse.

Naturalmente, esto irritó a Venus, que cansada de tener que compartir su fama con una simple mortal decidió deshacerse de ella. ¿Qué tramó? Convenció a su hijo, Cupido, el dios del amor, para que hiciera que Psique se enamorara del más miserable de los hombres, el más feo y el más desafortunado.

Entre tanto, la preocupación de los padres de Psique no cesaba de crecer al ver que pasaban los años y no lograban casar a la pequeña de sus hijas. El padre consultó al oráculo de Apolo, y este dio una terrible respuesta: fijó el lugar al que debía acudir Psique engalanada para su boda, una piedra en mitad del monte, y les advirtió de que su esposo no sería nigún mortal, sino un monstruo alado que sembraba la discordia allá donde iba y ante el que temblaba el mismísimo Zeus. Así se hizo, y Psique quedó abandonada en medio de lágrimas y dolor en lo alto de una roca.

Resignada a la más horrible de las suertes, quedó sorprendida al verse empujada por el Céfiro -un suave viento- y despertar en medio de un fresco valle. A lo lejos vislumbró un suntuosísimo palacio. Se dirigió a él y, aunque no vio a nadie, voces misteriosas le indicaron todo tipo de comodidades de las que podía servirse. Llegada la noche, se sintió acompañada en el lecho por su desconocido esposo: no pudo, sin embargo, verle la cara, y tras los besos y abrazos nocturnos de nuevo despertó sola Psique a la mañana siguiente. Las cosas se repitieron día tras día, y acabó Psique por acostumbrarse a quien la acompañaba noche tras noche.

Una día el esposo acudió al lecho antes de lo habitual y, estrechando en apretado abrazo a Psique, la advirtió del peligro que la acechaba: la noticia de su muerte se había propagado y sus hermanas trataban de dar con ella. No debía salir Psique a su encuentro porque esto sería la causa de su perdición. Pero fue tanto lo que lloró y suplicó Psique, que el esposo accedió a que estas acudieran, empujadas también ellas por el suave Céfiro, al escondido palacio en que moraban los esposos. ¿Qué ocurrió? Que en cuanto las hermanas de Psique descubrieron las condiciones de vida de la más pequeña de ellas, sintieron una envidia enorme. De nada valió que Psique las colmara de joyas y regalos: ambas se propusieron destruir la felicidad de Psique del modo que fuera, incluso acabando con su vida.

Entre tanto, el esposo de Psique le dio a la joven una doble noticia. En primer lugar, le contó las maquinaciones de sus hermanas: estas, convencidas de que era un dios el compañero de la joven, iban a tratar de convencer a Psique para que descubriera el rostro de su esposo, y esto separaría definitivamente a los amantes. En segundo lugar, le anunció la magnitud de la tragedia que esto supondría ya que Psique iba a ser madre en unos meses: si no cedía a las presiones de sus hermanas, daría a luz efectivamente a un dios; de lo contrario, sería un simple mortal el fruto de su unión.

Avanzó el estado de gestación de Psique y con él la felicidad de la joven. Solo una sombra oscurecía a veces su alegría, y era el deseo de ver a sus hermanas. Tanto suplicó de nuevo a su esposo que este, en vísperas mismas del alumbramiento, accedió de nuevo a que las hermanas visitaran el palacio. De nuevo ellas, fascinadas ante el lujo que las rodeaba, preguntaron a Psique cómo era su esposo. Y Psique, que en el encuentro anterior les había dicho que era un apuesto joven casi imberbe, inventó ahora que ya algunas canas blanqueaban sus cabellos.

De regreso, murmuraban las hermanas acerca de esta contradicción aventurando que, o bien era un dios el esposo de Psique, o bien esta desconocía su apariencia. Furiosas ante la posibilidad de que su hermana fuera a dar a luz una criatura inmortal, planificaron una nueva visita para averiguar la verdad. Llegadas a palacio, le dijeron a Psique que habían averiguado algo terrible: que su esposo era en realidad una serpiente espantosa que no aguardaba sino el momento de poner fin a la vida de Psique. En apoyo de sus afirmaciones recurrieron a lo formulado por el oráculo de Apolo, lo que llenó de inquietud y temor a la joven, que olvidó así las reconvenciones de esposo y confesó a sus hermanas que en realidad no había visto nunca el rostro de quien dormía con ella cada noche.

Las hermanas, apelando a un cariño sin límites y a la voluntad de salvar a Psique de una muerte segura, le dictaron lo que había de hacer. Cuando su esposo durmiera, debía ella levantarse sigilosamente y coger una lámpara de aceite y un cuchillo bien afilado. Aproximándose luego al lecho, debía iluminar el rostro de su esposo para asestar una fuerte cuchillada en el punto en que la cabeza se une al cuerpo, descabezando así al pretendido monstruo.

