Master Sexologia Girona

Master Sexologia Online

INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS SEXOLÓGICOS I.S.E.S.

Secció 1ª del Registre de Barcelona. Nº d'Inscripció : 37932 ©

Coordina Xavier Conesa. Psicòleg - Sexòleg Col. nº 4.977 BARCELONA

Formación en Sexologia (Master Online):

www.sexologia.ppcc.cat

Formación on line de Sexologia. Formación Complementaria para estudiantes de Psicologia o Psicólogos (o estudios afines) para el ejercicio de la Sexologia.

Reconocimientos Institucionales: Departament de Salut de la Genetalitat de Catalunya

info: conesa@gmail.com

Tel. 93 570 71 54 / 653 811 887

PROGRAMACION ON-LINE:

MASTER EN SEXOLOGIA on line

Para estudiantes de Psicología, Medicina i estudios afines, Licenciados o Diplomados. Estudiantes en general.

-Màximos Reconeixementos Institucionales-

INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS SEXOLÓGICOS I.S.E.S.

Reconocimientos:

Generalitat de Catalunya

(Registre 9002S/4545/2009)

Ministerio de Sanitadad como Formación Continuada (Contenidos)

(Exp. 99-068-08/0002-A)

Información y Preinscripción:

conesa@gmail.com

Tel. 93 570 71 54 / 653 811 887

http://www.sexologia.ppcc.cat/

Precio: 500 €

- Se aceptan pagos fraccionados a lo largo de lo que dure el Máster. A título orientativo la duración mínima es de 3 meses y la máxima de 9 meses.

El primer pago coincidiendo con el inicio del Máster será de un mínimo de 200 € -

Forma de pago:

Ingreso Bancario

Cta. Cte.: Banco de Sabadell: ES96 0081 0096 8100 0110 9411

Nº BIC: BSABESBBXXX

También:

Western Unión :

Xavier Conesa Lapena . DNI 37681799W Sant Fost

INICIO: Al no ser presencial, matriculaciones permanentes.

METODOLOGIA: Envio de Bibliografia básica. Le indicaremos los dos libros básicos que debe comprar sobre Terapia Sexual. Control del aprendizaje y asmilación de contenidos a través de 15/20 trabajos propuestos.

Envio por mail de los temas desarrollados por escrito. Presentacion de un trabajo final de tematica y extensión acordada entre el alumno y el ISES.

DURACION: Indeterminada (al ser on line). A título orientativo, entre 3y 9 meses aprox.

TITULACION: Tal como se espacifica anteriormente: "Master en Sexologia del Instituto Superior de Estudios Sexológicos (ISES), con el Reconocimiento del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya. Además, la Institución ISES cuenta con los reconocimientos y colaboraciones de:

- Ministerio de Sanidad y Consumo Actividad Acreditada por la Comisión de Formación Continuada - Generalitat de Catalunya.Departament de SalutReconeixement d' Interès Sanitari per l'Institut d'Estudis de la Salut - Colegi Oficial de PsicòlegsActividad Reconocida de Interès Tcnico - Profesional por el COPCV - Universitat de Barcelona Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat de Girona Crèdits de Lliure Elecció -Universitat Ramon LLull Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat Oberta de Catalunya Conveni de col.laboració a través del Pràcticum

CONTENIDOS:

  1. 1. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Falta de Erección.
  2. 2. Disfunciones Sexuales Femeninas. La Falta de Deseo sexual.
  3. 3. Estudio del Vaginismo
  4. 4. La Complejidad Sexual. Las Parafilias
  5. 5. Generalización de los Transtornos Sexuales
  6. 6. Estudio del Orgasmo y sus Disfunciones
  7. 7. Evaluación de las Disfunciones Sexuales en General
  8. 8. El Diagnostico en Sexualidad
  9. 9. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Eyaculación Precoz
  10. 10. La Entrevista Psico-Sexual
  11. 11. El Encuadre Terapeutico .La actitud del Terapeuta
  12. 12. Farmacologia y Sexologia
  13. 13. Sesión de Devolución. Entrevista clarificadora
  14. 14. Trabajo Final de libre elecció

Formación y Titulación Propia del Instituto Superior de Estudios Sexológicos I.S.E.S

+ info: conesa@gmail.com

Tel. 93 570 71 54 / 653 811 887

Web: http://www.sexologia.ppcc.cat/

c /Santa Anna, 28 Barcelona

Precio: 500 €.

