España - my love IX

Tenía un sueño Cornelio

un sueño dorado de sonrisa pícara

de esculpir un rostro pálido

de un niño travieso

de bucles de algodón

y ojos de nácar

pero hay que saber cuando se acaba una fantasía

y cuándo el cielo de los colores del arco iris

viene a ser de mojado grisáceo

pero hay que comprender cuando el límite timbra

desde los pórticos del nuevo mundo

cuando mi niño de espuma

de piedra pulida pero mate

se queda encerrado

encerrado tras los pórticos pesados

de los recuerdos hermosos

pero que echa una mirada, traviesa

más allá, a la vecina morada

y contagia al aire con su locura

y esparce sus lágrimas en rocío brillante

y nace entonces un sueño, un nuevo comienzo

dorado, de respirar el alba

desde sus colores de la primavera

y oler al mundo vivido

tras las rosas de la imaginación virgen

la imaginación por abrir sus nuevos caminos

y por adelantar a las nuevas ideas

hacia el mismo ideal aterciopelado

de esculpir otro niño, de marfil

de marfil y espuma de sueño.

A dos pasos del acantilado

cierro los ojos y me inclino

respiro el aire retenido de los que no recuerdan

allá, abajo, están amontonados todos aquellos

a los que no deseo escuchar mas

a los que jamás veré, en vida

entre aquellos, el cóndor de la creatividad me sonríe

más bien en una expresión falsa

abre sus alas y me cubre con todo su esplendor

caigo

me hundo en cadenas de almas del pasado

me tiran de los brazos, de las piernas,

se ríen de mi, me gritan, me tropiezan

oigo un rumor

de alguien que espera en medio de la multitud

me aplastan todos aquellos

pero alguien espera

comienzo a entre buscar mi camino de entre personas

iguales, monótonas, deformadas, todos aquellos

ando una hora, dos horas, incansablemente,

y me hallo a dos pasos, del acantilado

cierro los ojos y me siento

no he contado ni uno, se echa encima mío una catarata

de agua violeta, de resplandor dorado

abro mi boca y trago la porquería

me empapo de su sabor ácido

los iguales, detrás, todos ellos

dejan de empujarme

maldicen y me hablan

susurran y se irritan

pero dejan de tocarme

dicen que no hago nada, que voy por el camino de al lado

dicen que me resbalo en un charco naranja y me ahogo en mi estupidez

dicen que cave veinte tumbas en vez de una,

y que escale por veinte montañas, en vez de pisar un montón de arena

mis ojos se cierran a sus palabras

mi alma encoge a sus órdenes

mi boca olvida el habla

mis pies pierden el camino

pero oigo

la llamada

de alguien que espera

será a mi – me pregunto,

me levanto y sigo, pendiente abajo

me dejo caer en mi último vuelo

al encuentro.

Dos cabezas de pavo se tambalean cuesta abajo del camino de los pájaros

en desorden, en ton de caos, en zigzag aleatorio, describen pasitos hondos

sus huellas marcan línea recta de vez en vez ondulada por tropiezos

la luz solar acaricia su plumaje coloreado inusualmente

las nubes se interponen a los rallos luz como para dibujar ligeras sombras sobre los cuerpos plumados

dos cabezas de pavo siguen erguidas su camino, se echan reojo de vez en cuando

un pavo es mas alto que el otro, este mira con superioridad a su compañero de camino

pasito a pasito no se dicen nada

sobrepasan poblados y colinas, ciudades y montañas, pero no se miran

siguen adelante sin saber el rumbo preciso, sin intuir siquiera un sendero.

los pájaros del norte

se nos adelantan, compañía

gritad todos, como nunca

cantad juntos, como uno

escaparos a la odisea de la migración

y recorriendo los prados del amanecer

apareced en vuestro traje de gala

con las figuras erguidas

diréis que aquello nunca sucedió

os esconderéis bajo el manto de la noche

y escapando de la gloria del olvido

juntando las trenzas del pasado

pisareis las tumbas

de los pájaros, del norte, el blanco

de la luna con cara de doncella

y el cielo estrellado por imaginación azul

pisareis, una vez

y os iréis

por el camino del cocodrilo

y el bosque de la lechuza mágica.

El mundo señor Catlan

Ese cuenco cual habitamos

Con su pecho de mujer

Y su nariz de hombre

Frente nuestra existencia

El mundo no parpadea

Siquiera de broma

En un zumbido

Y nos vemos en el mar del norte

En un zumbido

Y estamos bajo tierra

No cierre sus ojos a la luna

No abra su boca para tragarse una flor

Camine por el borde de la playa

Donde las sirenas entierran su canto violeta

Y caiga una vez al océano

Dejando pasos de elefante

Por la arena negra

El negro de vuestros pulmones pálidos

Por la existencia, en el mundo

El mundo señor, Catlan

Cual pronto abandonaremos.

