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LA TRASCENDENCIA SOCIAL DEL DESEO MATERNO

EL CAMINO DE LAS MADRES

 

Este texto recoge el contenido de mis intervenciones on-line en el foro de la asociación Dame Teta de Albacete y en el de la asociación Escuela Renacer de Chile, en octubre y noviembre 2023 respectivamente. 

Escrito también en la memoria de mi hermano Jaime, porque el recuerdo que dejó en todas las personas que le conocieron, es por sí mismo una prueba fehaciente de lo que trato de explicar en este texto: que otra Humanidad y otro mundo son posibles.

 

 

1 - El deseo materno y la función social de la empatía 

En estos tiempos de guerras atroces, de crispación y de odio fratricida, vengo a traer un poco de esperanza, porque voy a hablar del deseo materno, que es el antagonista por excelencia de la guerra y de la autodestrucción.

El deseo materno es una pulsión física y psíquica que brota de nuestros cuerpos para impulsar la gestación y la crianza de la vida humana.  Brota y fluye con mucha fuerza, con mucha intensidad, conmoviéndonos el cuerpo y el alma.  Muchas mujeres reconocen haber experimentado una auténtica transformación al hacerse madres.

Entre las cualidades del deseo materno voy a mencionar en primer lugar, la identificación absoluta con el bienestar de la criatura humana,   identificación que nos lleva a complacerles, a practicar la complacencia con sus deseos y necesidades; en segundo lugar, la compasión, el sentir su malestar y sufrimiento como propios, lo que nos mueve a hacer todo lo posible por evitarlos;  también reconocemos el don gratuito, el gusto de dar por el dar, sin pensar en recibir nada a cambio; reconocemos la confianza mutua que nos permite quitarnos las corazas con las que andamos en este mundo y nos permite relacionarnos con transparencia expresando nuestros sentimientos y emociones con total sinceridad. 

El deseo materno es, en resumidas cuentas, un grado máximo de empatía humana.

Las cualidades del deseo materno son así porque cuando brota está todavía sin contaminar de las relaciones de dominación, competitividad y mercantilismo que prevalecen en nuestro mundo. Después de dar a luz, por lo general las normas sociales actuales permiten a la madre un cierto desarrollo del deseo materno, de forma más o menos contradictoria.  Y aunque en nuestra sociedad el recorrido que tiene el deseo materno es cada vez menor, lo cierto es que su existencia es perceptible y reconocible, y creo que todas las madres lo hemos conocido.

Las cualidades del deseo materno configuran las coordenadas por las que se mueve la madre, configuran lo que Luisa Muraro llamó el orden simbólico de la madre (1), que prefigura otro orden social distinto al patriarcal, basado en la expansión del deseo materno y en la empatía, como el que existió en las civilizaciones matrísticas prepatriarcales.  La Edad de Oro, también llamada de Plata, que se ha recogido de forma persistente en toda la literatura clásica, no es una leyenda como se ha querido establecer, pues la Arqueología ha desenterrado su existencia real (2).  Tal y como también se ha comprobado desde la Sociología (3) fueron sociedades en las que el intercambio de bienes no era el trueque ni la compra-venta ni el saqueo, sino el don gratuito. Así decía Cervantes, en boca de D. Quijote, que en aquellas sociedades no se conocían las palabras de tuyo y mío y que todas las cosas eran comunes (4).

Este orden social estuvo caracterizado por la paz y la igualdad social, tal y como se ha comprobado con el estudio de los yacimientos arqueológicos de la época (2), y estuvo rodeado como decían nuestros clásicos, de un halo de benevolencia.

El deseo materno es expansivo, forja y extiende las relaciones de empatía más allá de la díada madre-criatura. Como describió Bachofen (5), en las civilizaciones prepatriarcales, el foco maternal organizaba el grupo familiar matrifocal, y éste a su vez tramaba las relaciones sociales extrafamiliares basadas en lo que este autor llamó derecho materno.

Las cualidades del deseo materno no son utopías o preceptos religiosos: forman el núcleo expansivo de un estado emocional del cuerpo humano, y son verdaderas, perceptibles y reconocibles.

Somos seres sociables.  Ningún ser humano puede vivir aisladamente.  Y lo que nos abre y nos conecta unos humanos a otros es la empatía, la capacidad emocional del cuerpo humano de ponerse en el lugar de otro, de sentir, percibir y corresponder las necesidades y deseos de otros.

