España - my love IV

Huellas

Cada uno tenemos un planeta diminuto cual habitamos, pocas veces nos salimos de él, a menudo miramos hacia el cosmos, pero ninguno sabemos volar. En el principio dejamos pasos recién hechos, y andamos casi a espaldas, contemplando las marcas que dejamos, nos impresionan sus contornos, y a ciegas nos creamos un camino que nos asombra. Resulta que como nuestro planeta es tan pequeñito, y a medida que pasa el tiempo dejamos pasos cada vez mas grandes, por un lado borramos los pequeños asombros, por otro comenzamos a pisar las mismas huellas. Entonces nos damos la vuelta, ya que no hay nada que nos interese en el suelo, y miramos hacia delante erguidos, pero resulta que todo nuestra planeta es igual ya, todo pisado, no se sabe por donde se comenzó, ni donde se acaba, no hay detalles. Entonces algunos siguen caminando, comenzando a mirar hacia el cosmos, y ver otros planetas, pero desde tan lejos, que no hay en esas detalles a simple vista, ven a lo grande, en conjuntos abstractos. Otros se sientan y observan, recuerdan los pasos que dejaron, y los vuelven a buscar o reencontrar a simple vista, pero esos no les asombran, sino en la melancolía les hacen recordar otros días. Pasado un tiempo, estando sentados, ocurre que su planeta se ha vuelto a cubrir de polvo cósmico, de los planetas que pasan al lado. Algunos deciden volver a caminar, y miran hacia atrás, yendo en nuevos zig zags, asombrosos, otros se quedan sentados, mirando el polvo y los planetas, tratando de identificarlos, ya no les interesan las huellas propias, ya que quedan en un recuerdo, siempre, sino observan otros planetas y sus caminantes, y aprenden de ellos. Sin embargo el cosmos esta lleno de muchos planetas, millones, billares, todos pisados, en todos se camina, en todos nos paramos, en todos se mira, lo que hace creer a simple vista, que siempre es lo mismo, que ninguno es diferente de si mismo, ni de los restantes, entonces aquel que mira las huellas, cree que el que mira el cosmos no hace nada, y el que espera, cree que el que camina es tan inútil, porque ninguno vuela, tan solo los planetas pisados flotan suspendidos, y si ama uno se da cuenta que se mueve, su planeta, y los restantes. Los hay pues que saltan, de vez en cuando, también los que caen, en sus intentos fallidos, de volar, de ir mas allá de si mismos.

Filosófico

La filosofía tiene dos temas preferidos, el amor y el arte, y en ambos casos es suficientemente tosca, como solo soplándoles en los ojos cerrados a aquellos dos desgraciados, esos sueñen con monstruosidades. Sin embargo necesitan del viento, para sentirse en las profundidades marinas, que son su esencia de vida, pero no por ello abren los ojos para que huyan sus sueños, que son su único cometido en tierra. Que no son sueños de hombre, sino verdades sensibles, necesitando de una imagen, prescindiendo a menudo del habla, pues esta hace que el olor del viento, no sea olor, sino vacío, y mas vacía aun la que sopla, la filosofía, la madre sin hijos propios, pero si madre del universo. Sucede que de mostrar ella, sus tormentos infinitos en un ejemplo, el soplo vuelve a los mortales, hasta pudiendo el arte y el amor, aspirarlo con los pulmones. Dejando los sueños que posen, y cobren forma en una poesía, quizá, y que respiren el aire del mundo, sin soplos de fiera, quedando en blanco, sin respuesta, y la pregunta que pose en mente, respondiéndose con tan solo la mirada, de los tres juntos sin hablar, y se entiendan, por primera vez, y se vean la única vez eterna.

¿Cómo construir un castillo de arena?