Pasó corriendo por la plaza sin dar crédito de que le observaban. Aquel hombre llevaba un gran sombrero rojo, chaqueta de marinero y un bigote postizo, como hecho de coral verdoso. Le proseguía fijamente en cada su movimiento. No, hoy no pudo caminar en zigzag. No logró atarse lo brazos a la espalda, ni doblar la pierna izquierda en la rodilla. No pudo siquiera cerrar ojos justo cuando iba a atropellar la mujer de mirada naranja que se le cruzó en el camino. Hoy le observaban, ya se comportaba educadamente, caminando en recta, indudablemente tras un esfuerzo monstruoso de mantener la calma, con las manos en lo bolsillos, cruzó, por fin, atravesó la calle. Hoy, en el último día, el sombrero rojo le parecía del arco iris, la chaqueta, de payaso, y el coral cual habían traído hará unos días de la costa, era naranja, sí, tan naranja como los ojos de su amante. Justo tornó la esquina y sus manos se volvieron de azul celeste, de azul celeste él entero, había caminado cincuenta años sin percibir ni una sola mirada, se paró allí, donde la calle se acababa y el sol ya no era de colores. Dejó escapar un profundo suspiro y murmuró “Un día por aquí, y se volvería uno loco. En un día, el mundo se disiparía.” Cerró sus puños, y desapareció, como una ola azul, de espuma terciopelada. Azul, tan azul que la calle se borro de la ciudad, y la ciudad se borró del mapa, que hojeaba un hombre de sombrero rojo, quien no daba crédito de cuanto veía.

Nueve cabezas de payaso al lado de la estación

Caras de personas aburridas

Suspiran sus barrigas en forma de caracol

Y sonríen

Tienen el hambre del perezoso

Y se comen

A hamburguesas con hormigas

Nueve

Se repiten incesablemente

Transfiguran y vuelan

Son cabezas voladoras

Caras de personas feas

Escupen su oído por la nariz

Y se tragan el silencio por las orejas

Revuelven el espacio con sus miradas vacías

Y arrodillan todo ser vivo ante suyo

El ruido de los vagones cesa

Los ocupantes se callan

Contemplan como se alejan

Susurran

Todo sol ha muerto

Su retrato era de color rosa anaranjado

Con ojos pálidos, del azul celeste

Manos de la línea del galope del corcel

Ropa de terciopelo gris

Su retrato era su último suspiro

Se apagó una vez lo expusieron

Al público

Al bufón principal del espectáculo

Desvaneció una vez fue visto

Ropa de terciopelo gris

Último aliento

“Tres por tres, dos”-dijo Sam

“tres por tres” – repitió

Su voz resonaba por las paredes cristalinas de la habitación.

Era su voz y algo más, indescriptible, casi como un murmullo, que se dejaba escapar de su garganta.

“Eres un imbecil”-insistió

“Un inútil sin mérito alguno”

Esta vez abrió sus ojos y pudo distinguir, difícilmente, el contorno de su sombra en el espejo de enfrente.

“Desgraciado”

Abrió sus brazos como para abrazarse, a sí mismo, pero acto inmediato, los dejó caer en sus anchos bolsillos, que colgaban de su chaqueta, violácea.

“Conviértete en un patito de plástico y comienza a ladrar como un perro rabioso.”

Cerró sus ojos y cayó al suelo de cristal.

“Eres azul, tan azul que parpadearás mariposas blancas.”-murmuró.

Esta vez su cuerpo apenas se movía, apenas respiraba.

El cubo de cristal cual era la habitación se partió en dos. Los rectángulos negros cual eran las ventanas se quedaron suspendidos en el aire. La tierra cual era el escenario del mundo se volvió amarilla. Sam desvaneció con una manada de bisontes que salieron corriendo del cubo, y desde el interior, acompañado por el sonido de un triángulo, la voz repetía - “tres por tres, tres por tres”.

En habitación de techo bajo

puerta ancha

y ventana del revés

un niño escribió dos pasajes

decían: ayer fue jueves

hoy, nunca estaré.

Anduvieron por tierra de pirámide

cazaron por globo de burbuja de jabón

durmieron en tierra de vapor, sin nombre

permanecieron un instante sin aliento

murieron libres, tras el obelisco del negro sol.

Restos,

salí del cuarto y quedaron restos de comida

restos de envases, de pan, migas de bizcocho,

abandoné el estudio

quedaron restos de esculturas, lejos de sus caballetes

fuera de su contexto

lejos de la mesa, tiradas, por el suelo

recogían polvo, con los demás restos

de papel de envolver, papel de periódico

pinceles sin utilidad, olvidados, secos

restos

quedaron fuera de mi alcance cuando abandoné el mes.

