Master Sexologia LLeida

Master Sexologia Online

INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS SEXOLÓGICOS I.S.E.S.

Secció 1ª del Registre de Barcelona. Nº d'Inscripció : 37932 ©

Coordina Xavier Conesa. Psicòleg - Sexòleg Col. nº 4.977 BARCELONA

Formación en Sexologia (Master Online):

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Formación on line de Sexologia. Formación Complementaria para estudiantes de Psicologia o Psicólogos (o estudios afines) para el ejercicio de la Sexologia.

Reconocimientos Institucionales: Departament de Salut de la Genetalitat de Catalunya

info: conesa@gmail.com

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PROGRAMACION ON-LINE:

MASTER EN SEXOLOGIA on line

Para estudiantes de Psicología, Medicina i estudios afines, Licenciados o Diplomados. Estudiantes en general.

-Màximos Reconeixementos Institucionales-

INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS SEXOLÓGICOS I.S.E.S.

Reconocimientos:

Generalitat de Catalunya

(Registre 9002S/4545/2009)

Ministerio de Sanitadad como Formación Continuada (Contenidos)

(Exp. 99-068-08/0002-A)

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Precio: 500 €

- Se aceptan pagos fraccionados a lo largo de lo que dure el Máster. A título orientativo la duración mínima es de 3 meses y la máxima de 9 meses.

El primer pago coincidiendo con el inicio del Máster será de un mínimo de 200 € -

Forma de pago:

Ingreso Bancario

Cta. Cte.: Banco de Sabadell: ES96 0081 0096 8100 0110 9411

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Xavier Conesa Lapena . DNI 37681799W Sant Fost

INICIO: Al no ser presencial, matriculaciones permanentes.

METODOLOGIA: Envio de Bibliografia básica. Le indicaremos los dos libros básicos que debe comprar sobre Terapia Sexual. Control del aprendizaje y asmilación de contenidos a través de 15/20 trabajos propuestos.

Envio por mail de los temas desarrollados por escrito. Presentacion de un trabajo final de tematica y extensión acordada entre el alumno y el ISES.

DURACION: Indeterminada (al ser on line). A título orientativo, entre 3y 9 meses aprox.

TITULACION: Tal como se espacifica anteriormente: "Master en Sexologia del Instituto Superior de Estudios Sexológicos (ISES), con el Reconocimiento del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya. Además, la Institución ISES cuenta con los reconocimientos y colaboraciones de:

- Ministerio de Sanidad y Consumo Actividad Acreditada por la Comisión de Formación Continuada - Generalitat de Catalunya.Departament de SalutReconeixement d' Interès Sanitari per l'Institut d'Estudis de la Salut - Colegi Oficial de PsicòlegsActividad Reconocida de Interès Tcnico - Profesional por el COPCV - Universitat de Barcelona Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat de Girona Crèdits de Lliure Elecció -Universitat Ramon LLull Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat Oberta de Catalunya Conveni de col.laboració a través del Pràcticum

CONTENIDOS:

  1. 1. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Falta de Erección.
  2. 2. Disfunciones Sexuales Femeninas. La Falta de Deseo sexual.
  3. 3. Estudio del Vaginismo
  4. 4. La Complejidad Sexual. Las Parafilias
  5. 5. Generalización de los Transtornos Sexuales
  6. 6. Estudio del Orgasmo y sus Disfunciones
  7. 7. Evaluación de las Disfunciones Sexuales en General
  8. 8. El Diagnostico en Sexualidad
  9. 9. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Eyaculación Precoz
  10. 10. La Entrevista Psico-Sexual
  11. 11. El Encuadre Terapeutico .La actitud del Terapeuta
  12. 12. Farmacologia y Sexologia
  13. 13. Sesión de Devolución. Entrevista clarificadora
  14. 14. Trabajo Final de libre elecció

Formación y Titulación Propia del Instituto Superior de Estudios Sexológicos I.S.E.S

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(Se aceptan pagos fraccionados a lo largo del Master)

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PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Cuanto dura el Master?

Entre 5 y 6 meses

Como lo debo pagar?

200€ al empezar, 200€ a la mitad de la formación y 100€ al final

Se puede ejercer la Sexologia al finalizar?

No existe la Facultad de Sexologia, como si existe la de Medicina, Psicologia, Biologia, etc..

Los Sexólogos han realizado formaciones diversificadas para completar sus estudios, ya sean en el ámbito privado o público. Y esta formación es una de ellas.

Que reconocimientos tiene?

Lo encontrará en esta web y también clicando aquí. Especialmente dispone en el año 2009 el Reconocimiento de Interés Sanitario de la Generalitat de Catalunya. ISES como entidad, dispone de mas reconocimientos.

Que estudios previos se requieren?

Sencillamente, ser Universitario o haber finalizado la formación.

Los libros los envian Vds.?

En el primer mail que le enviemos recibirá un listado de libros. Los dos obligatorios los puede conseguir on line sin ningún problema, si no están disponibles en su población.

Habrá clases presenciales?

No, toda la formación se realiza a distancia.

Habrá exámenes?

No, tiene que realizar 14 trabajos que tiene que ser debidamente aceptados. Los enviará por mail a: conesa@gmail.com. Al dar por valido su trabajo, le enviamos el siguiente.

Como puedo pagarlo?

Generalmente desde España se paga por ingresos bancarios y desde América a través de Western Union. Se pueden concretar otras formulas. En esta web encontrará los detalles.

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Hubiera cabido esperar que la Revolución cambiase la suerte de la mujer. Pero no fue así. Esa revolución burguesa se mostró respetuosa con las instituciones y los valores burgueses, y fue hecha casi exclusivamente por los hombres. Importa subrayar que, durante todo el Antiguo Régimen, fueron las mujeres de las clases trabajadoras quienes conocieron, en tanto que sexo, la mayor independencia. La mujer tenía derecho a regentar un comercio y poseía todas las condiciones necesarias para el ejercicio autónomo de su oficio. Participaba en la producción a título de costurera, lavandera, pulidora, revendedora, etc.; trabajaba a domicilio y en pequeñas empresas; su independencia material le permitía una gran libertad de costumbres: la mujer del pueblo puede salir, frecuentar las tabernas, disponer de su cuerpo más o menos como un hombre; es la asociada de su marido y su igual. La opresión la padece en el plano económico, no en el sexual. En el campo, la campesina toma parte considerable en el trabajo rural; es tratada como una sirviente; a menudo no come en la misma mesa que el marido y los hijos, trajina más duramente que ellos, y las cargas de la {117} maternidad aumentan sus fatigas.

Pero, siendo necesaria para el hombre, lo mismo que en las antiguas sociedades agrícolas, es también respetada; los bienes de todos ellos, sus intereses, sus preocupaciones, son comunes; la mujer ejerce en la casa una gran autoridad. Fueron estas mujeres quienes, desde el seno de su dificil existencia, hubieran podido afirmarse como personas y exigir derechos; pero una tradición de timidez y sumisión pesaba sobre ellas: los cahiers de los Estados Generales no presentan sino un número casi insignificante de reivindicaciones femeninas; tales reivindicaciones se limitaban a lo siguiente: «Que los hombres no puedan ejercer los oficios que son patrimonio de las mujeres.» Y, ciertamente, se ve a las mujeres al lado de sus hombres en las manifestaciones y motines; son ellas quienes van a buscar a Versalles «al panadero, a la panadera y al pinche». Pero no ha sido el pueblo quien ha dirigido la empresa revolucionaria, y no es él quien recoge sus frutos. En cuanto a las burguesas, algunas se unen con ardor a la causa de la libertad: madame Roland, Lucile Desmoulins, Théroigne de Méricourt; una de ellas influyó profundamente en el curso de los acontecimientos: Charlotte Corday al asesinar a Marat. Hubo algunos movimientos feministas. Olympe de Gouges propuso, en 1789, una «Declaración de los Derechos de la Mujer» simétrica a la «Declaración de los Derechos del Hombre», en la cual pedía que fuesen abolidos todos los privilegios masculinos. En 1790 se encuentran las mismas ideas en la Motion de la pauvre Jacotte y en otros libelos análogos; pero, a pesar del apoyo de Condorcet, tales esfuerzos abortan, y Olympe perece en el cadalso. Junto al periódico L'Impatient fundado por ella, aparecen otras hojas, pero su duración es efímera. Los clubs femeninos se fusionan en su mayor parte con los clubs masculinos y son absorbidos por ellos. Cuando el 28 brumario de 1793 la actriz Rose Lacombe, presidente de la Sociedad de Mujeres Republicanas y Revolucionarias, acompañada por una diputación de mujeres, fuerza la entrada en el Consejo general, el procurador Chaumette hace resonar en la asamblea palabras que parecen inspiradas en San Pablo y Santo Tomás {118}: «¿Desde cuándo está permitido a las mujeres abjurar de su sexo y convertirse en hombres?... [La Naturaleza] ha dicho a la mujer: "Sé mujer. Los cuidados de la infancia, los detalles 48 48 domésticos, las diversas inquietudes de la maternidad: he ahí tus labores".»