Has de manejar arena seca, preferentemente en una playa, porque un castillo dentro de una casa, aunque fuera pequeñito, ya no es un castillo, sino un juguete mal hecho. Coges y acumulas arena en un sitio escogido con cuidado, estimando la altura de tu futuro castillo, es de predecir que de arena seca los castillos son bajitos, igual se les confunde con el mismo suelo, pero por ello mismo son mas permanentes. Ya tienes una montañita de arena. Coges en cuatro lados de ella, en el suelo, y empiezas a hacer agujeros, poco a poco, en los cuatro picos de un cuadrado (siempre imaginario) fuera del montoncito de arena, hurtas la arena hacia dentro, te darás cuenta que el montoncito de tu castillo se empieza a caer, pero siempre en lados planos, pues nuestro castillo tendrá cuatro lados perfectamente alisados, acorde a la gravedad terrestre, pudiendo apoyarse uno el dedo meñique en cualquiera de sus cuatro lados, no sin antes derrumbarlo (no olvidemos que la arena no esta humedecida). Al acabar de construir sus cuatro lados, veremos que nuestro castillo tiene una cima, tan perfecta como la habilidad con la que hemos ido haciendo las paredes, pues el pico siempre se construye desde los cimientos primero. Pero ahora sucede que tenemos cuatro hoyos a cada lado de las paredes, nadie querrá acercarse a un castillo fortaleza, por lo que cubrimos los cavidades y aplanamos el terreno. He ya esta nuestro castillo de arena, pero es de arena no humedecida, y observaremos por fin, de haber seguido correctamente mis instrucciones, que no hemos construido sino una pirámide. En nuestro castillo de arena hayamos nuestra tumba, y en nuestra tumba la invención de nuestra fortaleza, que si nos quedamos un poco mas en la playa, veremos cómo la cima del castillo pirámide va desapareciendo poco a poco, y cómo el viento se acaba llevando nuestra ilusión, pero que siempre podríamos volver al mismo lugar preciso, e intentar construir otro castillo, otro castillo de arena, pero vidas no hay mas que una.

En dos palabras

En todos los lugares

los poco productivos, no gustan

los últimos, no son estimados

los vagos en inspirarse, son rechazados

los que se equivocan, son despreciados

cuando es en ello,

en pocas palabras la mas calidad

con mas tiempo mas sutileza

con calma, bella imaginación

cuanto mas erróneos, mas encerrada la verdad

si, lo es en todos los lugares

sin importar latitud geográfica.

Del color casa

/de su nombre/

Como su nombre indica

es común a todos nosotros, como cualquier casa edificada

de matiz un tanto variado en cada uno, como cualquier casa amueblada

absolutamente abstracto, como cualquier casa no existente

y no por ello menos verdadero, como cualquier casa derribada.

/de cómo es un color casa/

Tras breve reflexión entorno su nombre

es poco pictórico, para ser un color

únicamente se le podría describir

por el lugar donde fue, y el momento del día,

que para mí serían más que suficientes

pero no para sugerir, a otro, cómo es mi color casa

ya que, cómo podemos saber la diferencia de matiz

que tendríamos cada uno en nuestro color casa

pudiendo ser, completamente diferente,

tratándose del mismo lugar, y el mismo tiempo,

o viceversa.

mas con el paso del tiempo

cambia ligeramente su claroscuro,

no por ello pierde su pureza,

en momentos distintos, del día,

o, en todo lugar variado donde fue visto.

deduzco sufre algún tipo de mutación, evolución,

o, adaptación a los entornos, en mayoría de casos arquitectónicos,

aunque a menudo éstos se vean alterados, por entornos meteorológicos.

/qué es un color casa/

¿Sospecho se preguntará

de cómo es una casa amueblada

no existente, derribada, o edificada…

al no tener ésta nada en común

con el color cuyo nombre adopta?

(siendo el color casa meramente sencillo

inconfundible, y no sugerente de ser señalado,

ya que, de ser así

crea alteraciones políticas, a nivel social

y psicológicas, a nivel personal).

Viejo en oficinas

El joven - ¿Cómo está señor Figger?

El anciano - Como todos los días hijo. Siempre igual. El sol sube, luego baja. La vida es así.

J. - ¿Se acuerda usted de aquel niño, con el que estuve el otro día?

A. - Sí, un buen chico. Con afán de curiosear por los rincones.

J. - ¿Usted me ve como a él, verdad? Un chico más.

A. - Por supuesto, para mí ya la mayoría de los hombres son chicos. Tantas lunas he dormido.

J. - ¿A usted le incomoda que yo le pida su opinión acerca de mis preocupaciones?

A. - En absoluto. Siempre te ayudaría con cuanto sé.

J. - Valla asunto entonces, lo tengo mal. Aquel niño, el curioso, me pidió la opinión, que le diga yo de si estaba bien un dibujo que hizo.

A. - ¿Cómo era el dibujo?

J. - Era, bueno, era feo. No sé cómo son los dibujos bonitos, pero aquel no me gustó. No lo sé señor Figger, por qué los niños son tan testarudos, quieren que te guste cuanto hacen. No les basta que te interese el por qué lo hicieron, o que tenga una intención. Te tienen que convencer.

A. - Muchos mayores son de igual manera…instructivos. Tratan de hacerte creer cuanto pronuncian, peor, se lo creen ellos mismos. ¿Acaso no se acaba convirtiendo la aparente conversación en discusión? Los tiempos cambian. La gente habla y espera respuesta del otro. No se si esperan que esté de acuerdo - ¿qué mala conversación, verdad? O que esté en contra - ¡una discusión bien camuflada! Nadie se pregunta a sí mismo. Son pocos con los que se pueda hablar como si se estuviese a solas.