(Se aceptan pagos fraccionados a lo largo del Master)

Pre-inscripción

ESCRIBIR A:

conesa@gmail.com

Nombre y Apellidos ...

Edad....

Dirección Postal ...

Teléfono ...

E-mail ...

Estudios y / o profesión ...

Situación actual, estudiante o profesional de ...

La información de este Master en Sexología lo ha conocido a través de ....

Diploma acreditativo al finalizar el Master:

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Cuanto dura el Master?

Entre 5 y 6 meses

Como lo debo pagar?

200€ al empezar, 200€ a la mitad de la formación y 100€ al final

Se puede ejercer la Sexologia al finalizar?

No existe la Facultad de Sexologia, como si existe la de Medicina, Psicologia, Biologia, etc..

Los Sexólogos han realizado formaciones diversificadas para completar sus estudios, ya sean en el ámbito privado o público. Y esta formación es una de ellas.

Que reconocimientos tiene?

Lo encontrará en esta web y también clicando aquí. Especialmente dispone en el año 2009 el Reconocimiento de Interés Sanitario de la Generalitat de Catalunya. ISES como entidad, dispone de mas reconocimientos.

Que estudios previos se requieren?

Sencillamente, ser Universitario o haber finalizado la formación.

Los libros los envian Vds.?

En el primer mail que le enviemos recibirá un listado de libros. Los dos obligatorios los puede conseguir on line sin ningún problema, si no están disponibles en su población.

Habrá clases presenciales?

No, toda la formación se realiza a distancia.

Habrá exámenes?

No, tiene que realizar 14 trabajos que tiene que ser debidamente aceptados. Los enviará por mail a: conesa@gmail.com. Al dar por valido su trabajo, le enviamos el siguiente.

Como puedo pagarlo?

Generalmente desde España se paga por ingresos bancarios y desde América a través de Western Union. Se pueden concretar otras formulas. En esta web encontrará los detalles.

Si me demoro en la entrega de trabajos habrá algún problema?. Si tardo en total un año, por ejemplo?

No, al ser online puede dilatar el tiempo de entrega sin problemas. Interrumpir unos meses y después continuar

.....

Si echamos una ojeada de conjunto a esta historia, vemos que de ella se desprenden varias conclusiones. Y, en primer lugar, la siguiente: toda la historia de las mujeres la han {149} hecho los hombres. Al igual que en Norteamérica no hay problema negro, sino un problema blanco (1), y que «el antisemitismo no es un problema judío, sino nuestro problema» (2), así también el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres. Ya se ha visto por qué causas han tenido ellos, al principio, junto con la fuerza física, el prestigio moral; ellos han creado los valores, las costumbres, las religiones, y jamás las mujeres les han disputado ese imperio

. Algunas mujeres aisladas -Safo, Christine de Pisan, Mary Wollstonescraft, Olympe de Gouges- han protestado contra la dureza de su destino, y a veces se han producido manifestaciones colectivas; pero las matronas romanas que se coaligaban contra la ley Oppia o las sufragistas anglosajonas han conseguido ejercer alguna presión solo porque los hombres estaban dispuestos a sufrirla. Siempre han sido ellos quienes han tenido en sus manos la suerte de la mujer, y nunca han decidido en función de su interés, sino que siempre han tenido en cuenta sus propios proyectos, sus temores y sus necesidades. Cuando han reverenciado a la diosa-madre ha sido porque la Naturaleza los atemorizaba; tan pronto como el útil de bronce les ha permitido afirmarse frente a ella, han instituido el patriarcado; el estatuto de la mujer lo define entonces el conflicto entre la familia y el Estado; la actitud del cristiano ante Dios, el mundo y su propia carne es lo que se refleja en la condición que le ha asignado; lo que en la Edad Media se denominó «querella de mujeres», fue una querella entre clérigos y laicos a propósito del matrimonio y el celibato; lo que ha acarreado la tutela de la mujer casada ha sido el régimen social fundado en la propiedad privada, y la revolución técnica realizada por los hombres es lo que ha emancipado a las mujeres de hoy. Ha sido una evolución de la ética masculina lo que ha determinado la reducción de las familias numerosas mediante el birth control y ha liberado parcialmente a la mujer de las servidumbres de la maternidad. El propio feminismo {150} no ha sido jamás un movimiento autónomo: en parte fue un instrumento en manos de los políticos, en parte un epifenómeno que reflejaba un drama social más profundo.