Se les prohibe la entrada en el Consejo e incluso en los clubs donde ellas hacían su aprendizaje político. En 1790 se suprimen el derecho de primogenitura y el privilegio de masculinidad; los jóvenes de ambos sexos se han hecho iguales en materia de sucesión; en 1792 una ley establece el divorcio y, en su virtud, atenúa el rigor de los lazos matrimoniales; pero estas no fueron más que exiguas conquistas. Las mujeres de la burguesía estaban demasiado integradas en la familia para conocer entre ellas una solidaridad concreta; no constituían una casta separada susceptible de imponer reivindicaciones: económicamente, su existencia era parasitaria. De modo que mientras las mujeres que, pese a su sexo, hubieran podido participar en los. acontecimientos, se veían impedidas de hacerlo en tanto que clase; las de la clase actuante estaban condenadas a permanecer apartadas en tanto que mujeres. Solo cuando el poder económico caiga en manos de los trabajadores, le será posible a la mujer trabajadora conquistar funciones que la mujer parásita, noble o burguesa, no ha logrado jamás. Durante la liquidación de la Revolución, la mujer disfruta de una libertad anárquica. Pero, al reorganizarse la sociedad, vuelve a ser duramente esclavizada. Desde el punto de vista feminista, Francia estaba más avanzada que los demás países; pero, para desdicha de la francesa moderna, su estatuto se decidió en tiempos de dictadura militar; el código napoleónico, que determinó su suerte durante un siglo, retardó muchísimo su emancipación. Como todos los militares, Napoleón solo quiere ver en la mujer una madre; sin embargo, heredero de una revolución burguesa, no pretende quebrar la estructura de la sociedad y dar a la madre la preeminencia sobre la esposa: prohibe la indagación de la paternidad; y define con dureza la condición de la madre soltera y la del hijo natural. La mujer casada, empero, no encuentra recursos en su dignidad de madre; la paradoja {119} feudal se perpetúa. La madre soltera y la esposa son privadas de la cualidad de ciudadanas, lo cual les prohibe funciones tales como la profesión de abogado y el ejercicio de la tutela. En cambio, la mujer soltera goza de la plenitud de sus derechos civiles, mientras que el matrimonio conserva el mundium. La mujer debe obediencia al marido; este puede hacer que la condenen a reclusión en caso de adulterio y obtener el divorcio contra ella; si mata a la culpable sorprendida en flagrante delito, es excusable a los ojos de la ley; en cambio el marido no es susceptible de ser multado sino en el caso de que lleve una concubina al domicilio conyugal, y solamente en ese caso puede la mujer obtener el divorcio contra él. Es el hombre quien fija el domicilio conyugal y tiene sobre los hijos muchos más derechos que la madre; y, salvo en el caso en que la mujer dirija una empresa comercial, su autorización es necesaria para que ella pueda obligarse.

El poder marital se ejerce rigurosamente sobre la persona de la esposa y sobre sus bienes al mismo tiempo. Durante todo el siglo XIX, la jurisprudencia no hace más que reforzar los rigores del código, privando a la mujer, entre otros, de todo derecho de enajenación. En 1826, la Restauración abolió el divorcio; la Asamblea constituyente de 1848 se negó a restablecerlo, y no reapareció hasta 1884; todavía es muy difícil de obtener. Esto se debe a que la burguesía nunca ha sido tan poderosa, y, sin embargo, comprende las amenazas que implica la Revolución Industrial; por eso se afirma con inquieta autoridad. La libertad de espíritu heredada del siglo XVIII no lesiona la moral familiar, que sigue siendo igual que la definían en los comienzos del siglo XIX los pensadores reaccionarios Joseph de Maistre y Bonald. Fundan estos en la voluntad divina el valor del orden y reclaman una sociedad rigurosamente jerarquizada; la familia, célula social indisoluble, será el microcosmos de la sociedad. «El hombre es para la mujer lo que la mujer es para el niño; o el poder es para el ministro lo que el ministro es para el individuo», dice Bonald. Así, pues, el marido gobierna, la mujer administra y los hijos obedecen. El divorcio, por supuesto, está prohibido, y la {120} mujer es confinada al hogar. «Las mujeres pertenecen a la familia y no a la sociedad política, y la Naturaleza las ha hecho para los cuidados domésticos y no para las funciones públicas», agrega Bonald. En la familia, que Le Play definió hacia mediados de siglo, esas jerarquías son respetadas. 49 49 De manera un poco diferente, Auguste Comte reclama también la jerarquía de los sexos; existen entre ellos «diferencias radicales, físicas y morales a la vez, que en todas las especies animales, y sobre todo en la raza humana, los separan profundamente». La feminidad es una especie de «infancia continua» que aleja a la mujer del «tipo ideal de la raza». Ese infantilismo biológico se traduce en una debilidad intelectual; el papel de ese ser puramente afectivo es el de esposa y ama de casa; no podría competir con el hombre: «ni la dirección ni la educación le convienen». Como en el caso de Bonald, la mujer está confinada a la familia, y, en esta sociedad en miniatura, el padre gobierna, porque la mujer es «incapaz de todo gobierno, incluso del doméstico»; administra solamente y aconseja. Su instrucción debe ser limitada. «Las mujeres y los proletarios no pueden ni deben convertirse en autores, tanto más cuanto que no lo quieren.»

Y Comte prevé que la evolución de la sociedad llevará a la supresión total del trabajo femenino fuera de la familia. En la segunda parte de su obra, Comte, influido por su amor hacia Clotilde de Vaux, exalta a la mujer hasta convertirla casi en una divinidad, la emancipación del gran ser; será a ella a quien, en el templo de la Humanidad, la religión positivista propondrá a la adoración del pueblo; pero solo por su moralidad merece ella ese culto; en tanto que el hombre actúa, ella ama: la pureza y el amor la hacen aquí superior al hombre; es más profundamente altruista que él. Pero, de acuerdo con el sistema positivista, no por ello permanece menos encerrada en la familia; el divorcio le está prohibido, y hasta seria deseable que su viudedad fuese eterna; no tiene ningún derecho económico ni político; no es más que esposa y educadora. De una manera más cínica, Balzac expresa el mismo ideal. «El destino de la mujer y su gloria única consisten en hacer {121} latir el corazón de los hombres -escribe en su Physiologie du mariage-. La mujer es una propiedad que se adquiere por contrato; es un bien mobiliario, porque la posesión vale título; en fin, hablando con propiedad, la mujer no es sino un anexo del hombre.» Aquí se hace Balzac portavoz de la burguesía, cuyo antifeminismo redobla su virulencia como reacción contra las licencias del siglo XVIII y contra las ideas progresistas que la amenazan. Después de exponer luminosamente en el comienzo de la Physiologie du mariage que la institución del matrimonio, de la que está excluido el amor, conduce necesariamente a la mujer al adulterio, Balzac exhorta al esposo a mantenerla en una sujeción total si quiere evitar el ridículo del deshonor. Hay que negarle la instrucción y la cultura, prohibirle todo cuanto podría permitirle desarrollar su individualidad, imponerle ropas incómodas, animarla para que siga un régimen conducente a la anemia. La burguesía sigue exactamente ese programa; las mujeres quedan esclavizadas en la cocina, en la casa, se vigila celosamente sus costumbres; se las encierra en los ritos de un saber vivir que traba toda tentativa de independencia. En compensación, se les rinden honores, se las rodea de las más exquisitas cortesías. «La mujer casada es una esclava a quien hay que saber sentar en un trono», dice Balzac; está convenido que, en toda circunstancia insignificante, el hombre debe desaparecer discretamente ante ellas, debe cederles el primer puesto; en lugar de hacerles transportar fardos, como en las sociedades primitivas, se procura solícitamente descargarlas de toda tarea penosa y de toda preocupación, lo cual equivale también a librarlas de toda responsabilidad. Se espera que, así burladas y seducidas por la comodidad de su posición, acepten el papel de madres y amas de casa al que se las quiere reducir. Y el hecho es que la mayoría de las mujeres de la burguesía capitulan. Como su educación y su situación parasitaria las colocan bajo la dependencia del hombre, ni siquiera se atreven a presentar reivindicaciones, y las que tienen audacia suficiente para hacerlo, apenas encuentran eco.

«Es más fácil cargar de cadenas a las gentes que quitárselas si esas cadenas proporcionan {122} alguna consideración», ha dicho Bernard Shaw. La mujer burguesa se atiene a sus cadenas, porque se atiene a sus privilegios de clase. Se le explica incansablemente, y ella lo sabe, que la emancipación de las mujeres sería un debilitamiento de la sociedad burguesa; liberada del varón, estaría condenada al trabajo; puede que lamente no tener sobre la propiedad privada más que derechos subordinados a los de su marido, pero aún deploraría más el que esa propiedad privada fuese abolida; no siente ninguna solidaridad con respecto a las mujeres de 50 50 la clase obrera: está mucho más cerca de su marido que de las trabajadoras de la industria textil. Y hace suyos sus intereses. Sin embargo, esas obstinadas resistencias no pueden impedir la marcha de la Historia; el advenimiento del maquinismo arruina la propiedad de bienes raíces, provoca la emancipación de la clase laboriosa y, correlativamente, la de la mujer. Todo socialismo, el arrancar a la mujer de la familia, favorece su liberación: soñando con un régimen comunitario, Platón prometía en el mismo a las mujeres una autonomía análoga a la que gozaban en Esparta. Con los socialismos utópicos de Saint-Simon, Fourier y Cabet nace la utopía de la «mujer libre». La idea sansimoniana de asociación universal exige la supresión de toda esclavitud: la del obrero y la de la mujer; precisamente porque las mujeres son seres humanos como los hombres es por lo que Saint-Simon y después de él, Leroux, Pecqueux y Carnot, reclaman su manumisión. Por desgracia, esta razonable tesis no es la que mayor crédito encuentra en la escuela, donde se exalta a la mujer en nombre de su feminidad, lo cual constituye el medio más seguro de hacerle un flaco servicio. So pretexto de que la unidad social es la pareja, el padre Enfantin quiere introducir una mujer en cada pareja directora, a la que él llama pareja-sacerdotisa; de una mujer-mesías espera el advenimiento de un mundo mejor, y los Compañeros de la Mujer embarcan para Oriente en busca de ese salvador-hembra. Está influido por Fourier, que confunde la manumisión de la mujer con la rehabilitación de la carne; Fourier reclama para todo individuo la libertad de obedecer {123} a la atracción pasional; quiere reemplazar el matrimonio por el amor; no es en su persona, sino en su función amorosa, como considera a la mujer.