J. - Yo creo que no hay que querer a los niños, sino, siempre ha de gustarle a uno lo que hacen, por obligación. Yo me siento destrozado cuando me piden que les oriente, como si fuese yo un ser supremo. ¿Es que entiendo de dibujos como para decirle al chico si está bien el suyo?

A. - ¡Si te hubiese preguntado el chaval por la casita que había dibujado!

J. - Pues sí, yo tenía casita parecida, de juguete, cuando era niño. Pero a aquel niño no le interesaba mi casita. Quería saber de su dibujo, y yo no sé de dibujos. Sé que es un chico muy majo, que dibuja bien. Haberme dibujado cualquier cosa, metérmela en un sobre, cerrado, y regalármela.

A. - Sí, los regalos no deberían enseñarse. Sino se convierten en ferias de degustación de vino - “¿Te gusta mi regalo?, ¿No te gusta mi regalo?” Si estuviese en una caja sin abrir no molestaría, al menos de haber resultado feo. Sería sencillamente un regalo. Quizá no esté lejos el tiempo cuando expongan los regalos en galerías, o la gente se monte sus propias exposiciones de regalos en casa, en pasillos aparte.

J. - Se olvida que las cajas hoy no son cajas, sino propaganda del fabricante.

A. - Bueno, siempre cabe la posibilidad de recurrir a los cajones de las mesas, para guardar regalos. A fin de cuentas los obsequios pequeños, son los que acabamos llevando con nosotros al mudarnos. Me acuerdo de un gran jarrón que acabó por romperse cuando me fui a Austria. Hace unos años también tuve que mandar a restaurar y una mesa - muy antigua según me dijo el amigo que me la regaló.

J. - ¿Es que tienen que gustar o no los regalos? ¿Me tienen que gustar o no los dibujos de aquel niño, para que sea amigo suyo? A mí me gusta su casita, que trató de dibujar.

A. - Una tía que tuve decía: “No hay amigos eternos, sino intereses eternos.”

J. - ¿Y eso qué significa?

A. - No lo sé la verdad, esperaba tú lo sabrías. Yo llevo la vida interrogándome acerca de ello. ¿No crees que los animales, en caso de que padezcan la enfermedad de la amistad, son los únicos que no acabarían mordiéndose las orejas?

J. - No lo creo. ¿Y si son machos?

A. - ¿Y si son hembras? Supongo que cuanto más viejo se hace uno, menos se cree las cosas.

J. - Sí, quizá las casitas dibujadas no cambian mucho. Cambian los dibujos mal hechos. Pero si hasta los niños se olvidan de las casitas, qué queda para los un poco más carentes de memoria. El chaval me contaba de un juego que había aprendido, de las reglas del juego, las metas, estaba reluciente de alegría y entusiasmo al contármelo. Yo, es que ya no soy capaz. Me siento culpable de no saber escucharle. Me sobrecoge un escalofrío de abatimiento, por a lo que jugaba yo de niño, y melancolía de no ser capaz a jugar más. No me siento su amigo. Él es amigo mío, pero yo no entiendo sus intereses en los juegos. Me trae tristeza no saber jugar, pero me quedo con él dibujando para mirarle cómo se divierte, dibujando.

A. - Sí, es la tristeza. Cuando uno ya es anciano, aquello semeja la posguerra. Ya no se es capaz de sentir nada mas, se les contempla a los hombres, la mayoría de los que para mi son como hijos ya. No queda más que recordar. ¿Acaso no te sobrecoge mirar a las ardillas saltar de ramita en ramita, ajenas a nosotros, ni las interesamos, están en sus asuntos? Hasta salir por supuesto en la carretera, y las aplastamos con los coches si tenemos un poco de suerte.

J. - ¿Tienen las personas como usted amigos?

A. - Por lo que deduzco tú tampoco eres capaz ya de divertirte dibujando. Ya sabes, uno trata de hacer mejores dibujos. El derecho de la diversión esta reservado a los niños.

J. - Pero cuando le veo en el atardecer, sentado en su banco del pequeño jardín frente su casa, usted no está dibujando.

A. - Me habrás visto cuando estoy esperando al señor Raskin. Yo dibujo más tarde, cuando haya cenado mis bizcotes mojados en whisky.

J. - Ojalá pudiese dibujar yo tras la cena. Ojalá me pasease por la oficina como usted con su bastón hasta la panadería. Además yo no le he visto hablar con aquel otro señor mayor.