Las mujeres nunca han constituido una casta separada, y en verdad tampoco han tratado de representar un papel en la Historia como sexo. Las doctrinas que reclaman el advenimiento de la mujer en tanto que es carne, vida, inmanencia, que es lo Otro, son ideologías masculinas que no expresan de ninguna manera las reivindicaciones femeninas. La mayoría de las mujeres se resignan a su suerte sin intentar ninguna acción; las que han intentado cambiarla no han pretendido encerrarse en su singularidad para hacerla triunfar, sino superarla. Cuando han intervenido en el curso del mundo, ha sido de acuerdo con los hombres, según las perspectivas masculinas. (1) Véase MYRDALL: American dilemma. (2) Véase J. P. SARTRE: Reflexiones sobre la cuestión judía. Esta intervención, en conjunto, ha sido secundaria y episódica. Las clases en que las mujeres gozaban de cierta autonomía económica y participaban en la producción eran las clases oprimidas, y, en tanto que trabajadoras, eran aún más esclavas que los trabajadores masculinos. En las clases dirigentes, la mujer era un parásito y, como tal, sometida a las leyes masculinas: en ambos casos, la acción le era punto menos que imposible. El Derecho y las costumbres no siempre coincidían, y entre ellos el equilibrio se establecía de manera que la 64 64 mujer no fuese nunca concretamente libre. En la antigua República romana, las condiciones económicas dan a la matrona poderes concretos, pero no tiene ninguna independencia legal; con frecuencia sucede lo mismo en las civilizaciones campesinas y en la pequeña burguesía comerciante; ama-sirviente en el interior de la casa, la mujer es socialmente una menor. A la inversa, en las épocas en que la sociedad se disgrega, la mujer se emancipa; pero, al cesar de ser vasalla del hombre, pierde su feudo; no le queda más que una libertad negativa que no halla donde traducirse, salvo en la licencia y la disipación: así sucede durante la decadencia romana, el Renacimiento, el siglo XVIII y el Directorio.

O bien encuentra donde emplearse, pero está esclavizada; o bien se emancipa, pero ya no tiene nada que hacer {151} consigo misma. Entre otras cosas, es notable que la mujer casada haya tenido su lugar en la sociedad, pero sin gozar en esta de ningún derecho, mientras que la soltera, muchacha honesta o prostituta, disfrutaba de todas las capacidades del hombre; sin embargo, hasta el siglo presente ha estado más o menos excluida de la vida social. De esta oposición entre el Derecho y las costumbres ha resultado, entre otras cosas, esta curiosa paradoja: el amor libre no está prohibido por la ley, mientras que el adulterio es un delito; con frecuencia, sin embargo, la muchacha que comete una «falta» queda deshonrada, en tanto que la mala conducta del esposo se mira con indulgencia: multitud de mujeres, desde el siglo XVII hasta nuestros días, se han casado con objeto de poder tomar libremente un amante. Mediante este ingenioso sistema, la gran masa de las mujeres ha sido tenida a raya: se precisan circunstancias excepcionales para que una personalidad femenina logre afirmarse entre esas dos series de restricciones. Las mujeres que han realizado obras comparables a las de los hombres son aquellas a quienes la fuerza de las instituciones sociales ha exaltado por encima de toda diferenciación sexual. Isabel la Católica, Isabel de Inglaterra y Catalina de Rusia no eran ni varón ni hembra: eran soberanas. Es curioso que, socialmente abolida su feminidad, ya no constituyera inferioridad: la proporción de reinas que tuvieron grandes reinados es infinitamente superior a la de los grandes reyes. La religión opera la misma transformación: Catalina de Siena y Santa Teresa están por encima de toda condición fisiológica de las almas santas; su vida secular y su vida mística, sus actos y sus escritos se elevan a alturas que pocos hombres han alcanzado jamás. Hay razones para pensar que, si las demás mujeres no lograron dejar una profunda huella en el mundo, se debe a que estaban limitadas en su condición. Apenas han podido intervenir de otra manera que no fuese negativa o indirecta. Judit, Charlotte Corday y Vera Zassulich asesinan; las mujeres de la Fronda conspiran; en el curso de la Revolución, durante la Comuna, las mujeres luchan al lado de los hombres contra el orden establecido; a una libertad sin derechos, sin {152} poder, le es permitido erguirse en el rechazo y la revuelta, mientras se le prohibe participar en una construcción positiva; todo lo más, logrará inmiscuirse por caminos desviados en las empresas masculinas. Aspasia, madame de Maintenon y la princesa de los Ursinos fueron consejeras escuchadas; pero, aun así, preciso ha sido que se consintiera en escucharlas.