También Cabet promete que el comunismo icariano realizará una completa igualdad de los sexos, aunque no concede a las mujeres sino una participación restringida en la vida política. En realidad, las mujeres no ocupan más que un lugar secundario en el movimiento sansimoniano: solamente Claire Bazard, que funda y hace vivir durante un breve período de tiempo el periódico titulado La Femme Nouvelle, desempeña un papel bastante importante. A continuación, aparecen otras muchas y pequeñas revistas, pero sus reivindicaciones son tímidas; piden la educación de la mujer más que su emancipación; Carnot y después Legouvé se preocupan por elevar la instrucción de las mujeres. La idea de la mujer asociada, de la mujer regeneradora, se mantiene a través de todo el siglo XIX; esa idea se encuentra de nuevo en Víctor Hugo. Pero esas doctrinas desacreditan más bien la causa de la mujer, ya que en lugar de asimilarla al hombre la oponen a él, puesto que le reconocen sentimiento, intuición, pero no razón. También la torpeza de sus partidarios la desacredita. En 1848 las mujeres fundan clubs, periódicos; Eugénie Niboyer edita la Voix des Femmes, periódico en el que colabora Cabet. Una delegación femenina acudió al Ayuntamiento para reivindicar «los derechos de la mujer», pero no obtuvo nada. En 1849, Jeanne Decoin presentó su candidatura para la Diputación, e inició una campaña electoral que zozobró en el ridículo. También el ridículo mató el movimiento de las «Vesubianas» y de las «Bloomeristas», que se paseaban con extravagantes indumentarias. Las mujeres más inteligentes de la época permanecen al margen de estos movimientos: madame de Staël había luchado por su propia causa más bien que por la de sus hermanas; George Sand reclama el derecho al amor libre, pero rehusa colaborar en la Voix des Femmes; sus reivindicaciones son, sobre todo, sentimentales. Flora Tristan cree en la redención del pueblo por la mujer, pero le interesa más la emancipación de la clase obrera que la de su {124} sexo. David Stern y madame de Girardin se asocian, sin embargo, al movimiento feminista. En general, el movimiento reformista que se desarrolla en el siglo XIX es favorable al feminismo por el hecho de que busca la justicia en la igualdad. Hay una notable excepción: la de Proudhon.

Sin duda a causa de sus raíces campesinas, reacciona violentamente contra el misticismo sansimoniano; se muestra partidario de la pequeña propiedad y, al mismo tiempo, confina a la mujer en el hogar. «Ama de casa o cortesana», he ahí el dilema en que la encierra. Hasta entonces, los ataques contra el feminismo habían partido de los conservadores, que 51 51 combatían al socialismo con la misma aspereza: el Charivari, entre otros, encontraba en ese campo una inagotable fuente de cuchufletas; y es Proudhon quien rompe la alianza entre el feminismo y el socialismo; protesta contra el banquete de mujeres socialistas presidido por Leroux, fulmina rayos y centellas contra Jeanne Decoin. En la obra titulada La justice, sostiene que la mujer debe permanecer bajo la dependencia del hombre; solamente este cuenta como individuo social; en la pareja no existe una asociación, lo que supondría la igualdad, sino una unión; la mujer es inferior al hombre, primero, porque su fuerza física solo representa los dos tercios de la del varón, y, luego, porque es intelectual y moralmente inferior en la misma medida: su valor, en conjunto, es de 2 x 2 x 2 frente a 3 x 3 x 3, es decir, lbs 8/27 del valor del sexo fuerte. Dos mujeres, madame Adam y madame D'Héricourt, le replicaron, una con firmeza, la segunda con exaltación menos afortunada, y Proudhon aprovehó la ocasión para contestar con su Pornocratie ou la femme dans les temps modernes. Sin embargo, como todos los antifeministas, dirige ardientes letanías a la «verdadera mujer», esclava y espejo del hombre; a despecho de esta devoción, él mismo tuvo que reconocer que la vida que impuso a su propia esposa no la hizo feliz: las cartas de madame Proudhon no son más que un largo lamento. Sin embargo, no son estos debates teóricos los que influyen en el curso de los acontecimientos: más bien los reflejan con vacilación. La mujer reconquista una importancia económica {125} que había perdido desde las épocas prehistóricas, ya que se escapa del hogar y desempeña en la fábrica una parte específica en la producción. Es la máquina la que permite esta revolución, puesto que la diferencia de fuerza física entre trabajadores masculinos y femeninos se encuentra anulada en gran número de casos. Como el brusco impulso de la industria exige una mano de obra más considerable que la que proporcionan los trabajadores masculinos, la colaboración de las mujeres se hace necesaria. He ahí la gran revolución que transforma en el siglo XIX la suerte de la mujer y abre para ella una nueva era. Marx y Engels miden todo el alcance de la misma y prometen a las mujeres una liberación implícita en la del proletariado. En efecto, «la mujer y el trabajador tienen en común que ambos son oprimidos», dice Bebel.

Y ambos escaparán juntos a la opresión gracias a la importancia que adquirirá su trabajo productor a través de la evolución técnica. Engels demuestra que la suerte de la mujer está estrechamente ligada a la historia de la propiedad privada; una catástrofe ha sustituido el régimen de derecho materno por el patriarcado y ha esclavizado a la mujer al patrimonio; pero la Revolución Industrial es la contrapartida de ese fracaso y desembocará en la emancipación femenina. Escribe Engels: «La mujer no puede ser emancipada más que cuando participe en gran medida social en la producción y no sea ya reclamada por el trabajo doméstico sino en una medida insignificante. Y esto no ha sido posible más que en la gran industria moderna, que no solo admite en gran escala el trabajo de la mujer, sino que lo exige formalmente.» En los comienzos del siglo XIX, la mujer era más vergonzosamente explotada que los trabajadores del sexo contrario. El trabajo a domicilio constituía lo que los ingleses llaman el sweating system; a despecho de una labor continua, la obrera no ganaba lo suficiente para subvenir a sus necesidades. Jules Simon, en L'ouvrière, e incluso el conservador Leroy-Beaulieu, en Le travail des femmes au XIXe, publicado en 1873, denuncian odiosos abusos; este último declara que más de doscientas mil obreras francesas no ganaban cincuenta céntimos por día. Se comprende que se {126} apresurasen a emigrar a las manufacturas; por lo demás, pronto no les quedó, fuera de los talleres, más oficios que los de la aguja, el lavado de ropa y las faenas domésticas, todos ellos oficios de esclavas pagados con salarlos de hombre; hasta los encajes, los géneros de punto, etc., son acaparados por la fábrica; como desquite, hay ofertas de empleo masivo en las industrias del algodón, la lana y la seda; las mujeres son utilizadas, sobre todo, en los talleres de hilado y tejido. Los patronos las prefieren frecuentemente a los hombres. «Trabajan mejor y más barato.» Esta cínica fórmula esclarece el drama del trabajo femenino. Porque ha sido a través del trabajo como la mujer ha conquistado su dignidad de ser humano; pero fue una conquista singularmente dura y lenta. Los trabajos de hilado y tejido se realizan en condiciones higiénicas lamentables.