A.- A aquellas personas con las que hablar, que te mencioné antes, se suele encontrar ya bastante mayor, quizá a veces demasiado tarde. Yo no tengo necesidad de decir todo cuanto piense. Tampoco creo que mi amigo el señor Raskin no esté al corriente de mis reflexiones. Si fuéramos capaces a ponernos a jugar a la pelota con él, seguramente no nos hallarás en situación extraña.

J. - ¿Y de qué habláis pues?

A.- Yo a veces le cuento de lo que he dibujado. Le cuento de la cera por la que camino hasta llegar a la panadería. Sigue si quieres algún día la disposición de las piedras que la componen, a la cera. Son bastante curiosas. A mí me gusta dibujar los caminos de los peatones.

J. - ¿Y qué le cuenta él?

A.- Yo, cuando le conocí, él ya se había jubilado y no trabajaba en las oficinas del ministerio. Así que a veces me cuenta de alguna insensatez graciosa que haya oído en el bar, o me sugiere que conozca otro árbol, farola, o edificio, que le haya llamado la atención últimamente por la ciudad.

J.- Me pregunto cómo le resultaría a usted, que le reincorporaran hoy a la oficina. Un trabajo de posjubilación. Una posguerra en las entrañas de la guerra.

A.- Hablas de cosas incomprensibles, suena monstruoso.

J.- ¿Tendrá usted nervios como para volver a someterse a ello?

A.- Yo no me conmuevo por nada. Haré simplemente mi trabajo lo mejor que pueda, para escaparme a dibujar tras mi cena, lo mejor que pueda.

J.- ¿No tendrá sueño tras la cena, no estará demasiado cansado como para dibujar?

A.- No lo sé. Me haces pensar en imaginaciones. Para eso estáis los jóvenes, para no cansaros.

J.- ¡Si aprendiera a no conmoverme como usted!

A.- Si lo hicieras no me hablarías de oficinas, de nervios y esos asuntos superficiales y de supervivencia que os absorben las mentes hoy. Los chicos hoy como que llevan una señorita incrustada en el cerebro. De a lo que nos llevó la supresión de la mili. La mentalidad racional (masculina) se redondea en sensibilidad (femenina).

J.- ¿Pero qué culpa tienen los jóvenes de la reorganización militar? Tampoco se crea que no se nos pisa lo suficiente en la vida por nuestras opiniones, a algunos. Sino no me preocuparían las oficinas y los asuntos del sistema nervioso.

A.- Eso no niega que no razonáis como la misma reencarnación de la feminidad. Si el hombre quiere servirse de la palabra, o lo mismo dicho de su pensamiento, no debería hacerse el estúpido, prescindiendo de los verbos.

J.- Hoy el pensamiento no es de palabras únicamente. No me extraña que lo ignore, ya que no sale usted por la metrópoli.

A.- Yo salgo en ocasiones, pero a un anciano no le llaman la atención ni los colores, ni los sonidos que emiten “las cosas” por la calle, ni los anuncios, los diseños y todo lo que os encanta en esos días. Uno se vuelve lo bastante tétrico y seco de mayor, para lograr ver la molestia que son los adornos innecesarios. Me limito al uso de los objetos, su utilidad, y como puedes darte cuenta tampoco cuento con buen oído o vista para que me entretenga involuntariamente en los cantos de sirenas metropolitanas.

J.- ¿Cree que prescindimos de los verbos realmente? Ahora comprendo porque son tan poéticas mis conversaciones con aquel chaval.

A.- El lujo de omitir los verbos, esta al alcance tan sólo de los animales. El lujo de comprender las metáforas, viviéndolas, no transformarlas en adorno de poesías sureñas. Los poemas uno los lee en su casa, y se guarda las alegrías refinadas, o de su sensibilidad femenina, para el hogar. Os portáis diría como artistas todos vosotros.

J.- ¡Como si no supiese usted que el mundo se está superpoblado cada vez de más locos! Es lo que llaman civilización.

A.- Pero los hay locos que miran la naturaleza, piensan, oyen, sin exagerar en recrearlo en su dibujo, para enseñárselo al vecino, que les de su aprobación al respecto. Convertís el dibujar en trabajo. Cierto que no es diversión, pero yo no he conocido quienes estén felices trabajando. La felicidad es volver a tu casa tras la larga jornada y encontrarse con tu mujer, tu hogar.

J.- Hoy pocos se casan.

A.- O encontrarte con tu casita para dibujarla, para alegrarte el día, como prefieras pues.

J.- Sugiere una vida muy nocturna. ¿No cree?

A.- ¿Ves como por no haber estado nunca de pié la noche entera, con tu escopeta pesada y tu uniforme de invierno, guardando una choza en mitad de la nada que a nadie le importa, no aprecias la salvación que lo nocturno puede sembrar en tu imaginación. Cómo se aprende a convertir lo espeso de la oscuridad en cojín invisible, para poder descansar y medio dormir de pié, sin que el coronel se de cuenta.

