13 de julio del 2014
Centro
de Cristianismo Práctico
La
Palabra Liberadora
“Si vosotros
permanecéis en mi palabra… y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo
que queráis y os será hecho.” (Juan 8:31,
15:7)
Yo diría sin temor a equivocarme que cuando
escuchamos la frase “permanecer en la Palabra” nos viene a la mente cosas como
el estudio constante de la Biblia. Decimos que la Biblia es la Palabra de Dios.
Otros piensan en las enseñanzas del Maestro
Jesucristo como la Palabra de Dios. Y yo soy de los que piensan que en Jesús el
Cristo tenemos una revelación más directa de los propósitos divinos de Dios
respecto a Su familia humana.
Tú que me escuchas ahí sentado donde estás
podrías pensar, qué importancia tiene para mí el estudio de la Palabra. Podrías
preguntarte en lo más profundo de tu corazón si verdaderamente la Palabra de
Dios tiene poder para liberar.
Y ciertamente cuando estudiamos la Biblia vemos
como no solo el pueblo hebreo fue liberado de la esclavitud sino como la
palabra de Dios encarnada en Su Hijo Jesucristo nos libera del pecado.
Pues el mismo Jesús dijo: –De cierto, de cierto
os digo que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado. Y sabemos
que el pecado son conceptos y pensamientos de error.
Los estudiantes del curso de Prosperidad
aprendieron el pasado jueves que “debemos tratar el pecado como una
transgresión mental en vez de considerarlo una desviación moral” (Prosperidad
p. 126)
Y ciertamente a medida que estudiamos las
enseñanzas del Maestro Jesús vamos conociendo la Verdad que nos hace libres.
Por esto decimos que la Palabra de Dios es la Palabra Liberadora.
Seamos prácticos y realistas; todos los que
estamos aquí presentes no solo creemos en la muerte sino que sabemos que con
seguridad un día moriremos. ¿No es así?
Sin embargo, una de las cosas que nos dice el
Maestro Jesucristo es “De cierto, de cierto os digo que el que guarda mi
palabra nunca verá muerte.” (Juan 8:51)
Cuando Jesús hizo esta declaración a los judíos,
ellos no le creyeron y hoy día la mayoría
de los que están aquí y fuera de aquí tampoco la creen.
Y sabemos y reconocemos que es la Verdad expresada
y sin embargo no la creemos. Las Escrituras nos dan testimonio de como Jesús
venció la muerte y al tercer día resucitó. Las Escrituras nos dicen cómo Jesús
resucitó a Lázaro después de haber estado varios días en la tumba y con un
cuerpo en proceso de descomposición.
Escrito está que Jesús pronunció la Palabra
Liberadora cuando clamando a gran voz dijo: “– ¡Lázaro, ven fuera!” (Juan
11:43) “Y el que estaba muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas”
(Juan 11:44)
Y te pregunto yo a ti: ¿no es esto un testimonio
del poder de la Palabra para liberarnos aun de la misma muerte? ¿Qué situación
en tu vida te mantiene atado de manos y pies con vendas en tus ojos? A esa
situación afirma con fe la Palabra Liberadora. Di con firmeza: “Te desato y te
dejo ir. Vete de mí.”
Si te encuentras confundido y no sabes qué hacer
hazte la pregunta que liberó a Pablo del error para finalmente poder ver la
Verdad. Con un corazón receptivo di: –Señor, ¿qué quieres que yo haga? Repite
una y otra vez esta pregunta hasta que recibas la contestación de Dios.
Y cuando sientas libertad en tu corazón, un
mayor ánimo y amor al prójimo y un sentimiento de cumplimiento con el propósito
de Dios para tu vida sabrás que has recibido la contestación.
Sin oración ni meditación espiritual no puede
haber [el sentimiento y la seguridad] de libertad espiritual.” (LPR p.135)
Ten la
disposición de invertir “largas horas de comunión con Dios en el silencio” para
que puedas disfrutar de los beneficios que te trae la libertad espiritual. Es
un proceso y no viene de la noche a la mañana.
Y así es el conocimiento de la Verdad, un
proceso, algo que se va desenvolviendo continuamente en nosotros a medida que
vamos descubriendo la Verdad y conociendo la verdadera naturaleza de Dios.