«En Lyon 52 52 -escribe Blanqui-, en los talleres de pasamanería, algunas mujeres se ven obligadas a trabajar casi suspendidas de correas, sirviéndose a la vez de las manos y los pies.» En 1831, las obreras de la seda trabajaban en verano desde las tres de la mañana hasta la noche, y en invierno desde las cinco de la madrugada hasta las once de la noche, es decir, dieciocho horas por día, «en talleres frecuentemente insanos -dice Norbert Truquin-, donde jamás penetran los rayos del sol. La mitad de esas jóvenes enferman del pecho antes que termine su aprendizaje. Y cuando se quejan, las acusan de hacer muecas» (1). Además, los encargados abusan de las jóvenes obreras. «Para conseguir sus propósitos, recurrían a los medios más repulsivos: la necesidad y el hambre», dice el autor anónimo de La vérité sur les événements de Lyon. Sucede también que las mujeres añaden el trabajo agrícola al de la fábrica. Se las explota cínicamente. Cuenta Marx en una nota de El capital: «El fabricante M. E. me hizo saber que en sus telares mecánicos solamente empleaba mujeres, y que daba preferencia a las casadas, y, entre estas, a las que tenían en casa una familia que {127} mantener, porque ponían mucha más atención y mostraban más docilidad que las solteras, ya que tenían que trabajar hasta el agotamiento de sus fuerzas para procurar a los suyos los medios de subsistencia indispensables. Así es -añade Marx- cómo son falsedades las cualidades propias de la mujer en detrimento suyo y cómo todos los elementos morales y delicados de su naturaleza se transforman en medios para esclavizarla y hacerla sufrir.» Resumiendo El capital y comentando a Bebel, escribe G. Derville: «Animal de lujo o animal de carga, he ahí lo que es casi exclusivamente hoy la mujer. Entretenida por el hombre cuando no trabaja, sigue siéndolo también cuando se mata trabajando.» La situación de la obrera era tan lamentable, que Sismondi y Blanqui piden que se prohiba a las mujeres el acceso a los talleres. La causa de ello, en parte, consiste en que las mujeres no supieron en principio defenderse y organizarse en sindicatos. Las «asociaciones» femeninas datan de 1848, y, al principio, eran asociaciones de producción. El movimiento progresó con extremada lentitud, como se ve por las siguientes cifras: (1) N. TRUQUIN: Mémoires et aventures d'un prolétaire. Citado según E. DOLLÉANS: Histoire du Mouvernent ouvrier, tomo I. En 1905 hay 69.405 mujeres en un total de 781.392 sindicados. En 1908 hay 88.906 mujeres en un total de 957.120 sindicados. En 1912 hay 92.336 mujeres en un total de 1.064.413 sindicados. En 1920 hay 239.016 obreras y empleadas sindicadas sobre un total de 1.580.967 trabajadores, y entre las trabajadoras agrícolas solamente 36.193 sindicadas de 1.083.957, es decir, en total 292.000 sindicadas en un conjunto de 3.076.585 trabajadores sindicados. Es una tradición de resignación y sumisión, una falta de solidaridad y de conciencia colectiva, que las deja desarmadas ante las nuevas posibilidades que se abren ante ellas. De esta actitud resulta que el trabajo femenino no ha sido reglamentado sino lenta y tardíamente. Hay que esperar hasta 1874 para que la ley intervenga; y aun así, a despecho de las campañas desarrolladas bajo, el Imperio, solo hay dos {128} disposiciones relativas a las mujeres; una de ellas prohibe el trabajo nocturno a las menores de edad y exige que se les conceda descanso los domingos y días feriados; su jornada de trabajo queda limitada a doce horas; en cuanto a las mujeres de más de veintiún años, la ley se limita a prohibirles el trabajo subterráneo en las minas y canteras.

La primera carta del trabajo femenino data del 2 de noviembre de 1892; prohibe el trabajo nocturno y limita la jornada en las fábricas, pero deja la puerta abierta a todos los fraudes. En 1900 se limita la jornada a diez horas; en 1905 se hace obligatorio el descanso semanal; en 1907 la trabajadora obtiene la libre disposición de sus ingresos; en 1909 se garantizan vacaciones pagadas a las mujeres embarazadas; en 1911 se vuelven a poner en vigor imperativamente las disposiciones de 1892; en 1913 se reglamentan 53 53 las modalidades concernientes al reposo de las mujeres antes y después del parto, y se les prohiben los trabajos peligrosos y excesivos. Poco a poco, se va formando una legislación social y el trabajo femenino se rodea de garantías de higiene: se exigen asientos para las vendedoras, se prohibe la prolongada permanencia en los mostradores exteriores, etc. La Oficina Internacional del Trabajo ha logrado convenios internacionales relativos a las condiciones sanitarias del trabajo femenino, los permisos a otorgar en caso de embarazo, etc. Una segunda consecuencia de la resignada inercia de las trabajadoras fueron los salarios con que debieron contentarse. La razón de que los salarios femeninos hayan sido fijados a un nivel tan bajo es un fenómeno respecto al cual se han propuesto diversas explicaciones y que depende de un conjunto de factores. No basta decir que las necesidades de las mujeres son menores que las de los hombres: eso no es más que una justificación posterior. Más bien, como se ha visto, las mujeres no han sabido defenderse contra sus explotadores; tenían que afrontar la competencia de las prisiones que lanzaban al mercado productos fabricados sin gastos de mano de obra, y también se hacían competencia unas a otras. Preciso es tener en cuenta, además, que en el seno de una sociedad en la que subsiste la comunidad conyugal {129} es donde la mujer trata de emanciparse por el trabajo: ligada al hogar del padre, del marido, lo más frecuente es que se contente con llevar a la casa una ayuda; trabaja fuera de la familia, mas para la familia; y, como no se trata para la obrera de subvenir a la totalidad de sus necesidades, se ve obligada a aceptar una remuneración muy inferior a la que exige un hombre. Al contentarse un importante número de mujeres con esos salarios rebajados, todo el conjunto del salario femenino se ha alineado de acuerdo con ese nivel, que es el más ventajoso para el empresario. En Francia, según la encuesta llevada a cabo en 1889-1893, por una jornada de trabajo igual a la del hombre, la obrera no percibía más que la mitad del salario masculino. De acuerdo con la encuesta de 1908, los ingresos más elevados de las obreras a domicilio no sobrepasaban los veinte céntimos por hora y descendían hasta los cinco céntimos: a una mujer así explotada le era imposible vivir sin una limosna o un protector.

En Norteamérica, en 1918, la mujer solo percibe la mitad del salario masculino. Hacia esa época, por la misma cantidad de carbón extraída de las minas alemanas, la mujer ganaba, aproximadamente, un 25 por 100 menos que el hombre. Entre 1911 y 1943, los salarios femeninos en Francia subieron algo más rápidamente que los masculinos, pero siguieron siendo netamente inferiores. Si los empresarios acogieron diligentemente a las mujeres a causa de los bajos salarios que estas aceptaban, ese mismo hecho provocó resistencias por parte de los trabajadores masculinos. Entre la causa del proletariado y la de las mujeres, no existe una solidaridad tan inmediata como pretendían Bebel y Engels. El problema se ha presentado un poco de la misma manera que en Estados Unidos de América a propósito de la mano de obra negra. Las minorías más oprimidas de una sociedad son gustosamente utilizadas por los opresores como un arma contra la totalidad de la clase a la cual pertenecen aquellas; al mismo tiempo, aparecen al principio como enemigas, y hace falta una conciencia más profunda de la situación para que los intereses de los negros y los blancos, de las obreras y los obreros, lleguen a coaligarse {130} en vez de oponerse los unos a los otros. Se comprende que los trabajadores masculinos hayan visto, al principio, en esta competencia barata, una temible amenaza y que se hayan mostrado hostiles. Solo cuando las mujeres se han integrado en la vida sindical, han podido defender sus propios intereses y dejar de poner en peligro los de la clase obrera en general. A despecho de todas estas dificultades, la evolución del trabajo femenino ha proseguido. En 1900 todavía se contaban en Francia 900.000 obreras a domicilio, que fabricaban vestidos, artículos de piel y de cuero, coronas fúnebres, sacos, abalorios, artículos de París; pero ese número ha disminuido considerablemente. En 1906, el 42 por 100 de las mujeres en edad de trabajar (entre los dieciocho y los sesenta años) estaban empleadas en la agricultura, la 54 54 industria, el comercio, la banca, los seguros, las oficinas, las profesiones liberales. Ese movimiento fue precipitado en el mundo entero por la crisis de la mano de obra de 1914-1918 y por la última guerra mundial. La pequeña burguesía y la burguesía media se han decidido a seguirlo, y las mujeres han invadido también las profesiones liberales. Según uno de los últimos censos elaborados antes de la última guerra, de la totalidad de mujeres comprendidas entre los dieciocho y los sesenta años de edad, alrededor del 42 por 100 trabajan en Francia; el 37, en Finlandia; el 34'2, en Alemania; el 27'7, en la India; el 26'9, en Inglaterra; el 19'2, en los Países Bajos, y el 17'7 por 100, en Estados Unidos.

En Francia y en la India las cifras son tan elevadas a causa de la importancia del trabajo rural. Si se exceptúa a las campesinas, hay en Francia, en 1940, alrededor de quinientas mil encargadas de establecimientos, un millón de empleadas, dos millones de obreras, millón y medio de retiradas o en paro forzoso. Entre obreras, hay 650.000 domésticas; 1.200.000 trabajan en las industrias de transformación, de ellas 440.000 en la industria textil; 315.000, en la del vestido; 380.000, a domicilio como costureras. En cuanto al comercio, las profesiones liberales y los servicios públicos, Francia, Inglaterra y Estados Unidos ocupan más o menos el mismo lugar {131}. Uno de los problemas esenciales que se plantean a propósito de la mujer, según hemos visto ya, es el de la conciliación de su papel reproductor con su trabajo productivo. La razón profunda que en el origen de la Historia consagra a la mujer a las faenas domésticas y le prohibe participar en la construcción del mundo, es su sometimiento a la función generadora. En las hembras de los animales hay un ritmo entre el celo y las estaciones que asegura la economía de sus fuerzas; por el contrario, entre la pubertad y la menopausia, la Naturaleza no limita la capacidad de gestación de la mujer. Ciertas civilizaciones prohiben las uniones precoces; se citan tribus indias donde se exige que se asegure a las mujeres un reposo de dos años, por lo menos, entre parto y parto; pero en conjunto, y durante numerosos siglos, la fecundidad femenina no ha sido reglamentada. Existen desde la Antigüedad (1) prácticas anticonceptivas, generalmente para uso de la mujer: pociones, supositorios, tampones vaginales; sin embargo, tales prácticas constituían un secreto de prostitutas y médicos; quizá ese secreto fuera conocido por aquellas romanas de la decadencia a quienes los escritores satíricos reprochaban su esterilidad. Sin embargo, la Edad Media las ignoró; no se halla traza de ellas hasta el siglo XVIII. Para multitud de mujeres, la vida en aquella época era una ininterrumpida serie de embarazos; hasta las mujeres de costumbres alegres pagaban con numerosas maternidades sus licencias amorosas. En ciertas épocas, la Humanidad ha experimentado la acuciante necesidad de reducir el número de la población; pero, al mismo tiempo, las naciones temían {132} debilitarse; en las épocas de crisis y de miseria, se lograba una disminución del índice de nacimientos mediante el retraso de la edad de los solteros para contraer matrimonio. La regla general era casarse joven y tener tantos hijos como la mujer pudiese traer al mundo; únicamente la mortalidad infantil reducía el número de los hijos vivos. Ya en el siglo XVII, el abate De Pure (2) protesta contra «la hidropesía amorosa» a la que están condenadas las mujeres; y madame de Sévigné recomienda a su hija que evite embarazos demasiado frecuentes.