Los hombres exageran de buen grado la importancia de tales influencias, cuando desean convencer a la mujer de que le ha correspondido la mejor parte; pero, en realidad, las voces femeninas se callan allí donde comienza la acción concreta; ellas han podido provocar guerras, pero no sugerir la táctica de una batalla; apenas han orientado la política más que en la medida en que la política se ha reducido a mera intriga: los verdaderos mandos del mundo jamás han estado en manos femeninas; ellas no han actuado sobre las técnicas ni sobre la economía; no han hecho y deshecho Estados, no han descubierto mundos. Ciertos acontecimientos se han desencadenado por ellas, pero más que agentes han sido pretexto. El suicidio de Lucrecia solo ha tenido un valor simbólico. El martirio le sigue siendo permitido al oprimido; durante las persecuciones cristianas, después de derrotas sociales o nacionales, las mujeres han representado un papel de testigos; pero jamás un mártir ha cambiado la faz del mundo. Incluso las manifestaciones e iniciativas femeninas han carecido de valor hasta que una decisión masculina las ha prolongado eficazmente. Las norteamericanas agrupadas en torno a la señora Beecher-Stowe sublevan violentamente a la opinión contra la esclavitud; pero los verdaderos motivos de la guerra de Secesión no fueron de orden sentimental. La «jornada de las mujeres», del 8 de marzo de 1917, tal vez precipitase la Revolución rusa; pero, no obstante, no fue más que una 65 65 señal. La mayor parte de las heroínas femeninas son de una especie extravagante: aventureras, mujeres originales no tanto por la importancia de sus actos como por lo singular de sus destinos; así, si se compara a Juana de Arco, madame Roland y Flora Tristan con Richelieu, Danton o Lenin, se ve que su grandeza es, sobre todo, subjetiva: son figuras ejemplares antes que {153} agentes históricos. El gran hombre surge de la masa y es llevado por las circunstancias: la masa de las mujeres está al margen de la Historia, y las circunstancias son para cada una de ellas un obstáculo y no un trampolín.