J.- Me parecen alegaciones un poco siniestras, diabólicas en cierto modo.

A.- Cuanto más se vive, menos se cree en dios. Yo ya no creo en dios. Confío en un diablo frío y otro del ardor. El frío es quien la Iglesia llamaría creador de este mundo ¿y de cuál sino, acaso he conocido otro diferente? Siempre a los países nórdicos o a la gente del norte los he encontrado más coherentes y razonables que los de las zonas más cálidas. Aquel diablo del ardor que derrite los cerebros. ¿No has caminado al medio día, en verano, por la plaza? Para faltar menos, las tiendas preparan su emboscada y no hay donde meterse a beber agua. Para la gente como yo, aquello es el Sahara, cada vez morimos más de esa triste manera.

J.- Deducciones acerca del demonio bien curiosas. Tan cómicas como los partidos políticos diría, rojos, azules, ¿verdes? Pero yo por mi, también he conocido gente del sur bastante interesantes. No se si aquel niño no es del sur de Italia.

A.- Ya sabes que hasta y los partidos políticos no son claros del todo. Se fusionan, disuelven, surgen partidos hijas, civilización como dijiste.

J.- Aventureros más bien. Nunca vino mal viajar y conocer lugares nuevos.

A.- Sí, en todas partes del pequeño del mundo te encontrarías con mucha suerte a quien yo denomino homo-erectos. Fíjate, al caminar fuera de sus casas, aquellos son de postura erecta, y se sientan tan sólo en sus hogares. Encorvan la espalda al estar en ambiente femenino, no de mujer, sino de delicadeza y cariño mejor dicho. O cuando leen, cuando se sientan en mesas… Basta observar los gatos - si andan sus columnas vertebrales apenas modifican su línea recta y continua. Cuando se sientan suelen estar tranquilos y adoptan curvatura bien elegante por la espalda. Yo no he visto sentarse un gato amenazado. En todo caso no somos tan ajenos a los animales.

J.- Un curso imprevisto y animal ha tomado la conversación. Pero yo sigo insistiendo en que no comprendo cómo se puede estar en oficinas sin irritarse por la civilización de mentes vaciadas, o lo que usted dijo, tratar de no conmoverse - para evitar las evidentes conclusiones de trastorno nervioso.

A.- No se responderte hijo. Al igual que el asunto de los intereses y los amigos, éste es de los que no comprendo del todo. No te mentiré si te digo que no los entiendo para nada. Debí haber escogido escuchar o no a mi tía, o creerme o no cuanto me dijo. Puedes elegir tú también. ¿Qué más queda? ¡Escoge! - ser serio y ver ridículos quienes ríen, o reír y ver ridículos a los serios. O escoge cuándo. O tal vez saber de las mayores monstruosidades para poder reírse un día, o reír una vez con sinceridad para sufrir de veras las tragedias. O escoge cuándo. O igualmente si has de hablar en voz homogénea para alegrarte con los detalles, o hablar con voces emocionadas disfrutando las alegrías y quejándose a gusto por las penas. O escoge de qué manera has de hablar. Yo conozco gente que piensa rápido y habla lento. Otros piensan lento y hablan rápido. A veces varían, o cambian de elección.

J.- Estoy dudando. No sé qué es lo correcto.

A.- Supongo cualquier opción, siempre y cuando elijas, o invéntate otras.

J.- Sigo dudando.

A.- Es cuestión de no traicionar a tu honor, como se decía en una película western.

J.- ¿Con que la casita del dibujo de aquel niño es la misma?

A.- Sin duda alguna. Yo no tengo a tu casita de la infancia. Es tuya. ¿Pero tú sabes de si a la cera que lleva hasta la panadería, no le cambiaron unas piedras no hace mucho? Me parece las que están por donde el comienzo, donde mi casa, no están tan desgastadas como el resto. Estoy dudando de si no las recuerdo yo mal. A ver si guardo algún dibujo de hará unos años que me aclare. ¿Tú no te habrás fijado?

Hablando

Fell - Te lo tengo que decir Felly. No aguanto más.

Felly - ¿El qué?

Fell - Aun no lo sé. ¡Quédate hasta que recuerde!

Felly - No puedo, Tengo que irme.

Fell - No lo hagas. No aguantaré. No sabré callarlo más.

Felly - Volveré mañana. Cuéntamelo en la madrugada.

Fell - No, no podré. Se me olvidará. No lo diré, nunca. Me moriré.

Felly - Si es tan terrible no lo olvidarás. No lo perderás. Yo te escucharé, pero cuando vuelva.