Pero es en el siglo XVIII cuando se desarrolla en Francia la tendencia malthusiana. Primero las clases acomodadas y luego el conjunto de la población estiman razonable limitar el número de hijos de acuerdo con los recursos de los padres, y los procedimientos anticonceptivos empiezan a introducirse en las costumbres. En 1778 el demógrafo Moreau escribe: «Las mujeres ricas no son las únicas que consideran la propagación de la especie como un engañabobos de los viejos tiempos; y esos funestos secretos, desconocidos para todo animal que no sea el hombre, han penetrado ya en el campo; se engaña a la Naturaleza hasta en las aldeas.» (1) «La más antigua mención conocida respecto a procedimientos anticonceptivos sería un papiro egipcio del segundo milenio antes de nuestra Era, que recomienda la aplicación vaginal de una extraña mezcla compuesta por excrementos de cocodrilo, miel, natrón y una sustancia gomosa.» (P. ARIÈS: Histoire des populations françaises.) Los médicos persas de la Edad Media conocían treinta y una recetas, de las cuales solamente nueve eran para el hombre. 55 55 Soranos, en la época de Adriano, explica que, en el momento de la eyaculación, la mujer que no desea tener hijos debe «contener la respiración, echar un poco el cuerpo hacia atrás, con objeto de que el semen no penetre en el os uteri, levantarse inmediatamente, ponerse en cuclillas y provocar estornudos». (2) En la Précieuse, 1656. La práctica del coitus interruptus se extiende primeramente entre la burguesía, después en las poblaciones rurales y entre los obreros; el preservativo, que ya existía como antivenéreo. se convierte en un anticonceptivo que se propaga ampliamente, sobre todo después del descubrimiento de la vulcanización, hacia 1840 (3). En los países anglosajones, se autoriza oficialmente el birth control, y se han descubierto multitud de métodos que permiten disociar estas dos funciones en otro tiempo inseparables: la función sexual y la función reproductora. Los trabajos de la medicina vienesa, al establecer con precisión el mecanismo de la concepción y las condiciones que le son favorables, han sugerido también las maneras de evitarla. En Francia están prohibidas la propaganda {133} anticonceptiva y la venta de pesarios, tampones vaginales, etc.; mas no por eso está menos difundido el birth control. (3) «Hacia 1930, una firma norteamericana vendía veinte millones de preservativos al año. Quince manufacturas norteamericanas producían millón y medio de preservativos por día» (P. Ariès). En cuanto al aborto, no está autorizado en ninguna parte por las leyes. El Derecho romano no acordaba protección especial a la vida embrionaria; no consideraba al nasciturus como un ser humano, sino como una parte del cuerpo materno. Partus antequam edatur mulieris portio est vel viscerum (1). En tiempos de la decadencia, el aborto era una práctica normal, y, cuando el legislador quiso estimular los nacimientos, no se atrevió a prohibirlo. Si la mujer rehusaba el hijo contra la voluntad del marido, este podía hacer que la castigasen: pero era su desobediencia lo que constituía delito. En el conjunto de la civilización oriental y grecorromana, el aborto es admitido por la ley. (1) «Antes de nacer, el niño es una porción de la mujer, una especie de víscera.»

Ha sido el cristianismo el que ha trastocado en este aspecto las ideas morales, al dotar de un alma al embrión; entonces el aborto se convirtió en un crimen contra el feto mismo. «Toda mujer que hace de modo que no pueda engendrar tantos hijos como podría tener, se hace culpable de otros tantos homicidios, lo mismo que la mujer que trata de herirse después de la concepción», dice San Agustín. En Bizancio, el aborto no comportaba sino la relegación temporal; entre los bárbaros, quien practicaba el infanticidio no era censurado más que en el caso de que hubiera sido perpetrado con violencia, contra la voluntad de la madre: se le redimía mediante el pago del precio de la sangre. Los primeros Concilios, sin embargo, decretan contra este «homicidio» las penas más severas, cualquiera que sea la edad presunta del feto. Se plantea, no obstante, una cuestión que fue objeto de infinitas discusiones: ¿en qué momento penetra el alma en el cuerpo? Santo Tomás y la mayor parte de los autores fijaron la animación hacia los cuarenta días para los niños y hacia los ochenta para las niñas; entonces se introdujo una distinción entre el feto animado y el feto inanimado. En el {134} curso de la Edad Media, el libro penitencial declara: «Si una mujer encinta hace perecer su fruto antes de los cuarenta y cinco días, sufrirá una penitencia de un año. Si lo hace al cabo de sesenta días, será de tres años. En fin, si el niño ya está animado, deberá ser tratada como homicida.» No obstante, el libro añade: «Existe gran diferencia entre la mujer pobre que destruye a su hijo por las dificultades que le cuesta alimentarlo y la que no persigue otra finalidad que ocultar el crimen de fornicación.» En 1556, Enrique II publicó un célebre edicto sobre el encubrimiento del embarazo; el simple encubrimiento era castigado con la muerte, y de ello se deducía que, con mayor motivo, la pena debería aplicarse a las maniobras abortivas; en realidad, el edicto 56 56 se dirigía contra el infanticidio, pero fue aprovechado para dictar pena de muerte contra los autores y cómplices del aborto. La distinción entre feto animado e inanimado desapareció hacia el siglo XVIII. Al finalizar el siglo, Beccaria, cuya influencia fue considerable en Francia, postuló en favor de la mujer que rehusa tener hijos. El código de 1791 excusa a esta, pero castiga a sus cómplices a «veinte años de hierro». La idea de que el aborto es un homicidio desaparece en el siglo XIX, cuando más bien se le considera un crimen contra el Estado. La ley de 1810 lo prohibe rotundamente, so pena de reclusión y de trabajos forzados para la mujer y sus cómplices; de hecho, los médicos lo practican siempre que se trata de salvar la vida de la madre. Por lo mismo que la ley es demasiado severa, los propios jurados cesan de aplicarla hacia finales de siglo; no había más que un número ínfimo de arrestos, y se absolvía a las cuatro quintas partes de los acusados.

En 1923, una nueva ley prevé todavía los trabajos forzados para los cómplices y autores de la intervención, pero castiga a la mujer solamente con prisión o multa; en 1939, un nuevo decreto se dirige especialmente contra los técnicos, a quienes no les será ya concedido ningún sobreseimiento. En 1941, el aborto ha sido declarado crimen contra la seguridad del Estado. En los demás países, es un delito sancionado con una pena correccional; en Inglaterra, empero, es un crimen de felony castigado con prisión {135} o trabajos forzados. En general, códigos y tribunales se muestran mucho más indulgentes con la mujer que con los cómplices. La Iglesia, sin embargo, no ha atenuado en nada su rigor. El Código de Derecho Canónico promulgado el 27 de marzo de 1917 declara: «Quienes procuraren el aborto, sin exceptuar a la madre, una vez conseguido su propósito, incurren en excomunión latae sententiae reservada al ordinario.» No se puede alegar ninguna razón, ni siquiera el peligro de muerte que haya corrido la madre. Todavía recientemente el papa ha declarado que, entre la vida de la madre y la del hijo, es preciso sacrificar la primera: en efecto, al estar bautizada, la madre puede ganar el cielo -curiosamente, el infierno jamás interviene en tales cálculos-, mientras que el feto está destinado al limbo a perpetuidad (1). (1) En el volumen segundo volveremos a ocuparnos de la discusión sobre esta actitud. Señalemos únicamente que los católicos están muy lejos de tomar al pie de la letra la doctrina de San Agustín. El confesor susurra a la joven novia, en la víspera de la boda, que puede hacer con su marido no importa qué, siempre que el coito termine «como debe ser»; están prohibidas las prácticas positivas del birth control -comprendido el coitus interruptus-, pero se tiene derecho a utilizar el calendario establecido por los sexólogos vieneses y perpetrar el acto cuyo solo objeto reconocido es el de la generación, en los días en que la concepción le es imposible a la mujer. Hay directores espirituales que incluso comunican este calendario a su grey. La realidad es que hay multitud de «madres cristianas» que solo tienen dos o tres hijos, pese a no haber interrumpido sus relaciones conyugales después del último parto. Solo durante un breve período ha estado oficialmente autorizado el aborto en Alemania antes del nazismo y en la URSS antes de 1936 (2). Sin embargo, y pese a la religión y las leyes, ocupa en todos los países un lugar considerable. En Francia se cuentan todos los años de ochocientos mil a un millón -o sea, tantos como nacimientos-, siendo casadas los dos tercios de las mujeres que los sufren, muchas de las cuales ya han tenido uno o dos hijos.