La Humanidad está hecha para la cooperación pacífica y sostenible; no está hecha para la autodestrucción, aunque las guerras atroces que existen, la industria de armamentos que producimos, y el odio y los fanatismos que se propagan, parezcan afirmar lo contrario

Decían Maturana y Varela (6) que cada individuo humano somos una organización cerrada con una autorregulación individual, pero que esta organización cerrada está in-formacionalmente abierta a otros individuos, de tal manera que el cierre organizativo es inviable sin la correspondiente apertura.  La empatía es la condición emocional humana que regula el cierre y la apertura in-formacional de cada persona, lo que nos hace seres sociables.

Si contemplamos la sociedad humana desde la perspectiva de la Biosfera, somos una parte de sus cadenas de ecosistemas, en las que todos los seres vivos estamos interconectados. Ningún ser vivo puede vivir aisladamente; de un modo u otro todo lo que vive forma parte de los ecosistemas.  Y en la sociedad humana, la empatía es la emoción que impulsa nuestra interconexión, nuestra sociabilidad. 

Podemos entonces entender por qué en la reproducción humana hay una carga tan fuerte de empatía y de líbido:  hay que reproducir la capacidad de empatizar de los seres humanos.  Es decir, la fuerte carga de empatía y de líbido de la maternidad no están destinadas únicamente a promover la gestación y el cuidado del bebe, sino también a reproducir la sociabilidad de los seres humanos.

Cuando gestamos, no gestamos sólo la anatomía y la fisiología de un cuerpo; gestamos también su psiquismo.  El psiquismo de la criatura humana se forma durante la gestación, en interacción con el psiquismo de la madre, que está impregnado de deseo materno.  Así se forma nuestra capacidad de empatizar y de amar, que nos acompañará de por vida, y que alienta siempre en el fondo de nuestro psiquismo. En este mundo fratricida, y pese a las apariencias, el grado de bienestar y de felicidad que puede alcanzar cada vida individual, depende del despliegue de su capacidad de amar en su entorno inmediato.

La reproducción de la capacidad de empatizar es por tanto trascendental, y tiene una implicación individual y social. Y esto se ve muy claramente analizando la génesis de las guerras.

Como dice Najat el Hachmi (7), “la primera víctima de la guerra no es la verdad, es la compasión.  Para aniquilar al otro hay que neutralizar todos los mecanismos innatos de la empatía, hay que evitar por todos los medios la tendencia natural a ponernos en el lugar del otro y apiadarnos de su dolor y sufrimiento.”

 Las guerras son posibles porque en tiempos de paz, en lugar de desarrollar un psiquismo empático, forjamos unos egos dedicados a reprimir la empatía y vivimos con la capacidad de empatizar contenida; y al desarrollarnos con un psiquismo sin empatía, desarrollamos la capacidad de hacer las guerras e infligir sufrimiento a los demás. Por eso vivimos tiempos de crispación inusitada, alimentada por fanatismos emocionales que se promueven con el objetivo de neutralizar la empatía. 

Las guerras también se libran en el psiquismo de cada ser humano, los egos que se afirman con el ejercicio del Poder, que siempre es un daño o un perjuicio para otr@, y que se desarrollan reprimiendo la capacidad de empatizar del ser humano.  El Poder está hecho con la materia prima del sufrimiento de las criaturas, lo mismo el Poder que detentan los egos individuales como el Poder social de las oligarquías dominantes (8).

La guerra es el producto patriarcal más opuesto al deseo de las madres, que lo último que desean es que sus hij@s se maten un@s a otr@s.  La Historia nos cuenta muchos episodios en los que las madres en tiempos de guerra han actuado como hacedoras de la paz, como la historia de las sabinas en el siglo VIII a.c. que se pusieron en medio del campo batalla con sus hij@s en brazos para impedir que los romanos y los sabinos se mataran entre sí; o lo de las matronas galas que pacificaron las aldeas galas tras las contiendas entre romanos y cartagineses (9).

 

2 - La dificultad y la posibilidad de preservar el deseo materno en nuestra sociedad: una situación contradictoria.

Cuando tomamos conciencia del don del deseo materno, adquirimos también la conciencia de la necesidad de preservarlo en la jungla de las relaciones de Poder que prevalecen en nuestro mundo.

Nuestro mundo es una civilización patriarcal construida en muchos lugares hace unos 6 milenios, basada en la eliminación de aspectos fundamentales de la función materna y del deseo materno, lo que se ha llamado desde la Antropología el matricidio histórico que acabó con las civilizaciones y culturas matrísticas.  El matricidio histórico es una alteración del modo natural y original de la reproducción humana, que ha requerido el sometimiento de la mujer, la represión de su sexualidad y de su dignidad;  ha sido la gran estrategia patriarcal para cercenar la capacidad de empatizar del ser humano y construir un tejido social vacío de maternidad y de empatía.  La represión sistemática y generalizada de la maternidad y de la capacidad de empatizar del ser humano fue y sigue siendo el requisito necesario para construir una sociedad fratricida.

