Narciso y Eco



1. Mirar

2.Escuchar

Para conocer la historia de los amores (o desamores más bien) de Narciso y Eco tenemos que conocer primero a cada uno de los protagonistas. Empezaremos con Narciso, aunque tengamos que remontarnos unos cuantos años antes de su nacimiento.

Un buen día estaban, como tantos otros, discutiendo Zeus y Hera. En esta ocasión la discusión giraba en torno a quiénes gozan más en el amor, si los hombres o las mujeres. Zeus decía que las mujeres; Hera, que los hombres.

Decidieron consultar al único mortal que había sido, alternativamente, hombre y mujer, el anciano Tiresias. Tiempo atrás había sorprendido a dos serpientes copulando y, al golpearlas, había pasado de ser hombre a ser mujer. Cuando pasados siete años volvió a tropezar con las serpientes en las mismas circunstancias, las golpeó de nuevo desafiándolas a que volvieran a cambiar su sexo, y así se hizo. Por esta razón Tiresias sabía cómo sienten hombres y mujeres en el amor. Preguntado por los dioses, Tiresias dio la razón a Zeus: aseguró que eran las mujeres las que más gozaban. Hera, enfadadísima por que le hubieran llevado la contraria, decidió dejar ciego al pobre Tiresias. Zeus, en compensación, le dio el don de la adivinación. Por esta razón muchos mortales se acercaban a él pidiéndole que predijera el futuro.

La primera que pudo dar fe de los aciertos de Tiresias fue la ninfa Liríope, que tras haber sido violada por (el dios del río) Céfiso dio a luz al bellísimo Narciso. Cuando Liríope le preguntó a Tiresias si su hijo llegará a la ancianidad, estas fueron las palabras del adivino: “Solo si él no llega a conocerse”.

Por su parte, Eco era una ninfa que también había sufrido los rigores de Hera. Cuando Zeus se dedicaba a hacer arrumacos a otras ninfas, Eco retenía a Hera dándole conversación. El día en que Hera descubrió lo que ocurría mientras ella charlaba despreocupadamente con Eco, decidió castigar a la joven de la siguiente manera: nunca podría iniciar una conversación; tan sólo podría repetir las últimas palabras que escuchara.

Cuando, andando el tiempo, Eco vio a Narciso paseando por una campiña, se enamoró perdidamente de él, pero ¡ay!, no podía tomar la iniciativa. Cuanto más lo veía más ardía en deseos de estar con Narciso, pero no le quedaba otra que aguardar a que él hablara.

Un buen día Narciso se quedó rezagado de los compañeros con los que iba, y gritó: “¿Hay alguien ahí?”. Eco se apresuró a responder: “Alguien ahí...”. Narciso gritó: “¡Ven!” y “¡Ven!” replicó Eco. “¿Por qué me huyes?”, preguntó Narciso, que recibió de Eco idéntica pregunta. Desconcertado, Narciso exclamó: “¡Unámonos!”. Imaginad la alegría de Eco cuando fueron esas las palabras que tuvo que repetir. Salió al encuentro de Narciso, le tendió los brazos alborozada... y fue bruscamente rechazada por este. Nos cuenta Ovidio que fue tanta la vergüenza que sintió Eco, tanta la humillación por verse despreciada por Narciso, que se consumió de amor: La delgadez arrugó su piel, la sangre se evaporó de su cuerpo. Sólo quedaron la voz y los huesos. Pero los huesos acabaron también fundiéndose con la naturaleza en la que Eco se escondía y se convirtieron en piedras. Por eso nunca podemos ver a Eco: tan sólo la escuchamos repetir nuestras últimas palabras...

Eco no había sido la única ninfa despreciada por Narciso. Muchas jóvenes y muchos jóvenes se habían acercado antes a él y habían sido rechazados. Uno de estos muchachos, lleno de rabia, pidió a los dioses que también alguna vez Narciso se enamorara perdidamente y no fuera correspondido.

Ocurrió que un día Narciso se acercó a un río de limpísimas aguas. Quiso beber en él y, al ver reflejado su rostro en las aguas, se inflamó de deseo por el rostro que contemplaba. Sonreía Narciso y aquel rostro le sonreía; extendía los brazos y también la imagen extendía los brazos como para fundirse en un abrazo. Lloraba Narciso de impotencia y también el objeto de su amor prorrumpía en llanto. Al dase cuenta Narciso de que el suyo era un amor tan inmenso como imposible, empezó a consumirse como antes le ocurriera a Eco. Sin embargo, cuando la muerte cerró definitivamente sus ojos, el cuerpo de Narciso se había desvanecido: en su lugar se encontró una flor del color del azafrán, cuyo centro estaba rodeado de blancos pétalos: la flor del narciso. Así fue como se cumplió la profecía del anciano Tiresias.



3. Conversar

  • El eco. Habla con tu profesor o profesora de Ciencias Naturales y pídele que te diga cómo averiguar el fundamento físico del eco
  • El narciso. ¿Cómo es la flor del narciso? ¿Dónde podemos encontrarla?
  • Busca el cuadro "La metamosrfosis de Narciso", de Dalí. ¿Qué te parece?
  • ¿Es posible que Eco esté escondida entre las nubes del cuadro titulado "Narciso", de Jean Cossiers? Agranda la imagen en el siguiente enlace a ver si te parece descubrir algo o son imaginaciones nuestras: http://www.museodelprado.es/typo3temp/pics/b93ae81101.jpg
  • Y una recreación más del mito, esta del pintor inglés Waterhouse (Walker Art Gallery, Liverpool,1903)