A despecho de los prejuicios, las resistencias y las supervivencias de una moral caduca, se ha asistido, pues, al paso de una fecundidad libre a una fecundidad dirigida por el Estado o los individuos {136}. (2) Hoy lo está nuevamente (1967). Los progresos de la obstetricia han disminuido considerablemente los riesgos del parto; los dolores del alumbramiento están en camino de desaparecer; en estos días -marzo de 1949-, se ha decretado en Inglaterra el empleo obligatorio de ciertos métodos de anestesia; dichos métodos ya son generalmente aplicados en Estados Unidos y empiezan a difundirse en Francia. Por medio de la inseminación artificial se corona la evolución que permitirá a la 57 57 Humanidad dominar la función reproductora. Tales cambios tienen inmensa importancia, sobre todo para la mujer, que puede reducir el número de sus embarazos, integrarlos racionalmente en su vida, en lugar de ser su esclava. A su vez, la mujer, en el curso del siglo XIX, se emancipa de la Naturaleza, conquista el dominio de su cuerpo. Sustraída en gran parte a las servidumbres de la reproducción, puede asumir el papel económico que se le ofrece y que le asegurará la conquista de su persona toda entera. En virtud de esos dos factores, participación en la producción y manumisión de la esclavitud de la reproducción, se explica la evolución de la condición de la mujer. Como Engels lo previera, su estatuto social y político tenía necesariamente que transformarse. El movimiento feminista esbozado en Francia por Condorcet, en Inglaterra por Mary Wollstonecraft en su obra Vindication of the Rights of Women y adoptado de nuevo por los sansimonianos en los inicios del siglo, no había alcanzado el éxito, puesto que carecía de bases concretas. Actualmente, las reivindicaciones de la mujer van a adquirir todo su peso. Se harán oír en el seno mismo de la burguesía. Como consecuencia del rápido desarrollo de la civilización industrial, la propiedad de bienes raíces se encuentra en retroceso con respecto a la propiedad mobiliaria: el principio de la unidad del grupo familiar pierde su fuerza. La movilidad del capital permite a su tenedor, en lugar de ser poseído por su fortuna, poseerla sin reciprocidad y poder disponer de ella. A través del patrimonio era como la mujer estaba sustancialmente vinculada a su esposo: abolido el patrimonio, los cónyuges no están ya sino yuxtapuestos, y los mismos hijos no constituyen un lazo de {137} una solidez comparable a la del interés. El individuo va a afirmarse así contra el grupo; esta evolución es particularmente espectacular en Norteamérica, donde triunfa la moderna forma del capitalismo: el divorcio florecerá, y marido y mujer no aparecen ya sino como asociados provisionales.

En Francia, donde la población rural es importante, donde el código napoleónico ha puesto bajo tutela a la mujer casada, la evolución será lenta. En 1884 se restablece el divorcio, y la mujer puede obtenerlo en caso de que el marido cometa adulterio; sin embargo, en el terreno penal, se mantiene la diferencia de sexos: el adulterio solo es delito si lo comete la mujer. El derecho de tutela, concedido con restricciones en 1907, no es plenamente conquistado hasta 1917. En 1912 se autoriza la indagación de la paternidad natural. Hay que esperar hasta 1938 y 1942 para ver modificado el estatuto de la mujer casada: entonces se abroga el deber de obediencia, aunque el padre sigue siendo el jefe de la familia; él es quien fija el domicilio, aunque la mujer puede oponerse a su elección si aporta razones válidas; sus facultades han aumentado; sin embargo, en la embrollada fórmula: «La mujer casada tiene plena capacidad de derecho. Esta capacidad solo está limitada por el contrato matrimonial y por la ley», la última parte del artículo contradice a la primera. La igualdad de ambos cónyuges todavía no se ha realizado. En cuanto a los derechos políticos, no sin considerables esfuerzos, se han conquistado en Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

En 1867, Stuart Mill pronunciaba en el Parlamento inglés el primer alegato en favor del voto de la mujer que jamás se haya pronunciado oficialmente. Reclamaba imperiosamente en sus escritos la igualdad de la mujer y el hombre en el seno de la familia y la sociedad. «Estoy convencido de que las relaciones sociales de ambos sexos, que subordinan un sexo al otro en nombre de la ley, son malas en sí mismas y constituyen uno de los principales obstáculos que se opondrán al progreso de la Humanidad; estoy convencido de que deben ceder el sitio a una igualdad perfecta.» A continuación, las inglesas se organizan políticamente bajo la dirección de mistress Fawcett; las francesas {138} se agrupan detrás de María Deraismes, que entre 1868 y 1871 estudia, en una serie de conferencias públicas, la situación de la mujer; sostiene una viva controversia con Alejandro Dumas, hijo, quien aconsejaba al marido traicionado por una esposa infiel: «Mátala.» El verdadero fundador del feminismo fue León Richier, que creó en 1869 los «Droits de la Femme» y organizó el Congreso Internacional de los Derechos de la Mujer, celebrado en 1878. Todavía no se abordó la cuestión del derecho al voto; las mujeres se limitaron a reclamar derechos civiles; durante treinta años, el movimiento siguió siendo tan tímido en Francia como en Inglaterra. Sin embargo, una mujer, Hubertine Auclert, inició una campaña 58 58 sufragista, creó una agrupación denominada el «Sufragio de las Mujeres» y un diario titulado La Citoyenne. Bajo su influencia, se constituyeron numerosas sociedades, pero su acción apenas fue eficaz. Esta debilidad del feminismo tiene su origen en sus divisiones intestinas; a decir verdad, y como ya se ha señalado, las mujeres no son solidarias como sexo: ante todo están ligadas a su clase; los intereses de las burguesas y los de las mujeres proletarias no coinciden. El feminismo revolucionario toma de nuevo la tradición sansimoniana y marxista; preciso es notar, por otra parte, que Louise Michel se pronuncia contra el feminismo porque ese movimiento no hace sino desviar fuerzas que deberían emplearse por entero en la lucha de clases; mediante la abolición del capital, se resolverá favorablemente la suerte de la mujer. En 1879, el Congreso Socialista proclamó la igualdad de los sexos y, desde entonces, ya no volverá a ser denunciada la alianza feminismo-socialismo; pero, puesto que las mujeres esperan la libertad de la emancipación de los trabajadores en general, no se adherirán a su propia causa más que de un modo secundario.

Por el contrario, las burguesas reclaman nuevos derechos en el seno de la sociedad tal cual es y se prohiben a si mismas el ser revolucionarias; desean introducir en las costumbres reformas virtuosas: supresión del alcoholismo, de la literatura pornográfica, de la prostitución. En 1892 se reunió el llamado Congreso Feminista, que dio {139} su nombre al movimiento; de él no salió gran cosa. No obstante, en 1897 se aprueba una ley que permite a la mujer ser testigo ante los tribunales, pero una doctora en Derecho que pretende inscribirse en el Colegio de Abogados ve denegada su solicitud. En 1898 las mujeres obtienen el electorado en el Tribunal de Comercio, el electorado y la elegibilidad en el Consejo Superior del Trabajo, la admisión en el Consejo Superior de Asistencia Pública y en la Escuela de Bellas Artes. En 1900, un nuevo congreso reúne a las feministas; tampoco llega a grandes resultados. Sin embargo, en 1901, Viviani plantea por primera vez en la Cámara la cuestión del voto femenino; por lo demás, propone limitar el sufragio a las solteras y las divorciadas. En ese momento crece la importancia del movimiento feminista. En 1909 se funda la Unión Francesa para el Sufragio de las Mujeres, cuya animadora es madame Brunschwig; organiza conferencias, mítines, congresos, manifestaciones. En 1909, Buisson da un informe sobre una proposición de Dussausoy concediendo a las mujeres derechos electorales para las asambleas locales. En 1910, Thomas presenta una propuesta en favor del sufragio femenino; renovada en 1918, triunfa en 1919 en la Cámara, pero fracasa en 1922 ante el Senado. La situación es bastante compleja. Al feminismo revolucionario, al llamado feminismo independiente de madame Brunschwig, se adjunta un feminismo cristiano: Benedicto XV se pronuncia en favor del voto femenino, en 1919; monseñor Baudrillart y el padre Sertillanges desarrollan una ardiente propaganda en este sentido; los católicos piensan, en efecto, que las mujeres representan en Francia un elemento conservador y religioso; eso es precisamente lo que temen los radicales: la verdadera razón de su oposición estriba en que temen un desplazamiento de votos si permiten votar a las mujeres. En el Senado, muchos católicos, el grupo de Unión Republicana y, por otro lado, los partidos de extrema izquierda, son favorables al voto de las mujeres; pero la mayoría de la asamblea está en contra. Hasta 1932 recurre a procedimientos dilatorios y se niega a discutir las proposiciones relativas al sufragio femenino; en 1932, sin embargo {140}, al aprobar la Cámara, por trescientos diecinueve votos a favor y uno en contra, la enmienda que otorgaba a las mujeres los derechos electorales y la elegibilidad, el Senado abre un debate que dura varias sesiones, al término de las cuales se rechaza la enmienda.