Para cambiar la faz del mundo, es preciso en primer lugar estar sólidamente anclado en el mismo; pero las mujeres sólidamente enraizadas en la sociedad son aquellas que le están sometidas; a menos de haber sido designadas para la acción por derecho divino -y en tal caso se han mostrado tan capaces como los hombres-, la ambiciosa, la heroína, son extraños monstruos. Solo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburgo, una madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia histórica, sino que ha sido su insignificancia histórica lo que las ha destinado a la inferioridad (1). (1) Es notable que en París, de cada mil estatuas (exceptuando las de las reinas que, por razón puramente arquitectónica, se encuentran en el Luxemburgo), no haya nada más que diez erigidas en honor de mujeres. Tres están consagradas a Juana de Arco. Las otras son las de madame de Ségur, George Sand, Sarah Bernhardt, madame Boucicaut y la baronesa de Hirsch, María Deraismes y Rosa Bonheur. El hecho es flagrante en el dominio donde mejor han logrado afirmarse, es decir, en el dominio cultural. Su suerte ha estado estrechamente ligada a la de las letras y las artes; ya entre los germanos las funciones de profetisa y sacerdotisa recaían en las mujeres; puesto que están al margen del mundo, los hombres van a volverse hacia ellas cuando traten de franquear los límites de su universo y acceder a otro por medio de la cultura. El misticismo cortesano, la curiosidad humanística, el gusto por la belleza que se propaga en el Renacimiento italiano, el preciosismo del siglo XVII, el ideal progresista del XVIII, comportan, bajo formas diversas, una exaltación de la feminidad. La mujer es entonces el principal polo de la poesía, la sustancia de la obra de arte; los ocios de que dispone le permiten consagrarse a los placeres del espíritu: inspiradora, juez y público del escritor, se {154} convierte en émulo suyo; con frecuencia es ella quien hace prevalecer un mundo de sensibilidad, una ética que alimenta los corazones masculinos y así interviene en su propio destino: la instrucción de la mujer es una conquista en gran parte femenina. Y, sin embargo, si este papel colectivo representado por las mujeres intelectuales es importante, sus aportaciones individuales son, en general, de menos valor. Porque no está comprometida en la acción es por lo que la mujer ocupa un lugar privilegiado en los dominios del pensamiento y del arte; pero el arte y el pensamiento tienen en la acción sus fuentes vivas. Estar situada al margen del mundo no es una situación favorable para quien pretenda recrearlo: también aquí, para emerger más allá del dato, es preciso primero estar profundamente enraizado en el mismo. Las realizaciones personales son casi imposibles en las categorías humanas colectivamente mantenidas en situación inferior. «Con faldas, ¿dónde queréis que se vaya?», preguntaba Marie Bashkirtseff. Y Stendhal decía: «Todos los genios que nacen mujeres se pierden para la dicha del público.» A decir verdad, no se nace genio: se llega a serlo; y la condición femenina ha hecho imposible ese devenir hasta el presente.

Los antifeministas extraen del examen de la Historia dos argumentos contradictorios: 1.º Las mujeres nunca han creado nada grande. 2.º La situación de la mujer no ha impedido nunca la floración de grandes personalidades femeninas. Hay mala fe en tales afirmaciones; los éxitos de algunas privilegiadas no compensan ni excusan el rebajamiento sistemático del nivel colectivo; y el que esos éxitos sean raros y limitados prueba precisamente que las circunstancias les son desfavorables. Como han sostenido Christine de Pisan, Poulain de la Barre, Condorcet, Stuart Mill y Stendhal, en ningún dominio ha tenido nunca la mujer su 66 66 oportunidad. Por eso hoy gran número de ellas reclaman un nuevo estatuto; y una vez más su reivindicación no consiste en ser exaltadas en su feminidad: quieren que en ellas mismas, como en el conjunto de la Humanidad, la trascendencia se imponga a la inmanencia; quieren que, por fin, se les concedan los {155} derechos abstractos y las posibilidades concretas sin cuya conjugación la libertad no es más que un engaño (1). (1) También aquí juegan los antifeministas con un equivoco. Tan pronto, dándoseles un ardite la libertad abstracta, se exaltan respecto al importante papel concreto que la mujer esclavizada puede representar en el mundo -¿qué es lo que reclama entonces?-, como desconocen el hecho de que la licencia negativa no abre ninguna posibilidad concreta, y reprochan a las mujeres abstractamente emancipadas el no haber realizado sus pruebas. Esta voluntad está en camino de cumplirse. Pero el período que estamos atravesando es un período de transición; este mundo, que siempre ha pertenecido a los hombres, todavía se halla en sus manos; sobreviven en gran parte las instituciones y los valores de la civilización patriarcal. Los derechos abstractos están muy lejos de ser en todas partes integralmente reconocidos a la mujer: en Suiza, todavía no votan las mujeres; en Francia, la ley de 1942 mantiene en forma atenuada las prerrogativas del esposo.