El matricidio histórico se ha transmitido de generación en generación, reproduciéndose mediante diferentes culturas de represión de la maternidad.  Así ha llegado hasta nuestros días, y así la maternidad se realiza en la actualidad en unas condiciones tremendamente adversas, que de hecho y por sí solas neutralizan la producción del deseo materno, las madres teniendo que realizar unos esfuerzos físicos y psíquicos que desbordan su salud física y mental. 

En el Manifiesto por las madres (10), recientemente divulgado en internet, se describen algunos aspectos de la precariedad y de las condiciones adversas en las que la maternidad se realiza en nuestra sociedad, como la falta de reconocimiento del coste económico, la falta de tejido social para sustentarla, la falta de permisos laborales para maternar, o los protocolos de Obstetricia y Pediatría generalizados que actúan a contracorriente de la autorregulación de la maternidad.

 La maternidad requiere el sostén de un tejido social comunitario, y la familia nuclear establecida hoy como norma no es suficiente para sostener una maternidad; de entrada, impide entre otras cosas la imprescindible cuarentena después del alumbramiento. Y sin embargo, este modelo de familia está establecido en nuestra cultura como el núcleo social idóneo para procrear.  

La falta de reconocimiento por parte de la Medicina de la maternidad como un desarrollo de la sexualidad femenina, hace que en su intervención no tenga en cuenta la condición básica de todo proceso sexual que es la inhibición neocortical, y no respete dicha condición durante todo el proceso del parto, reproduciendo de forma sistemática la condena milenaria de la mujer a parir con dolor. 

La falta de reconocimiento del derecho de la criatura humana a tener una madre verdadera, permite que los protocolos de la Pediatría neonatal aparten a la criatura nada más nacer del cuerpo de su madre, lo cual como dice el neonatólogo Nils Bergman es una violación de su cuerpo (11).

La falta de reconocimiento del cuerpo a cuerpo madre-criatura durante toda la exterogestación, asociado a la lactancia, impide establecer la flexibilidad y los permisos laborales que corresponderían a la maternidad….  Etc. Etc.

Así, uno a uno se ponen palos en la rueda de la carreta de la maternidad. Aunque tampoco es una descripción exhaustiva y completa de nuestra cultura matricida, en el Manifiesto mencionado (10) se puede leer una descripción más amplia de los obstáculos establecidos en nuestra sociedad para impedir el desarrollo normal de la maternidad.  Una descripción que permite entender cómo el modelo actual de maternidad impide el desarrollo placentero y gozoso de esta etapa de la vida de muchas mujeres, con la consiguiente merma de la reproducción de la empatía. 

A esta situación se añade la propagación de la idea de que el malestar que produce en las mujeres esta maternidad, no se debe a las circunstancias adversas social y culturalmente establecidas, sino a que la maternidad por sí misma es una lacra para la mujer: estando las circunstancias adversas normalizadas e invisibilizadas, el malestar que producen se adjudica a la maternidad en sí misma.  Y las circunstancias adversas establecidas no se muestran como tales porque no deben ser cuestionadas, ya que constituyen los cimientos de nuestra sociedad patriarcal.  La represión del deseo materno y de toda la maternidad es el mecanismo social que impide la formación de un tejido social humano cooperativo y pacífico.   

El vacío de maternidad que decía Victoria Sau (12) es un tejido social vacío de empatía, hecho de relaciones competitivas y de relaciones de Poder; un tejido social que impide que el deseo materno se pueda expandir libremente trabando relaciones de fraternidad y sororidad, desarrollando el don gratuito, la confianza en la empatía y en la reciprocidad.

Nuestra sociedad patriarcal se sostiene porque es una pirámide de relaciones jerarquizadas de dominación y sumisión, de Poder, de control y de represión.  Amparo Moreno (13) explicaba que el núcleo de relaciones básicas de la sociedad patriarcal son unas relaciones jerárquico-expansivas de dominación, que se establecen no solo a nivel general entre las grandes corporaciones sino en todos los estratos de la pirámide social, corrompiendo las relaciones cotidianas de todas las personas.

 En todo el campo social, el don gratuito ha sido sustituido por un mercantilismo que convierte productos y servicios en mercancías sujetas a un valor monetario; en lugar de ser una función de la empatía, son una función monetaria, del Capital.