El informe publicado en el Officiel es de lo más significativo; en él se encuentran todos los argumentos que los antifeministas han desarrollado durante medio siglo en obras cuya sola enumeración sería fastidiosa. En primer lugar, vienen los argumentos galantes del género «amamos demasiado a la mujer para permitir que las mujeres voten»; se exalta a la manera de Proudhon a la «verdadera mujer» que acepta el dilema «cortesana o ama de casa»: la mujer perdería su encanto al votar; se halla sobre un pedestal, que no descienda; tiene todo que perder y nada que ganar si se convierte en electora; ya gobierna a los hombres sin necesidad de papeleta electoral, etc. De manera más seria, se invoca el interés de la familia: el lugar de la mujer está en la casa; las discusiones políticas provocarían la discordia entre los esposos. Algunos 59 59 confiesan un antifeminismo moderado. Las mujeres son diferentes de los hombres. No hacen el servicio militar. ¿Votarán las prostitutas? Otros afirman con arrogancia su superioridad masculina: votar es una carga, no un derecho, y las mujeres no son dignas de ello. Son menos inteligentes y menos instruidas que el hombre. Si ellas votasen, los hombres se afeminarían. Su educación política no está acabada. Votarían de acuerdo con las órdenes de sus maridos. Si quieren ser libres, que se libren primeramente de su costurera. También se propone el siguiente argumento de soberbia ingenuidad: en Francia hay más mujeres que hombres. A despecho de la pobreza de todas estas objeciones, ha sido preciso esperar hasta 1945 para que la francesa adquiera todos sus derechos políticos. Nueva Zelanda había concedido a la mujer la plenitud de sus derechos desde 1893; siguió Australia en 1908. Pero en Inglaterra y Norteamérica, la victoria ha sido difícil.

La Inglaterra victoriana confinaba imperiosamente la mujer al hogar; Jane Austen se ocultaba para escribir; hacía falta mucho valor o un destino excepcional para convertirse en {141} una George Eliot, una Emily Brontë; en 1818, un sabio inglés escribía: «Las mujeres no solamente no son la raza, ni siquiera la mitad de la raza, sino una subespecie destinada únicamente a la reproducción.» Hacia finales de siglo, mistress Fawcett funda el movimiento sufragista; pero, al igual que en Francia, es un movimiento tímido. Hacia 1903 es cuando las reivindicaciones femeninas adoptan un giro singular. La familia Pankhurst crea en Londres la «Woman Social and Political Union», adherida al partido laborista, y que emprende una acción resueltamente militante. Es la primera vez en la Historia que se ve en las mujeres intentar un esfuerzo como tales mujeres, y eso es lo que presta un particular interés a la aventura de las «sufragistas» en Inglaterra y Norteamérica. Durante quince años, desarrollan una política de presión que en ciertos aspectos recuerda la actitud de un Gandhi: rechazan la violencia, pero inventan sucedáneos más o menos ingeniosos. Invaden el Albert Hall en el curso de mítines celebrados allí por el partido liberal, enarbolando pancartas en donde se leen las palabras: «El voto para la mujer»; penetran a viva fuerza en el despacho de lord Asquith, celebran mítines en Hyde Park o en Trafalgar Square, desfilan por las calles portando pancartas, organizan conferencias; en el curso de las manifestaciones, insultan a los policías o los atacan a pedradas, con objeto de provocar procesos; una vez en la cárcel, adoptan la táctica de la huelga de hambre; recaudan fondos, congregan a su alrededor a millones de mujeres y de hombres; conmueven a la opinión tan certeramente, que en 1907, doscientos miembros del Parlamento constituyen un comité para el sufragio de la mujer; a partir de entonces, todos los años algunos de ellos presentan un proyecto de ley en favor del sufragio femenino, proyecto que es rechazado todos los años con los mismos argumentos. En 1907 es cuando la W.S.P.U. organiza la primera marcha sobre el Parlamento, en la que participan multitud de trabajadoras con mantones y algunas damas de la aristocracia; la Policía las rechaza; pero al año siguiente, al surgir la amenaza de prohibir a las mujeres casadas el trabajo en ciertas galerías de las minas de Lancashire, aquellas {142} son convocadas por la W.S.P.U. para celebrar en Londres un gran mitin. Se producen nuevas detenciones, a las que las sufragistas detenidas replican en 1909 con una prolongada huelga de hambre. Una vez puestas en libertad, organizan nuevas manifestaciones: una de las mujeres, montada en un caballo al que han embadurnado de cal, representa a la reina Isabel.

El 18 de julio de 1910, día en que va a presentarse en la Cámara el proyecto de ley sobre el sufragio femenino, se organiza un desfile de nueve kilómetros de longitud por las calles de Londres; rechazado el proyecto de ley, se organizan nuevos mítines. En 1912 las mujeres adoptan una táctica más violenta: incendian casas deshabitadas, dañan cuadros, pisotean arriates, arrojan piedras contra la Policía; al mismo tiempo, envían delegación tras delegación a Lloyd George, a sir Edmond Grey; se ocultan en el Albert Hall e intervienen ruidosamente durante los discursos de Lloyd George. La guerra interrumpe sus actividades. Resulta muy difícil saber en qué medida esta acción ha precipitado los acontecimientos. El voto les fue concedido a las inglesas, primero, en 1918 bajo una forma restringida, y, luego, en 1928, sin restricciones: en parte fueron los servicios prestados durante la guerra los que les valieron ese éxito. 60 60 La mujer norteamericana se había hallado al principio más emancipada que la europea. Al comienzo del siglo XIX las mujeres tuvieron que participar en el duro trabajo de pionero emprendido por los hombres; lucharon a su lado; eran mucho menos numerosas que ellos, y este hecho determinó que alcanzasen un valor muy elevado. Sin embargo, poco a poco, su situación se ha ido acercando a la de las mujeres del Viejo Continente; se ha conservado la galantería con respecto a ellas; han conservado privilegios culturales y una posición dominante en el seno de la familia; las leyes les concedían de buen grado un papel religioso y moral; sin embargo, no por ello dejaban de estar todos los mandos de la sociedad en manos masculinas. Algunas comenzaron hacia 1830 a reivindicar sus derechos políticos. También emprendieron una campaña en favor de los negros. Habiéndole sido impedida la asistencia al Congreso antiesclavista celebrado {143} en Londres, en 1840, la cuáquera Lucretia Mott fundó una asociación feminista. El 18 de julio de 1840, en una convención reunida en Séneca Falls, redactan un manifiesto en el que reina la inspiración cuáquera y que da el tono a todo el feminismo norteamericano. «El hombre y la mujer han sido creados iguales, dotados por el Creador de derechos inalienables... El Gobierno sólo está hecho para salvaguardar esos derechos...

El hombre convierte a la mujer casada en una muerta cívica... Usurpa las prerrogativas de Jehová, único que puede asignar a los hombres su esfera de acción.» Tres años después, la señora Beecher-Stowe escribió La cabaña del tío Tom, que había de levantar a la opinión en favor de los negros. Emerson y Lincoln apoyan el movimiento feminista. Al estallar la guerra de Secesión, las mujeres participan ardientemente en la misma; pero en vano reclaman que la enmienda que otorga a los negros el derecho de votar sea redactada de la siguiente manera: «Ni el color ni el sexo... son obstáculos para ejercer el derecho electoral.» Sin embargo, uno de los artículos de la enmienda era ambiguo, y la señorita Anthony, destacada dirigente feminista, lo toma como pretexto para votar en Rochester con catorce de sus camaradas; fue condenada a pagar una multa de cien dólares. En 1869 funda la Asociación Nacional para el Sufragio Femenino, y en ese mismo año el Estado de Wyoming concede el derecho de voto a la mujer. Pero hasta 1893 no es seguido ese ejemplo por el Estado de Colorado, y luego, en 1896, por Idaho y Utah. Después, los progresos son muy lentos. En el plano económico, empero, las mujeres marchan mucho mejor que en Europa. En 1900 hay en Estados Unidos cinco millones de mujeres que trabajan, de las cuales 1.300.000 lo hacen en la industria y 500.000 en el comercio; se cuenta un número muy elevado de ellas en el comercio, la industria, los negocios y todas las profesiones liberales. Hay abogadas, médicas y 3.373 mujeres pastoras de almas. La célebre Marie Baker Eddy funda la «Christian Scientist Church». Las mujeres adoptan la costumbre de reunirse en clubs, los cuales agrupan unos dos millones de miembros {144}. Sin embargo, solo nueve Estados han concedido el voto a la mujer. En 1913, el movimiento sufragista se organiza según el modelo del movimiento militante inglés. Lo dirigen dos mujeres: la señorita Stevens y una joven cuáquera llamada Alice Paul. Obtienen de Wilson autorización para desfilar en una gran manifestación con banderas e insignias; organizan a continuación una campaña de conferencias, mítines, desfiles, toda suerte de manifestaciones. Las electoras de los nueve Estados donde está admitido el voto femenino se trasladan con gran pompa al Capitolio, exigiendo el voto de la mujer para toda la nación. En Chicago se ve por primera vez a las mujeres reunirse en un partido con objeto de liberar a su sexo; esa asamblea se convierte en el «Partido de las Mujeres». En 1917, las sufragistas inventan una nueva táctica: se instalan a la puerta de la Casa Blanca, enarbolando sus banderas y a menudo encadenadas a las verjas, para que no las puedan dispersar. Al cabo de seis meses son detenidas y enviadas a la penitenciaría de Oxcaqua; se declaran en huelga de hambre y terminan por ser puestas en libertad.