Del color amarillo del sol

de la luna

del desierto

del amanecer

aquel fue un potro de color amarillo

como mi gato

como la pasta de dientes,

anduvo doce semanas por la tierra

presenció doce semanas la vida

y quedó en un recuerdo, amarillo

del color de la noche

amarillo de mar

el amarillo de la madrugada última.

- Nada volverá a ser como antes Gini

Siquiera tu ojo volverá a brillar como en el día de la perdida de tu memoria.

- Yo quisiera volver a estar en mi casa algún día.

- Ya, imposible. Todo esta perdido.

- ¿Mis días pasados también?

- Como tu memoria.

- Mi futuro hogar.

- Tus deseos.

Cuando valláis a un lugar llamado Parte Ninguna

decidle al jefe que su pueblo ya no es gris sino naranja

que su establo más alto que el del vecino

que su casa se abre con una llave

pero que su jardín no sonríe a la puesta del sol,

decidle aquello, y quedaros a vivir con él.

En el patio trasero de la casa, en la parte rota de la malla, del patio, de la casa

un collar de perro, perdido, abandonado, oxidado,

colgaba triste.

El collar buscó, al perro, por toda la tierra,

no le encontró.

Entonces se convirtió de madera, y buscó

buscó al perro por todo el mar,

no lo encontró.

Vino el collar a ser de hojarasca,

y buscó al perro por todos los vientos buscó,

no lo encontró.

En el patio trasero de la casa hubo un perro, una vez, un perro libre,

hubo una casa, una vez, de madera, cubierta de hojarasca,

fueron cinco días en el mar, de madera

y ocho noches en la tierra, de perros.

Es del verde vejiga y el azul prusia

más oscuros, Cornelí

es negro, tan negro que si parpadeo, una vez,

es el violáceo, el más profundo, Cornelí,

y yo, no se quién es.

Si mirase, una vez,

sus ojos son de pupilas negras, como el sol,

y son, de color naranja blanquizo, y verde, blanquizo,

pero yo, no se quién es.

Si respirase, mi corazón cesa, en terciopelo negro,

y la noche es del rosa más claro,

y sus cabellos son de oro, pero, son oro negro,

él, fue gris, fue vacío frío,

y yo, no se quién es,

no se si es,

pero, soy negra,

el negro de sus tres colores.

La casa era de dos plantas,

tejado puntiagudo,

dos ventanas

y tres puertas.

Por la primera ventana se podían ver sus ojos verdes

en la segunda sonreía tras su oculta sonrisa de gato

por dos de las puertas le salían las piernas

por lo que podía caminar,

en la tercera puerta estaba atascado su brazo con el codo afuera

carecía de segundo brazo,

con su mano sujetaba las puertas que se abrían hacia dentro,

daba saltos a la pata coja

y merodeaba por la cercana aldea,

se llamaba Séntios, y nadie sabía qué era.

De noche cantaba, durmiendo los niños del poblado,

de día gritaba molestando todo ser vivo,

a la luna llena lloraba e inundaba las tierras,

en el invierno con su aliento calentaba todo

como si fuera primavera.

Le dijeron que estaba cojo, enfermo de los pies

no lo fue, gritaba, les odiaba por ello,

porque él no lo fue,

pero dijeron que era cojo, se lo reprochaban.

Él corrió, dos noches corrió,

pero le gritaban, cojo,

cayó, se lastimo las piernas

y se volvió cojo de veras.

De noche cantaba durmiendo los niños del poblado,

de día, gritaba, molestando todo ser vivo,

y nadie supo quien era.

fue la última parada del tren

fue donde el arco iris es blanco

donde la noche es de colores marinos

la música fue, de ojos de madre

los instrumentos, la voz de hombre

y, la ruta, fue allí su comienzo

el paso primero, es como el último

cuesta creerlo

me voy, los pasos, lejos de la locomotora

los desconozco

me voy

a dónde.

fue, la última parada del tren.

como cuando el pianista tocaba la misma sonata

y el compositor usaba el mismo instrumento

me pregunto

¿por una orquestra?

el pianista

la última vaga del tren

fue cuando dibujaba el comienzo

de la misma sonata

fue, cuando dibujaba el fin

y él, tocaba,

sonaba la ruta

igual

pero él, tocaba

y sonaba la ruta

nada se oía

no comprendo

me voy

a dónde.

fue, el paso último de mi viaje.

el concierto, del pianista

el último

todavía no fue

me voy

al pasado.

llegaré.