La única manera de liberarnos del pecado es
mediante el conocimiento de la Verdad. Y la Verdad es que la muerte es error y
es el “postrer enemigo que será destruido” (1 Corintios 15:26)
Y el primer gran paso que tenemos que dar para
liberarnos de la muerte es considerar la vida eterna como una posibilidad real
para cada uno de nosotros. Sabemos que el pecado es muerte, pero también
sabemos que el pecado es error.
Y si el pecado es error y muerte entonces hay
error en la realidad de la muerte; y el primer gran paso que tienes que dar para
liberarte de la muerte es afirmar con firmeza: “–Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que cree en mí
no morirá eternamente.” (Juan 11:25)
¿Crees esto? Esta pregunta se la hizo Jesús a
Marta la hermana de Lázaro, el que había muerto y Marta le dijo: –Yo sé que
resucitará en la resurrección, en el día final.” (Juan 11:24)
Sin embargo, vemos que eso no fue necesario ya
que Lázaro fue resucitado en aquel mismo día.
Así como la resurrección es liberación de la
muerte tú tienes que liberarte del error que te ha mantenido en cautiverio por
tantos años. Esa condición limitante tiene que disolverse para liberarte.
Un análisis profundo de tu situación en comunión
con Dios y en el Silencio te revelará lo que tienes que hacer para desatar la
causa que por tanto tiempo ha permanecido en tu mente manteniéndote
esclavizado. Esta causa no es otra cosa que un pensamiento de error ocupando un
lugar fijo en la mente consciente.
Afirma a gran voz: Día a día, paso a paso, soy liberado de toda atadura por medio del poder
de Dios que mora en mí. Afírmalo continuamente y verás el poder que se
desata en ti para liberarte.
Permite que estas palabras vayan delante de ti
todos los días y verás que no pasará mucho tiempo sin antes ver cómo se van
derribando las paredes de que te mantenían encerrado y separado de tu bien.
Día a día,
paso a paso, soy liberado de toda atadura por medio del poder de Dios que mora
en mí.
Esta es una gran afirmación apréndela de memoria y úsala todos los días.
“Si vosotros
permanecéis en mi palabra… y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo
que queráis y os será hecho.” (Juan
8:31,15:7)
Hay veces que tememos por la seguridad y el
bienestar de nuestros seres queridos y pasamos toda una vida buscando
protegerlos de todo posible mal que podamos imaginar.
Aunque esto que voy a decir pueda sonar doloroso
para muchos de ustedes, debo decirles que lo mejor que podemos hacer por ellos
y por nosotros es “–Desatadlo y dejadlo ir.” (Juan 11:44)
Desde el principio fuimos creados para ser
libres, ese fue el propósito la intención y el plan de Dios.
En la Palabra de Dios hay libertad y el ser
humano es la consumación de la Palabra de Dios. Y el espíritu de Dios que mora
en el ser humano contiene en sí todo lo que está contenido en la Palabra.
“Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré.”
(Hebreos10:16)
Dentro de nosotros está la sabiduría y el buen
juicio para vivir una vida libre y exitosa. Tú sabes y conoces intuitivamente
lo que es el bien para ti.
Pero deja que Dios se encargue de guiar a tus
seres queridos de la misma forma que Él te ha guiado a ti. Permite que Dios
pueda expresarse libremente a través de tus seres queridos permitiendo que
vivan la vida que Dios ha dispuesto para cada uno de ellos.
Desátalo de tu vida, y déjalo ir. Sabemos que en
lo humano podemos sufrir especialmente cuando vemos que caen en el error. Pero
cada cual tiene que vivir su vida y alcanzar su propia libertad espiritual.
Tú no puedes hacer esto por tus seres queridos,
cada cual tiene que hacerlo por sí mismo. Entonces ten cuidado de no
esclavizarte tratando de proteger demasiado a tus seres queridos, especialmente
a tus hijos.
Ora medita y ve al silencio diariamente. Ora por
el bienestar espiritual de aquellos que están muy cerca de tu corazón pero deja
que Dios se haga cargo y no interfieras en los planes de Dios
sobreprotegiéndolos y coartándoles su libertad.
En espíritu y en verdad no hay padres ni hijos
porque todos somos hijos de un mismo Padre, y si somos hijos de un mismo Padre,
hermanos somos todos.
Lo mejor que puedes hacer por tu hermano es
amarlo con amor eterno dejándolo libre así como Dios nos ama a cada uno de
nosotros con libertad y sin condiciones.
Entonces di la palabra
liberadora y afirma: Día a día, paso a
paso, soy liberado por medio del poder de Dios que mora en mí. ¡Dios te
bendice! |