En este campo social cada persona tiene que preservar su espacio en una dinámica competitiva, ampliando su espacio y su patrimonio a costa de sustraérselo a los demás; es una dinámica según la cual, si tú no empujas, te empujan a ti, y que excluye la otra dinámica ancestral de compartir las cosas y los espacios, una dinámica que hoy por hoy es, en cierta medida, incompatible con la supervivencia. 

Las relaciones de Poder son relaciones de control de las jerarquías superiores sobre sus subordinad@s: los padres controlan a los hij@s, los jefes a sus empleados, l@s profesor@s a sus alumn@s, etc., de manera tal que en la cúspide de la pirámide social se detenta, o se pretende detentar, el control de todo el movimiento social.  Así las relaciones de Poder a nivel macrosocial se construyen a nivel microsocial, en las relaciones interpersonales, laborales, comerciales, familiares.  En los ambientes laborales se practica el empujón para ampliar el propio espacio quitándoselo al de al lado, el ‘pushing’ que dicen los ingleses, y si hace falta se practica el ‘mobbing’ para excluir al otr@ definitivamente; en los ambientes comerciales tienes que ir con ojo de que no te engañen, de que no te cuenten las verdades a medias y te den gato por liebre; la mentira de las medias verdades en el comercio está normalizada y lo llaman publicidad y marketing. Y si la transacción es un poco importante, tiene que mediar un contrato escrito; la normalización del contrato representa el reconocimiento social de que no hay que fiarse de la palabra de las personas: la mentira es la moneda de cambio que recorre el espacio social fratricida.

Detrás de cada mentira y del afán de control de cada eslabón de la pirámide, están las intenciones aviesas de las distintas estrategias sociales, políticas y económicas que se trazan en la cúspide de la pirámide y que recorren uno a uno los eslabones de la pirámide.

En este mundo tenemos que ir con la coraza puesta, con el ego vigilando siempre.  Cuando se va por este mundo con el corazón en la mano, con las puertas del alma abiertas, entregando tu confianza, la probabilidad de no encontrar reciprocidad es bastante alta; y por eso, en nuestra sociedad, la producción empática está contenida, reprimida; en lugar de estar estimulada por la actividad social, está bloqueada por la dinámica jerárquico-expansiva de dominación.  La sociedad patriarcal es un sabotaje sistemático a la condición social del ser humano.

 Cerramos las puertas del alma y evitamos la transparencia en un doble sentido: por un lado, evitamos que nos hagan daño, pero también impedimos que la eventual empatía del otro te alcance; y así vivimos una gran parte de nuestra existencia con el alma acorazada y con escaso desarrollo de relaciones de empatía.

En un reciente artículo (14) Irene Vallejo decía:

“La lógica de la competición a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales.  Se aprovecharán de ti.  Enseña los dientes, jamás te muestres débil.  Eres demasiado ingenua, vas con el lirio en la mano… “

Y más adelante añadía:

“Desde las redes sociales a las encuestas electorales, se premia la agresividad.  La guerra de todos contra todos es ortodoxia, la victoria sobre el prójimo es la medida de las cosas, la evolución nace de una lucha feroz por la supervivencia.  Sin embargo, incluso Charles Darwin reconoció que la empatía hacia los demás es tan instintiva como el egoísmo”.

Y por eso, a pesar de todo lo dicho, a pesar del sabotaje continuo a la producción de empatía, los humanos seguimos produciéndola.  De hecho, el mundo funciona gracias a la empatía que producimos.  Gracias, como bien dice Irene Vallejo, “a los cuidados gratuitos a hijos, ancianos y enfermos. A las personas que se esmeran en sus quehaceres y sus trabajos.  Las pequeñas virtudes escondidas, fuera de los focos...”

Y esto los gestores del Capital lo saben y lo aprovechan para no reconocer el coste económico del maternaje y de los cuidados.  Saben que incluso sin reconocimiento económico, por pura empatía, las madres, y también muchas personas que no son madres, van a realizar los cuidados dejándose la salud, exprimiendo sus fuerzas por encima de lo posible.  Este es un conocido mecanismo de sobreexplotación de las mujeres.  Es preciso dejar claro que la reivindicación de la empatía no puede contraponerse a la reivindicación del reconocimiento económico del esfuerzo de los cuidados, y tenemos que situarla en el mundo económico en el que vivimos.