Ya a solas de nuevo Psique, quedó sumida en el más terrible desconcierto: iba de la cólera a la inquietud, de la resolución a la duda. Amaba al marido y detestaba al monstruo... Sin embargo, cuando llegó la noche y el esposo quedó sumido en el primer sueño, se levantó Psique a por la lámpara y el cuchillo. Acercó la débil llama al cuerpo de su esposo, y quedó fascinada ante lo que vieron sus ojos: tenía ante sí al mísmísimo Cupido, el dios del Amor. Era él el compañero de sus juegos nocturnos. Se detuvo contemplando su rostro, hermosísimo; su cuerpo; su ensortijado cabello. Repararon también sus ojos en el carcaj y las flechas, abandonadas al pie de la cama. Quiso Psique incluso sacar una, y al tocar con la yema de los dedos la punta de una flecha, también quedó ella herida por el amor. Un deseo irrefrenable se apoderó de Psique que, al abalanzarse sobre Cupido para estrecharlo en amoroso abrazo, no se dio cuenta de que una gota de aceite hirviendo caía de la lámpara sobre el hombro del joven dios.

Despertó este sobresaltado y, al darse cuenta de lo que había ocurrido, reprendió con firmeza a Psique. Él había sido capaz de desobedecer las instrucciones de su propia madre, Venus, y en vez de buscarle a Psique el más despreciable de los esposos se había unido a ella en matrimonio. Psique, por su parte, y a pesar de las constantes advertencias, no había sabido frenar las insidias de las hermanas. De ellas, aseguró Cupido, se vengaría. En cuanto a Psique, se contentaría con abandonarla, no sin profundo dolor. Remontó el vuelo y, por más que Psique trató de asirse a una de su piernas, acabaron por separarse.

Rota en llanto Psique y desgarrada por un amor imposible quiso entonces arrojarse a un río, pero las aguas la depositaron con delicadeza en el ribazo. El dios Pan, que por allí pasaba, sugirió a Psique que apelara a la benevolencia de Cupido para ser perdonada, confiando en que la reconciliación sería posible.

Se dirigió Psique a la ciudad donde vivía una de sus hermanas, y le contó que, hecho lo que le dictaron, había descubierto que su esposo era el mismísimo Cupido pero que, al haberse visto desobedecido por su esposa, aseguró que se casaría con una de sus hermanas. Tiempo le faltó a esta para dirigirse a la roca desde donde tiempo atrás el viento Céfiro la había llevado al palacio de los esposos, solo que en esta ocasión, una vez lanzada al vacío, ningún viento vino a recogerla. Lo mismo ocurrió con la otra hermana, muerta también a causa de la envidia.

¿Qué hizo, entre tanto, Cupido? Resentido de su herida, se refugió en la casa de su madre, Venus, mientras esta estaba ausente. Una gaviota llevó a Venus la noticia de que Cupido, herido de amor, descuidaba sus quehaceres, y que ya eran muchas las voces que se quejaban por ello. Quiso saber Venus de quién se había enamorado Cupido y, al enterarse de la desobediencia de su hijo y de sus amores con Psique, montó en cólera. Fue ante su hijo y lo reprendió con dureza. Lo amenazó con despojarlo del carcaj y las flechas y de tener otro hijo que ocupara su lugar. Juró también vengarse de Psique.

La muchacha seguía recorriendo el mundo en busca de Cupido. En su peregrinar, llegó al templo de Ceres -Démeter- y suplicó su auxilio. Pero la diosa, a pesar de su compasión por Psique, lamentó no poder ayudarla. Lo mismo ocurrió con Juno -Hera-, que tampoco se atrevió a enfrentarse a Venus dando amparo a la joven Psique. Esta, deseperada ya, decidió que no quedaba otra que presentarse ante la mismísima Venus para implorar su misericordia. Tal vez estuviera con ella aquél al que estaba buscando.

Por su parte, Venus había recurrido a Mercurio -Hermes, el mensajero de los dioses- para dar con Psique. Quien se la entregara a la diosa recibiría a cambio siete dulcísimos besos. Todos los mortales se pusieron alerta. Pero no hizo falta redada alguna: la propia Psique se presentó en el palacio de Venus, donde fue primero torturada por dos de las criadas de esta: Inquietud y Tristeza. Después, la mismísima Venus la emprendió a golpes con su nuera renegando de ella y del nieto que estaba a punto de darle, amenzanado con no reconocerlo y con impedir incluso su nacimiento. Y le propuso un sinfín de tareas.

En primer lugar, le dio un montón de semillas variadas exigiéndole que a su regreso de una boda las tuviera todas clasificadas. Era un trabajo imposible de asumir, pero las hormigas vinieron en auxilio de Psique y en unas horas tuvieron listos los montones correspondientes. Venus, sorprendida, pensó que su hijo había tenido algo que ver con la proeza, y no se aplacó. A la mañana siguiente le mostró un bosque que se divisaba a lo lejos. Le dijo que allí pacía un rebaño con vellones como de oro. Psique había de traerle un puñado de esa lana. Hacia allá se dirigió Psique, sin otra intención que arrojarse en las aguas de un río que por allí discurría. Pero una Caña de las que habitualmente nos regalan el oído con suave música, susurró a Psique cómo había de actuar: debía evitar acercarse a las ovejas durante el día, pues estas están poseidas de una rabia envenenada y sus mordiscos pueden segar la vida de cualquier mortal. Pero apenas se hubiera puesto el sol y el rebaño durmiera, podía Psqiue acercarse a él y cortar el mechón de lana requerido por Venus. Así lo hizo Psique que, horas más tarde, se presentaba ante la diosa con el encargo cumplido. Pero tampoco esto mereció su aprobación.