Nuevas manifestaciones callejeras degeneran en brotes de motines. El Gobierno termina por consentir el nombramiento de una comisión de sufragio en la Cámara. El Comité Ejecutivo del Partido de las Mujeres celebra una conferencia en Washington; a la salida, la enmienda en favor del voto femenino es presentada en la Cámara y votada el 10 de enero de 1918. Pero falta por conseguir el voto del Senado. Como Wilson no parece estar dispuesto a ejercer suficiente presión, las sufragistas empiezan de nuevo a 61 61 manifestarse, y celebran un mitin ante las puertas de la Casa Blanca. El presidente se decide a dirigir un llamamiento al Senado, pero la enmienda es rechazada por dos votos de mayoría. Será un congreso republicano el que vote la enmienda en junio de 1919. A continuación, y durante diez años, prosigue la lucha por la completa igualdad de ambos sexos. En la sexta conferencia de las Repúblicas americanas celebrada en La Habana, en 1928, las mujeres obtienen la creación de un comité interamericano de mujeres. En 1933, los tratados de Montevideo elevan la condición de la mujer por medio de {145} una convención internacional. Diecinueve repúblicas americanas firman la convención que otorga a la mujer la igualdad de todos los derechos. En Suecia existe también un movimiento feminista de gran importancia. En nombre de las viejas tradiciones, las suecas reivindican el derecho «a la instrucción, el trabajo y la libertad». Son, sobre todo, las mujeres de letras quienes llevan adelante la lucha, y es el aspecto moral del problema el que les interesa ante todo; después, agrupadas en poderosas asociaciones, se captan a los liberales, pero tropiezan con la hostilidad de los conservadores. En 1907 las noruegas, y en 1906 las finlandesas, obtienen el sufragio que las suecas esperarán todavía durante años. Los países latinos, como los países de Oriente, oprimen a la mujer por el rigor de las costumbres aún más que por el de las leyes. En Italia, el fascismo frenó sistemáticamente la evolución del feminismo. Al buscar la alianza con la Iglesia, respetar la familia y prolongar una tradición de esclavitud femenina, la Italia fascista esclavizó doblemente a la mujer: a los poderes públicos y a su marido. La situación ha sido muy diferente en Alemania. En 1790 el estudiante Hippel había lanzado el primer manifiesto del feminismo alemán. En los comienzos del siglo XIX floreció un feminismo sentimental análogo al de George Sand. En 1848, la primera feminista alemana, Luisa Otto, reclamaba para la mujer el derecho a contribuir a la transformación de su país: su feminismo era esencialmente nacionalista. Fundó en 1865 la «Asociación General de Mujeres Alemanas». Los socialistas alemanes, empero, reclamaban con Bebel la abolición de la desigualdad de los sexos. En 1892, Clara Zetkin entra en los Consejos del partido. Aparecen asociaciones obreras femeninas y sindicatos de mujeres socialistas agrupados en una Federación. Las alemanas no consiguen en 1914 la constitución de un ejército nacional de mujeres, pero participan ardientemente en el esfuerzo de guerra.

Tras la derrota alemana, obtienen el derecho de voto y toman parte en la vida política: Rosa Luxemburgo lucha en el grupo espartaquista al lado de Carlos Liebknecht y muere asesinada en 1919. La {146} mayoría de las alemanas se ha pronunciado por el partido del orden; varias de ellas ocupan escaños en el Reichstag. Así, pues, es a mujeres emancipadas a quienes Hitler impone de nuevo el ideal napoleónico: «Küche, Kirche, Kinder.» «La presencia de una mujer en el Reichstag lo deshonraría», declara. Como el nazismo era anticatólico y antiburgués, da a la mujer un lugar privilegiado; la protección concedida a las madres solteras y a los hijos naturales emancipa, en gran parte, a la mujer del matrimonio; al igual que en Esparta, depende del Estado mucho más que de ningún individuo, lo cual le da al mismo tiempo más y menos autonomía que a una burguesa que viviese bajo un régimen capitalista. Es en la URSS donde el movimiento feminista adquiere la máxima amplitud. Se había esbozado a finales del siglo XIX, entre las estudiantes de la intelligentzia; en general, se muestran menos apegadas a su causa personal que a la elección revolucionaria; «van al pueblo» y luchan contra la Okrana de acuerdo con métodos nihilistas: Vera Zassulich ejecuta en 1878 al prefecto de Policía Trepov. En el curso de la guerra ruso-japonesa, las mujeres reemplazan a los hombres en muchos oficios; adquieren conciencia de sí mismas, y la Unión Rusa por los Derechos de la Mujer reclama la igualdad política de ambos sexos; en el seno de la primera Duma se crea un grupo parlamentario para los derechos de la mujer, pero carece por completo de eficacia. Será la Revolución la que realizará la emancipación de las trabajadoras. Ya en 1905 habían participado ampliamente en las huelgas políticas de masas desencadenadas en el país; y habían acudido a las barricadas. En 1917, unos días antes de la 62 62 Revolución, y con ocasión de la Jornada Internacional de la Mujer (el 8 de marzo), se manifestaron en masa por las calles de San Petersburgo, exigiendo pan, paz y el regreso de sus maridos. Participaron en la insurrección de octubre; entre 1918 y 1920 representaron un importantísimo papel económico y hasta militar en la lucha de la URSS contra los invasores. Fiel a la tradición marxista, Lenin ha vinculado la emancipación de las mujeres a la de los trabajadores; les ha concedido la igualdad política y económica {147}. El artículo 122 de la Constitución de 1936 estipula que: «En la URSS, la mujer goza de los mismos derechos que el hombre en todos los dominios de la vida económica, oficial, cultural, pública y política.» Y estos principios han sido precisados por la Internacional Comunista, que reclama: «Igualdad social de la mujer y del hombre ante la ley y en la vida práctica. Radical transformación del derecho conyugal y del código de la familia.

Reconocimiento de la maternidad como función social. Los cuidados y la educación de los niños y adolescentes correrán por cuenta de la sociedad. Lucha civilizadora organizada contra la ideología y las tradiciones que hacen de la mujer una esclava.» En el dominio económico, las conquistas de la mujer han sido deslumbrantes. Ha obtenido la igualdad de salarios con los trabajadores masculinos y ha participado intensamente en la producción; en virtud de todo ello, ha adquirido una considerable importancia política y social. En el folleto recientemente editado por la Asociación Francia-URSS se dice que en las elecciones generales de 1939 había 457.000 mujeres diputadas en los Soviets regionales, de distrito, de ciudad y de aldea, 1.480 en los Soviets superiores de las Repúblicas socialistas, 227 tenían escaños en el Soviet Supremo de la URSS. Cerca de diez millones de mujeres son miembros de los sindicatos. Constituían el 40 por 100 del contingente de obreros y empleados de la URSS; entre los stajanovistas se contaba gran número de obreras. Sabida es la participación que la mujer rusa ha tenido en la última guerra; las mujeres rusas han realizado un enorme trabajo hasta en las ramas de producción donde predominaban las profesiones masculinas: metalurgia y minas, transporte fluvial de madera, ferrocarriles, etc. Se han distinguido como aviadoras, paracaidistas, han formado ejércitos de guerrilleras. Esa participación de la mujer en la vida pública ha suscitado un espinoso problema: su papel en la vida familiar. Durante todo un largo período de tiempo se ha tratado de emanciparla de las servidumbres domésticas: el 16 de noviembre de 1924, la Asamblea plenaria del Komintern proclamaba que: «La Revolución será impotente en tanto subsistan la noción de la familia y las relaciones familiares.{148}»

El respeto concedido a la libre unión, la facilidad del divorcio, la reglamentación legal del aborto, aseguraban la libertad de la mujer ante el hombre; las leyes sobre vacaciones por embarazo, guarderías infantiles, jardines de la infancia, etc., aliviaban las cargas de la maternidad. A través de testimonios apasionados y contradictorios, resulta difícil discernir cuál era su situación concreta; pero lo cierto es que hoy las exigencias de la repoblación han conducido a una política familiar diferente: la familia aparece como la célula social elemental, y la mujer es a la vez trabajadora y ama de casa (1). Estrechamente subordinada al Estado, como todos los trabajadores, estrechamente ligada al hogar, pero teniendo acceso a la vida política y a la dignidad que confiere el trabajo productor, la mujer rusa se halla en una situación singular. (1) Olga Michakova, secretaria del Comité Central de la Organización de la Juventud Comunista, ha declarado en 1944 en el curso de una entrevista: «Las mujeres soviéticas deben tratar de hacerse tan atractivas como permitan la Naturaleza y el buen gusto. Después de la guerra, deberán vestirse como mujeres y caminar con porte femenino... Se dirá a las muchachas que se comporten y anden como muchachas, y, por esta razón, adoptarán faldas probablemente muy estrechas que las obligarán a caminar graciosamente.» 63 63 En la sesión que acaba de celebrar en la ONU la Comisión para el estudio de la situación de la mujer, ha reclamado que la igualdad de derechos para ambos sexos sea reconocida a través de todas las naciones, y ha aprobado varias mociones tendentes a transformar en realidad concreta ese estatuto legal. Así, pues, parece que la partida está ganada. El porvenir no puede por menos que conducir a una asimilación cada vez más profunda de la mujer en el seno de una sociedad otrora masculina.