Y acabamos de decir que los derechos abstractos jamás han bastado para asegurar a la mujer una aprehensión concreta del mundo: entre ambos sexos, todavía no existe hoy una verdadera igualdad. En primer lugar, las cargas del matrimonio siguen siendo mucho más pesadas para la mujer que para el hombre. Ya se ha visto que las servidumbres de la maternidad han quedado reducidas por el uso -confesado o clandestino- del birth control; pero la práctica del mismo no está universalmente extendida ni es rigurosamente aplicada; como el aborto está oficialmente prohibido, muchas mujeres comprometen su salud con maniobras abortivas incontroladas o se encuentran abrumadas por el número de sus maternidades. El cuidado de los niños y el mantenimiento del hogar son todavía soportados casi exclusivamente por la mujer. En Francia, particularmente, la tradición antifeminista es tan tenaz, que un hombre creería fracasar si participase en tareas reservadas en otro tiempo a las mujeres. Resulta de ello que la mujer puede conciliar más difícilmente que el hombre su vida familiar y su papel de trabajadora. En el caso de que la {156} sociedad le exija ese esfuerzo, su existencia es mucho más penosa que la de su esposo. Consideremos, por ejemplo, la suerte de las campesinas. En Francia, constituyen la mayor parte de las mujeres que participan en el trabajo productivo, y generalmente están casadas. Lo más frecuente es que la soltera, en efecto, permanezca como sirviente en la casa paterna o en la de un hermano o una hermana; sólo aceptando la dominación de un marido se convierte en ama de casa; costumbres y tradiciones le asignan papeles diversos de una región a otra: la campesina normanda preside la comida, mientras la mujer corsa no se sienta a la misma mesa que los hombres; pero, en todo caso, desempeñando en la economía doméstica un papel de los más importantes, participa en las responsabilidades del hombre, está asociada a sus intereses, comparte la propiedad con él; es respetada y frecuentemente es ella quien gobierna de manera efectiva: su situación recuerda la que ocupaba en las antiguas comunidades agrícolas.

A menudo tiene tanto prestigio moral o más que su marido, pero su condición concreta es mucho más dura. Los cuidados del huerto, del corral, de las ovejas y de los cerdos le incumben exclusivamente; también toma parte en las faenas más importantes: cuidado de los establos, distribución del estiércol, sementeras, labranza, escarda, henaje; cava, arranca las malas hierbas, cosecha, vendimia y a veces ayuda a cargar y descargar las carretas de paja, de heno, de leña, y a extender la paja en los establos, etc. Además, prepara las comidas, hace las faenas de la casa: colada, planchado... Atiende a las duras cargas de la maternidad y al cuidado de los niños. Se levanta al rayar el día, da de comer a las aves de corral y al ganado menor, sirve el desayuno a los hombres, arregla a los niños y se va a trabajar a los campos o al bosque o al huerto; acarrea agua de la fuente, sirve la comida, lava la vajilla, vuelve a trabajar 67 67 en los campos hasta la hora de la cena; después de esta última, emplea la velada para repasar la ropa, limpiar, desgranar maíz, etc.

Como no tiene tiempo para ocuparse de su propia salud, ni siquiera durante los embarazos, se deforma en seguida y se {157} marchita y consume rápidamente, roída de enfermedades. Las pocas compensaciones que el hombre encuentra de vez en cuando en la vida social le son negadas a ella; el hombre va a la ciudad los domingos y días de feria, se encuentra con otros hombres, va al café, bebe, juega a los naipes, caza, pesca. La mujer permanece en la granja y no conoce el descanso. Solamente las campesinas acomodadas, que se hacen ayudar por sirvientas o que están dispensadas del trabajo en los campos, llevan una vida que se equilibra felizmente: son socialmente honradas y gozan en el hogar de una gran autoridad, sin que las abrumen sus labores.