Venus le señaló a lo lejos la escarpada cumbre de una altísima montaña. Le dijo que allí brotaba el agua helada que alimentaba la Laguna Estigia -la que separa el Reino de los vivos del de los muertos-. De esta agua debía Psique llenar una pequeña jarra de cristal tallado. La joven se dirirgió allí pensando una vez más en acabar con su vida, pero aún se sintió más sobrecogida de lo que esperaba ante lo abrupto del terreno: rocas inaccesibles lanzaban tremendos chorros de agua que caían con violencia pendiente abajo. Aturdida y sobrecogida, ni siquiera tenía el consuelo de las lágrimas. Fue en este momento cuando apareció el águila real de Zeus, que tiempo atrás se había visto ayudada por Cupido. Quiso ahora devolverle el favor ayudando a su infortunada esposa y, tomando de sus manos la pequeña jarra, la llenó de agua y la devolvió a la joven.

Tampoco esto aplacó la cólera de Venus que, acusando a Psique de hechicería y magia, no podía explicarse cómo lograba cumplir, y tan presto, los encargos que le hacía. El siguiente iba aún un poco más lejos. Psique había de bajar a los mismísimos infiernos con una cajita y pedirle allí a Proserpina un poco de su belleza pretextando que Venus la necesitaba, pues parte de ella se había consumido cuidando de su hijo enfermo. Psique pensó que su hora era llegada: Venus la estaba mandando directamente al Reino de los muertos, así que decidió acelerar el tránsito arrojándose desde una torre. Pero también aquí la torre cobró el don de la palabra y le explicó a Psique punto por punto lo que debía hacer para salir airosa en su misión. Psique siguió sus indicaciones y, poco tiempo después, regresaba al Reino de los vivos con la cajita repleta de hermosura. Pero he aquí que una vez más le pudo la curiosidad. ¿Por qué no abrir la caja y contemplar lo que había en su interior? Quizá así, pensó, recobraría el amor de Cupido. Pero ya la torre le había advertido de que no debía ceder a esta tentación, pues todo se echaría a perder. Y así fue, en verdad. Abrió Psique la cajita y no vio nada en su interior. Absolutamente nada. Tan solo un sopor infernal, el sueño de los muertos, que se apoderó de Psique y la dejó allí mismo tumbada, con la apariencia de un cadáver.

Entre tanto, Cupido se había recuperado de su herida, ya cicatrizada. Echaba tanto de menos a Psique, que decidió fugarse de la habitación en que su madre lo tenía recluído. Salió volando gracias a sus alas y llegó junto a Psique. Recogió el Sueño y lo encerró de nuevo en la cajita. Tomó a Psique en sus brazos y la instó a que se presentara ante Venus. Estaba Cupido en verdad herido de amor: no podía vivir sin su amada Psique. Por eso, recurrió al único que podía ayudarle: el dios de dioses. Júpiter -Zeus-, enternecido, decidió complacerlo, y convocó una asamblea de los dioses. Les habló de Cupido y de los desmanes que provocaba con sus flechas, y cómo pensaba que la mejor manera de contener su juvenil desenfreno era sujetarlo con los lazos del matrimonio. Por ello, expuso, lo mejor era que se uniera a la doncella a la que ya había hecho su esposa. Para que Venus no se sintiera ultrajada por emparentar con una simple mortal, añadió, él convertiría en diosa a Psique. Y dándole una copa de ambrosía pronunció estas palabras: "Toma, Psique, y sé inmortal; Cupido nunca romperá los lazos que a ti le ligan: el matrimonio que os une es indisoluble". Tuvieron lugar así las bodas de Cupido y Psique quienes, poco más tarde, tuvieron una hija a la que llamamos Placer.



3. Conversar

  • La historia de Eros y Psique ha dejado muchísima huella en la la narrativa occidental:
  • Podemos leer, por ejemplo, el cuento de El príncipe encantado recogido por Antonio Rodríguez Almodóvar y señalar qué tiene en común y qué lo diferencia de la historia que acabamos de contar.
  • También La Bella y la Bestia es en parte deudora de esta tradición. ¿En qué fuente se inspiró Disney para su película? ¿Qué cambios introdujo? ¡Merece la pena detenerse en esto!
  • Pero, en cualquier caso, no dejéis de acudir antes o después a la fuente original: El asno de oro, de Apuleyo.
  • ¿Conocéis alguna narración procedente de otro contexto cultural que guarde relación con este mito?
  • Aquí tenéis dos imágenes más -dos esculturas del siglo XIX- de la historia de Eros y Psique. ¿Cuál os gusta más?

Psique reanimada por el beso del dios Amor, Antonio Cánova. Museo del Louvre, cc 1787

Psique contemplando a Eros, Reinhold Begas, Berlín