Fell - Quieres que beba sola. Me llamarás borracha.

Felly - Quiero que estés sola. Que tragues sola. Que mires sola. Que pienses, en silencio. Yo volveré, en silencio. Me lo dirás con el primer rocío.

Fell - Lo perderé para siempre. Lo olvidaré para siempre. Eres cruel. Quédate hasta que aparezca. Tengo que decirlo, a ti. Es tu palabra.

Felly - Yo no puedo estar callado.

Fell - ¿Sabrás esperar?

Felly - Yo no puedo beber.

Fell - Beberé por ti.

Felly - No tengo porque. Yo no espero nada. Te veo a ti, y me marcho.

Fell - ¿Recuerdas a cuanto digo?

Felly - Mañana volveré.

Fell - Escucha lo que digo. ¡Oye me!

Felly - No puedo. Tengo que estar yo. No debo estar aquí.

Fell - Pero yo lo tengo que decir. Es a ti. Aguarda hasta que recuerde.

Felly - Eres cruel. Eres terrible. No te olvido. Regresaré, mañana. Me lo dirás.

Fell - ¿Ya te vas? Todo perdido, yo, estoy perdida.

Felly - No. Volveré. Aquí estoy. Mañana estaré. Tú, estas. Yo te veo. Te escucho. ¡Dime!

(silencio)

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Nota al pié: Me inquietan los hilos que se caen de mi chaqueta de vez en cuando, finos, efímeros, juraría no eran de mi chaqueta… de la misma prenda… mi chaqueta no es tan negra… las costuras por mi chaqueta no son negras. Pero al color del hilo que sostiene los patrones de mi ropa… tiento recordarlo.

De la creación del mundo

Nació el niño vagabundo.

De su madre – escupido a orillas del mar oscuro.

De su padre – un vómito afuera del bosque triste.

De su abuela – desecho del cielo pálido.

De sus abuelos – magma echada del infierno.

Dibujaba por la arena con su palito-niño

figuras monstruo, no era él,

las odiaba, tiraba olas encima suyo,

borraba,

se borraba todo sí.

Cantaba con el eco de los árboles

al canto del medio tono, su aúllo,

tiraba de las orejas propias, arrancaba su lengua,

quemaba los árboles,

quemaba a su interior propio.

Bailaba con el niño, con el aire,

torcía pies amputados y brazos cortos,

maldecía la gravedad, pisoteaba la tierra,

truenos mortíferos,

convocaba el pequeño mago la tormenta.

Esculpía a su rostro para arrancarle los ojos,

cubría al niño entero de piedra áspera,

despedazaba al vientre del volcán,

indagaba en sus intestinos,

hundía en su fuego la faz.

-

Nació el hombre vagabundo.

De corazón perla rosa – de nadie

de la voz del árbol – de nadie

del caminar de la nube – de nadie

de la mirada diablo – de nadie

de él,

de sus venas en cuerpo

no dibujos con sangre,

de su aire retenido

no melodía escupida,

de sus gestos secretos

no danzar la huida,

de su odio en arrugas ocultas

no certeza tallada.

-

Parido el Mar Belleza,

odiaba éste la madre,

dibuja al monstruo – no era él.

Contagiado el Bosque Melancolía,

odiaba éste al padre,

canta el horror – no a sí.

Recuerdo de Cielo Paraíso,

odia este la abuela,

baila la ignorancia – no estaba en sí.

La lujuria de la prostituta – el Fuego Hermosura,

odia éste los abuelos,

patea los muertos – no era.

-

No, no era lo negro del mar,

no era lo triste del bosque,

no era el frió del cielo,

no era la lágrima del fuego,

no eran de él, del vagabundo.

Eran de ellos, de su madre

de su padre

de su abuela

de sus abuelos.

Eran para ellos sus dibujos con sangre,

su melodía escupida,

su correr de huida,

su certeza tallada.

-

Nació un Dios, un Cobarde,

de él la perfección,

de ellos el monstruo.

Pero ellos veían un ángel,

veían un familiar,

creían ser de él,

ser su imagen.

Pero el niño vagabundo es de nadie,

el hombre vagabundo es de nadie,

es de él.

De él su imagen,

de él su muerte,

de él la perfección.

De ellos - la suerte falsa

la eternidad

la fe,

lo verde de la verdad imaginada,

la verdadera pérdida,

la inventada muerte.

Charla amistosa entre dos desconocidos

Kórpovski - Hubo una época señor Kórpovski, en la que las personas se preocupaban unas por otras.

Fauri - Sí, mi abuelo me contaba del médico de su aldea. Hubo cuando el pueblo sabía de quien entiende de su profesión, y eran los mismos aldeanos quienes elegían al doctor del poblado.