Pero, en la mayoría de los casos, el trabajo rural reduce a la mujer a la condición de bestia de carga. La comerciante, la patrona que regenta un pequeño negocio, siempre ha sido privilegiada; son las únicas a quienes el código ha reconocido desde la Edad Media ciertas facultades civiles; la tendera, la hostelera, la estanquera tienen una posición equivalente a la del hombre; solteras o viudas, constituyen por sí solas una razón social; casadas, poseen la misma autonomía que su respectivo marido. Tienen la suerte de que su trabajo se ejerza en el mismo lugar en que se halla su hogar y de que no sea generalmente demasiado absorbente. La situación es muy distinta para la obrera, la empleada, la secretaria, la vendedora, que trabajan fuera de casa. A estas les resulta mucho más difícil conciliar su oficio con el cuidado de la casa (la compra, la preparación de las comidas, la limpieza, la conservación de la ropa exigen por lo menos tres horas y media de trabajo cotidiano y seis horas los domingos, lo cual representa un número considerable cuando se suma al de las horas de oficina o de fábrica). En cuanto a las profesiones liberales, incluso si ahogadas, médicas o profesoras, se hacen ayudar un poco en las faenas domésticas, el hogar y los hijos también representan para ellas cargas y preocupaciones que son un duro handicap.

En Norteamérica, el trabajo doméstico se ha simplificado mediante ingeniosas técnicas; pero el aspecto y la elegancia que se exige a la mujer que trabaja le imponen una nueva servidumbre {158}; y, además, sigue siendo responsable de la casa y de los hijos. Por otro lado, la mujer que busca su independencia en el trabajo tiene muchas menos oportunidades que sus competidores masculinos. En muchos oficios, su salario es inferior al de los hombres; sus tareas son menos especializadas, y, por consiguiente, están peor pagadas que las de un obrero calificado; por lo demás, a igualdad de trabajo, es menos remunerada. Por el hecho de ser una recién llegada en un universo masculino, tiene menos posibilidades de éxito que los hombres. Repugna por igual a hombres y mujeres estar bajo las órdenes de una mujer; siempre testimonian más confianza en un hombre; ser mujer es, si no una tara, al menos una singularidad. Para «llegar», a una mujer le es útil asegurarse un apoyo masculino. Son los hombres quienes ocupan los lugares más ventajosos, quienes desempeñan los puestos más importantes. Es esencial subrayar que hombres y mujeres constituyen económicamente dos castas (1). (1) En Norteamérica, las grandes fortunas terminan frecuentemente por caer en manos de las mujeres: más jóvenes que el marido, le sobreviven y heredan; pero entonces ya son mayores, y raras veces toman la iniciativa de nuevas inversiones; actúan como usufructuarias más que como propietarias. Son los hombres, en realidad, quienes disponen de los capitales. De todos modos, esas ricas privilegiadas no constituyen más que una pequeña minoría. En Norteamérica, mucho más que en Europa, a una mujer le es punto menos que imposible alcanzar como abogada, doctora, etc., una elevada posición. El hecho que determina la condición actual de la mujer es la obstinada supervivencia de las tradiciones más antiguas en la nueva civilización que se está esbozando.

Eso es lo que desconocen los observadores apresurados que estiman a la mujer inferior a las oportunidades que hoy se le ofrecen, o que solo ven en esas oportunidades peligrosas tentaciones. La verdad es que su situación carece de equilibrio, y por esa razón le resulta muy difícil adaptarse a ella. 68 68 Se abren a las mujeres las puertas de las fábricas, las oficinas, las Facultades; pero se continúa considerando que el matrimonio es para ellas una de las carreras más honorables, una carrera que las dispensa de toda otra participación en la vida colectiva {159}. Al igual que en las civilizaciones primitivas, el acto amoroso es en ellas un servicio que tienen derecho a hacerse pagar más o menos directamente. Excepto en la URSS (1), en todas partes le está permitido a la mujer moderna considerar su cuerpo como un capital para explotarlo. La prostitución es tolerada (2), y la galantería, estimulada. Y la mujer casada está autorizada para hacerse mantener por su marido; además, está revestida de una dignidad social muy superior a la de la soltera. Las costumbres están muy lejos de otorgarle posibilidades sexuales equivalentes a las del hombre soltero; en particular la maternidad le está punto menos que prohibida, puesto que la madre soltera es piedra de escándalo. ¿Cómo no ha de conservar todo su valor el mito de la Cenicienta? (3). Todo estimula todavía a la joven soltera a esperar del «príncipe azul» fortuna y felicidad antes que a intentar sola la difícil e incierta conquista.

