La fábula de Aracne



1. Mirar

2. Escuchar

Aracne era una joven cuya fama había ido creciendo no por su belleza ni por su linaje, sino por su extraordinaria habilidad en el arte de tejer. Mucha gente de los alrededores acudía a su casa no solo para ver el resultado de sus trabajos, sino para verla a ella en acción: devanando una madeja, bordando, hilando. Fueron tantos los elogios que Aracne recibió, que acabó por creérselo, llegando incluso a afirmar que su talento superaba al de la mismísima Atenea, diosa de la guerra, de la sabiduría y de las artes.

Podemos imaginar la irritación de Atenea... Tan enfadada estaba, que no se le ocurrió nada mejor que, transformada en una anciana de blancos cabellos, ir a reprender a Aracne y a pedirle que retirara sus palabras. Haría bien en seguir, insistía, los consejos de una anciana. Y le aseguró que, si se disculpaba de inmediato, la diosa Palas Atenea la perdonaría.

Aracne, muy crecida, le dijo a la anciana que repartiera sus consejos entre sus hijas y nueras, si las tenía, pero que a ella la dejara tranquila. Y que lo mejor que podía hacer la diosa Atenea era aceptar el desafío de ver quién de las dos –Aracne o Atenea- tejía un tapiz más hermoso.

Ante tanta insolencia la diosa Atenea no pudo más, abandonó su disfraz, y se presentó ante Aracne en todo su esplendor. La instó a empezar en ese momento la competición que la propia Aracne había propuesto. La joven, tras un primer momento de desconcierto, aceptó. Y así, una y otra se aprestaron a tejer. Y cuentan que era tanto el arte con que lo hacían, que su habilidad en el manejo de los hilos y los colores no podía ser comparada sino con la del sol y la lluvia en el juego del arco iris.

Terminaron ambas su tapiz. Enseñó primero Atenea el suyo. La diosa había elegido como motivo central la ocasión en que se impuso al dios de las aguas, Poseidón, cuando había que dar nombre a la ciudad de Atenas. Aparecían además en el tapiz los doce dioses, y en el centro Zeus con toda su majestad. Y para advertir a Aracne de lo que le esperaba, representó en las cuatro esquinas cuatro castigos sufridos por mortales que habían osado desafiar a los dioses.

Era el turno de Aracne. ¿Qué imagináis que había representado? A Zeus, convertido en toro, raptando a la hermosa Europa. Y era tal el realismo del dibujo que el toro y el mar parecían de verdad. Europa se giraba hacia sus compañeras pidiendo auxilio y en un gesto mecánico encogía los pies para evitar que se mojaran...

Pero la cosa no acababa ahí. Había tejido Aracne también a Zeus seduciendo a Leda, convertido esta vez en cisne, y violando a Dánae, en forma de lluvia de oro. Aquí y allá aparecían Zeus, Poseidón, Dionisios metamorfoseados en animales para imponerse con la fuerza y el engaño a las jóvenes de las que se habían encaprichado. No era, por tanto, un tapiz que ensalzara a los dioses, sino una clara denuncia de sus crímenes.

Atenea se enfureció sobremanera, pero la obra estaba tan bien ejecutada que la diosa no pudo ponerle ninguna pega. Terriblemente airada, rasgó de un manotazo la tela de arriba abajo, y golpeó a Aracne con violencia. La joven quiso huir, pero Atenea la sostuvo en vilo y le dijo que, en lo sucesivo, viviría siempre así, suspendida en el aire. Le lanzó el jugo de una hierba venenosa e inmediatamente Aracne perdió sus cabellos, su nariz, sus orejas. Su cabeza y su cuerpo encogieron extraordinariamente. Brazos y piernas se tornaron en finísimas patas. Y de esta manera, desde entonces, convertida en araña, sigue Aracne ejerciendo con su hilo el arte que antaño dominara.



3. Conversar

Las hilanderas, de Velázquez

  • Observa el cuadro con atención. En un primer plano, podemos observar a las dos hilanderas: ¿Cuál será Aracne? ¿Cual Atenea?
  • ¿Qué vemos en un segundo plano?
  • ¿Y al fondo? ¿Podrías describir qué se ve en el tapiz? Quizá te ayude a entender el porqué de la compañía que han escogido para este cuadro de Velázquez en el Museo del Prado. Solo por ellos dos ya merece la pena una visita.