K. - Yo me refería a los años que yo conozco. Sólo a aquellos míos tiempos pasados tengo derecho a nombrar épocas, lo demás es historia.

F. - Hoy todo es historia señor Kórpovski.

K. - Todo menos la melancolía.

F. - Debería de reírse más a menudo, es malo para los nervios el exceso de melancolía.

K. - Supongo todos los recuerdos de la niñez son malos.

F. - Y de la juventud.

K. - La juventud es la misma reencarnación del infantilismo. La niñez es otra cosa. Es aprender. Es seguir aprendiendo, siempre. Es eterno, como el océano.

F. - No me diga que usted sigue siendo niño. No una vez le he oído insistir, que de tanta risa de su alrededor ya se le revuelve el estómago.

K. - Tan sólo sigo de pié por mis actuales épocas gracias a la curiosidad, cual melancólicamente me devuelve en los recuerdo de niño. La diferencia entre el niño y el adulto señor Fauri, no es del todo la frontera de océanos bonitos. Únicamente los niños se creen cuanto se les cuanta, porque están aprendiendo. Los mayores desconfían de cuanto se les dice, porque están aprendiendo. Además no sé qué es peor, ¿Qué un mayor sea infantil, o que lo sea un niño?

F. - Debería de intentar contentar un poco su prisma del prismático de memorias.

K. - ¿Contentarme de qué? Si todo es risa en la historia, ya no hay ni niños, ni adultos. Todo es una infantil contemplación estéril de la realidad. Para no faltar, ésta última presume con maquillarse y convertirse en la prostituta moderna. De usted un paseo por la ciudad y ya me contará de los tapices colorados que viste todo edificio, coche o persona (vestida aparentemente).

F. - Hoy mucha gente sigue conociendo del trato entre personas. No me diga que hoy nadie lee de las otras épocas.

K. - ¿Pero acaso no se ha encontrado usted a señorita que os cuente de la derriba de algún edificio, o de la misma guerra (de muertos cuartizados etc.), pintándole ridícula sonrisa, que confieso me preocupa de dónde sería capaz de nacer (más en un rostro joven). O recuerde uno de su edad, que con toda formalidad le haya informado de la miseria de otros tiempos, añadiendo a la despedida que ha de ir con su esposa a que elija esta el cambio del inmueble hogareño. Mire, ni yo he vivido tanto como para que se me desgaste o rompa el armario.

F. - Hoy la gente vive mucho, además se vive mejor, no hay que matarse de trabajar por el bocado del pan. Tiene sus puntos positivos el avance, hay que alegrarse.

K. - Yo no soy capaz ni de sonreír siquiera. Usted lo dijo, no nos matamos de trabajar, sino trabajamos. Quizá yo ya no entienda de esas cosas. Supongo he vivido poco, para haber trabajado mucho.

F. - La vida siempre ha sido risa.

K. - No lo se. Por mi, aun hoy veo tan sólo dos tipos de personas, los que trabajan mucho y otros que no. Lo que ocurre, antes los que trabajaban mucho no vivían tanto.

F. - Sobrevivían como podían.

K. - Los animales que sobreviven no suelen reírse señor Fauri. De hecho aun hoy hay sólo dos tipos de animales que ríen, los humanos y los demonios.

F. - Yo no he conocido al demonio señor Kórpovski, no se decirle nada al respecto.

K. - ¿Ah no? ¡Debería! Es todo un personaje. Además os caeríais muy bien, ya que usted siempre se ríe y alegra de todo.

F. - ¿Cómo, es que se le había encontrado usted?

K. - Nunca importó el cómo, lo que se recuerda es el dónde.

F. - Ya, es que tiene usted buena memoria.

K. - ¿Acaso hoy ya no se tiene ni memoria? Supongo no importa. Pues mire, tenía yo un amigo, evidentemente en mi otra época - de la niñez. Creo que con decir que yo era amigo suyo basta.

F. - ¿Es que él no lo fue?

K. - No lo sé. Lo que importa es que no le voy a ver más, no sé si no se ve a un amigo, éste deja de serlo. Como yo no dejé de serlo, le recuerdo en mis melancólicas memorias. ¿Qué es sino la melancolía, que dejar de tener algo, dejado en la memoria de otras épocas, de la niñez…?

F. - Me empieza a asustar usted. No me diga que el demonio tuvo algo que ver con su amigo.

K. - ¿Con mi amistad? Nada, nada en absoluto. Precisamente el demonio me apareció en algo como reacción materializada de mi melancolía. Será lo que llamaría mi época de adulto. En esa época lo que se hace es aguantarse la desconfianza, porque entonces ya no puedo ser amigo de nadie. Cada vez que me equivoco con intentarlo, el demonio se burla de mí. Le hace mucha gracia mi época adulta.

