Relato: Máscara de felicidad.

Breve relato elaborado para el concurso de la editorial Zendalibros convocado con motivo del Día de Muertos: "Concurso de historias del Día de Muertos"

Máscara de felicidad.

#DíadeMuertos

Me miro al espejo desconchado de la cantina y veo mi rostro pálido; no tengo buena cara, ha sido un día duro y ahora debo volver a casa para arreglarme e ir al cementerio; es lo que debe hacerse. Cierro la puerta con llave tras de mí y salgo a la calle.

Hoy en México se celebra el día de los muertos y todo me recuerda a ella. Salgo a la calle y me cruzo con un grupo de personas alegres, ataviadas como uno debe hacer en un día como el de hoy. La gente lleva horas festejando el día, preparándose para esta noche, pero yo no quiero alegrarme.

Hay pasacalles, mucha música y turistas; desde hace varios años también hay turistas, que miran nuestro festejo sin entenderlo del todo y sin saber cómo formar parte de él.

El atestado autobús urbano me deja a pocos metros de mi pequeño piso en las afueras. Subo las escaleras con pesadez, el ascensor está averiado, y llego a mi piso; mío ahora que ella ya no me acompaña.

Este año no me apetece celebrar, aunque sé que ella me animaría a ello; me siento en el sofá y trato de dejar mi mente en blanco. Pienso en esos turistas, ellos no celebrarían un día como hoy, no con su muerte tan cercana. Pero ella me animaría a hacerlo.

Siempre era ella quien me animaba a salir a celebrar la muerte de nuestros ancestros, y ahora yo soy el último que queda. A ella le gustaría que siguiera con la tradición.

Me levanto y me visto con mi ropa de mariachi; es de cuando era joven pero aún me vale gracias a sus arreglos. Tomo el color blanco y comienzo a pintar mi rostro, sonrío con timidez al espejo; era ella la que siempre se pintaba, no yo. El negro alrededor de mis ojos disimula las ojeras, y la sonriente línea que traza mi boca, oculta mi tristeza.

Abro el cajón de las velas y cojo unas pocas en una bolsa, el día está llegando a su fin y debo llegar al cementerio para prepararlo como ella se merece. Compro pétalos naranjas y dos rosas por el camino, y llego andando al pequeño cementerio donde ella está enterrada; ella y el resto de nuestras familias.

Reparto los pétalos de flor por el suelo y dejo las dos rosas sobre su tumba; enciendo las velas, lleno un pequeño vaso con agua y me siento, con una mano sobre el lecho de mi amada y la otra rozando su foto que guardo en mi bolsillo.

Levanto la vista del suelo; las familias recorren los senderos del cementerio y las velas comienzan a encenderse ahora que el sol ya está bajo. Los pétalos de flores adornan todo a mi alrededor y el anaranjado fulgor de las velas vuelve el lugar en algo mágico. Sonrío de nuevo; ella estaría orgullosa de verme aquí.

Se acerca una familia; son los de la tumba de al lado, repleta de flores y ofrendas, pero ella viene sin su marido. Miro al suelo, él ya tampoco está con nosotros, pero al menos tuvieron la suerte de poder tener hijos.

Nos miramos, ella me sonríe y se sienta a mi lado. Viene pintada, igual que yo, pero ambos reconocemos el dolor en el otro.

—¿Un año duro? —me pregunta sonriendo bajo su cara pintada.

—Un año duro —respondo mientras asiento. Pone su mano sobre la mía y su calidez me reconforta. Sonrío.

Sus hijos y nietos siguen adornando el lugar; el más pequeño me mira con una bolsa de pétalos en la mano y yo le sonrío mientras veo cómo los esparce sobre las tumbas de mi familia. Su energía me recuerda a la de ella, y en ese momento siento su amor como si la tuviera al lado. Es un día para festejarlo.

—Gracias —susurro, dejando que mi mente se relaje y disfrute de su recuerdo, a medida que la luz del sol deja paso a la de las velas que relucen a mi alrededor.