En particular, gracias a él podrá tener la esperanza de acceder a una casta superior a la suya, milagro que no recompensará el trabajo de toda su vida. Pero semejante esperanza es nefasta, porque divide sus energías y sus intereses (4); se trata de una división que tal vez sea para la mujer la más grave desventaja. Los padres aún educan a la hija con vistas al matrimonio más que propician su desarrollo personal, y la hija ve en ello tantas ventajas {160}, que llega a desearlo ella misma; resulta así que, a menudo, está menos especializada, menos sólidamente formada que sus hermanos, se entrega menos totalmente a su profesión; de ese modo, se condena a permanecer inferior; y el círculo vicioso se cierra: esa inferioridad refuerza su deseo de hallar marido.

Todo beneficio tiene siempre la contrapartida de una carga; pero si las cargas son demasiado pesadas, el beneficio solo se presenta como una servidumbre; para la mayoría de los trabajadores, el trabajo es una ingrata prestación personal de tipo feudal, y para la mujer no está compensado por una conquista concreta de su dignidad social, de su libertad de costumbres, de su autonomía económica; por tanto, es natural que multitud de obreras y empleadas no vean en el derecho al trabajo más que una obligación de la cual las libraría el matrimonio. No obstante, por el hecho de que haya adquirido conciencia de sí misma y de que también pueda emanciparse del matrimonio por medio del trabajo, la mujer ya no acepta dócilmente la sujeción. Lo que ella desearía es que la conciliación de la vida familiar con un oficio no le exigiese agotadoras acrobacias. Aun así, y en tanto que subsistan las tentaciones de la facilidad -en virtud de la desigualdad económica que proporciona ventajas a ciertos individuos y del derecho reconocido a la mujer de venderse a uno de esos privilegiados-, necesitará un esfuerzo moral más grande que el hombre para elegir el camino de la independencia. Todavía no se ha comprendido lo suficiente que la tentación es también un obstáculo, y uno de los más peligrosos. Aquí la mujer, además, se engaña, porque de hecho solo habrá una ganadora entre millares en la lotería del matrimonio ideal.

La época actual invita a las mujeres al trabajo, incluso las obliga a ello, pero hace brillar a sus ojos verdaderos paraísos de ociosidad y delicias, exaltando a las elegidas muy por encima de las que permanecen clavadas a este mundo terrestre. (1) Al menos, según la doctrina oficial. (2) En los países anglosajones, la prostitución no ha estado jamás reglamentada. Hasta 1900 el derecho consuetudinario inglés y norteamericano no la consideraba delito, salvo en el caso de que promoviese escándalo y crease desorden. Desde entonces la represión se ha ejercido con más o menos rigor, con más o menos éxito, en Inglaterra y en los diferentes Estados de Estados Unidos de América, cuyas legislaciones son muy diversas respecto a este punto. En Francia, a raíz de una prolongada campaña abolicionista, la ley de 13 de abril de 1946 ha ordenado el cierre de las casas de tolerancia y el reforzamiento de la lucha contra el proxenetismo: «Considerando que la existencia de esas casas es incompatible con los principios esenciales de la dignidad humana y el papel que a la mujer corresponde en la sociedad moderna...» Sin embargo, no por ello continúa ejerciéndose menos la prostitución. 69 69 Evidentemente, no será con medidas hipócritas y negativas como podrá modificarse la situación. (3) Véase PHILIPP WYLLIE: Génération de Vipères. (4) Volveremos a ocuparnos extensamente de este punto en el volumen II. Los privilegios económicos detentados por los hombres, su valor social, el prestigio del matrimonio, la utilidad de un apoyo masculino, todo empuja a las mujeres a desear ardientemente agradar a los hombres. En conjunto, todavía se {161} hallan en situación de vasallaje. De ello se deduce que la mujer se conoce y se elige, no en tanto que existe por sí, sino tal y como el hombre la define. Por consiguiente, tenemos que describirla en principio tal y como los hombres la sueñan, ya que su ser-para-los-hombres es uno de los factores esenciales de su condición concreta {162}.