F. - Me esta confundiendo. ¿Encontró al demonio en su época de niñez entonces?

K. - No sé. Yo cuando estoy melancólico, sigo en mi época de la niñez. Por ello trato de tener buena memoria, para evitar una niñez escasa.

F. - Es usted muy serio para tener de amigo al demonio.

K. - Yo no soy amigo suyo. No cree que las personas mayores, se diferencian de las personas infantiles, por tomarse los asuntos en serio.

F. - Como los hogares en los que el marido se toma en serio a su hogar, como su responsabilidad a sostener, y la esposa se dedica a recolocar y remontar el interior.

K. - Veo que ha conocido la mujer de mi conocido que le mencioné antes. ¿Sabía que ella no salía de su casa, nunca?

F. - No me extraña, ya que desconoce los cimientos de la base del edificio. ¿Entonces usted por renunciar a lo infantil, niega su época de la juventud?

K. - Ya le dije que trato de conservar mis memorias de la niñez, y las tuve tanto al cumplir veinte, como treinta, como cuarenta… Por ser seria una persona mayor, no deja de lado a las impresiones de niño, y no por ello un niño no ha de poder trabajar.

F. - Ya, hoy los niños viven. Más los mayores viven mucho.

K. - Yo, cuando presencio la falta de valores, veo arrastrarse un dragón chino. Pero no es aquel de la China, sino un cuasimodo con agujeros por la espalda, que apestan, huele toda la zona a muerte de dragones.

F. - Es que hoy nadie cree en los dragones.

K. - Ya, hoy todo es historia como usted dijo.

F. - Cierto, no hay objetos propios, sino de decoración.

K. - Pero mire, curiosamente el teatro no ha pasado a la historia. Dicen que desapareció del escenario, pero yo creo se echó a la calle y en la vida.

F. - Es que los hogares hoy están en la calle, torcidos, vísceras fuera.

K. - ¿Y si dejara de ser una época tan teatral? ¡Recuerde al teatro! ¿Y si no gritaran los actores como los políticos en sus discursos? ¿Y si no expusieran tragedias inventadas? ¿Y si intentaran hablar como los compositores, con la necesaria delicadeza de ir callando el final de cada palabra? ¿Y si no exageraran a cuanto hicieran? De ser capaces los actores imaginar estar en una casa silenciosa, con amigos, el teatro será cine mudo, sería el teatro sencillamente.

F. - Usted al parecer va mucho al teatro.

K. - No me es necesario, me basta caminar por la calle.

F. - Pues valla malos recuerdos le guarda al paseo.

K. - Del tener buena memoria de los hechos malos, a los sucesos desagradables se les reconoce aun en su cuna.

F. - Infantiles, como dijo.

K. - Le vuelvo a sugerir que conozca al demonio. La muerte por ejemplo no tiene nada de infantil. Recuerde usted del guerrero que prefería morir en el campo de batalla. O de quien prefiere morir en soledad. O del que prefiere no morir en el hospital, de luces, brillante, blanco. ¿Quién querrá una muerte blanca? O de quien no le importa morirse si está en el lugar amado.

F. - ¿Del melancólico, del que ama los lugares?

K. - No. Todos aquellos ya son historia. Hoy ni se puede morir.

F. - Supongo el demonio también es historia.

K. - Sí, desgraciadamente usted no le podrá conocer.

F. - Pero yo recuerdo uno que fue amigo mío, hace ya mucho, no recuerdo dónde era.

K. - Ya, en las amistades uno de los amigos empiedre ser una especie de esclavo al otro. Los esclavos suelen tener buena memoria de sus condenas. A veces vuelven a sentirse como bajo dominio, bajo prisión. Algunos hasta les sienta mal a que se les libere.

F. - Ja, ja, sí. Como vuestras épocas de la niñez, de la juventud y del adulto, que mezcla usted en ensalada novedosa.

K. - Sí, supongo será gracioso. Mis recetas son historia ya.

F. - Debería de reírse más a menudo, es malo para los nervios el exceso de melancolía.

K. - Supongo todos los recuerdos de la niñez son malos. ¡Que tenga usted buen día señor Fauri!

F. - ¡Igualmente! Espero volver a verle señor Kórpovski.

K. - Sí, yo también le miraré cuando pase.

F. - ¿Disculpe?

K. - Como las hojas amarillas que caen en otoño, rozándonos las espaldas al pasar por el parque. Se alejan con la delicadeza y gracia correspondiente a las hojas secas.

F. - Ja, ja, sí. Hasta la próxima.

K. - (Me pregunto dónde está la gracia.)