Es evidente que, aunque de forma escasa e insuficiente, la empatía existe y no cesa de acompañar a la reproducción humana.  El recorrido del deseo materno, aunque limitado, transcurre en la etapa intrauterina y también después en alguna medida; y todos los seres humanos somos gestados con amor, incluso en las peores circunstancias, incluso aunque la madre no lo sepa; todos nuestros cuerpos se forman con una determinada capacidad de amar que alienta en el fondo de nuestro psiquismo; y tod@s vivimos en esta sociedad una realidad contradictoria, con nuestro psiquismo funcionando de forma contradictoria, por un lado, con la capacidad de amar originaria, y por otro, con los egos adaptados a la sociedad competitiva y fratricida.

En medio de la competitividad y del fratricidio, persisten distintos grados de modo empático de relación, del modo madre; y lo cierto es que siempre podemos tender la mano de la empatía en todas las circunstancias en las que exista una posibilidad de reciprocidad.

Aunque sólo una de cada diez veces que avancemos el modo empático consigamos reciprocidad, vale la pena la iniciativa, porque el beneficio es muy alto.  Una amistad verdadera y sincera es uno de los mayores tesoros que podemos albergar en nuestras vidas.  Y en la relación empática no solo hay un beneficio individual; hay también un beneficio general.  Porque la empatía es expansiva y cada relación empática tiene un halo de energía que estimula la producción empática de los demás.

Entre las conclusiones de un estudio realizado por tres Universidades españolas, entre 3700 estudiantes de la ESO, podemos leer lo siguiente: una sola relación empática -positiva dice el informe- reduce en un 10% el riesgo de ‘bulling’ (15)

 

3 - Preservar el deseo materno con l@s hij@s

Perseverar en el modo empático y preservar el deseo materno es practicar una resistencia a la competitividad, al mercantilismo y al ejercicio de la autoridad y de la sumisión; se trata de cobijarnos bajo el paraguas del orden simbólico de la madre y de apostar en la vida por el bienestar y por la felicidad.

 Y en primer lugar, debemos preservar el modo empático de relación con nuestr@s  hij@s.  Este tendría que ser un precepto sagrado para no traicionar nuestra condición de madres.

Nada es más importante en nuestras vidas que nacer siendo desead@; el derecho a nacer siendo desead@ y a tener una madre verdadera debería ser el primer punto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Desde el psicoanálisis se ha detectado la herida universal que tenemos los humanos nacidos en esta sociedad patriarcal; se ha llamado Falta Básica (16) que no es otra cosa que la herida psíquica producida por una determinada carencia de madre.  Nacer sin esa herida psíquica, nacer con una madre verdadera es el primer derecho de cualquier ser humano.  Por eso tenemos que dedicar todos los esfuerzos posibles por recuperar la verdadera maternidad.  Empezando por normalizar el cuerpo a cuerpo sistemático con nuestr@s hij@s desde el nacimiento y durante la etapa de la lactancia.  Ese sería el primer paso para recuperar el orden simbólico de la madre.

En la actualidad, mientras que nuestr@s hij@s están en la etapa bebé, de forma relativa y en alguna medida se suele mantener el modo empático.  Nos complace la sonrisa de bienestar de nuestro bebé, y aunque el cuerpo a cuerpo y el porteo no estén normalizados, y a pesar de todas las costumbres sociales (chupetes, cunas, carritos, sillitas, etc,), solemos mantener la prioridad de una cierta y relativa complacencia, por encima de todas las actividades domésticas y laborales.  Sin embargo, incluso en las madres que han solido priorizar en alguna medida la complacencia en esta etapa, la actitud cambia cuando la criatura se va convirtiendo en un niño o en una niña.  Sin darnos cuenta, de forma imperceptible, cambiamos la prioridad; la prioridad pasa a ser la ejecución de las tareas domésticas y laborales al tiempo que los deseos de nuestr@s hij@s se convierten en caprichos más o menos improcedentes.  Decimos que tienen que someterse a unos límites.  Ahora la pedagogía más actualizada, en lugar de llamar a la represión por su nombre, lo llama ‘poner límites’, lo cual es una falacia: porque los límites existen; todo hábitat de todo ser vivo es un hábitat limitado.  Los límites no hay que ponerlos, existen, y la cuestión está en cómo van a aprender l@s niñ@s los límites de su hábitat, desde qué tipo de relación van a aprender los límites, si desde una relación de autoridad-obediencia o desde una relación de mutua complacencia.  A los niñ@s no hay que ponerles límites; hay que informarles y enseñarles los límites que existen, para que aprendan a moverse dentro de ellos.

Por lo general, la gente sólo concibe una forma de aprendizaje, el de la autoridad-obediencia, e ignora que existe otro modo de hacerlo, el natural y original de nuestra condición humana, el de la mutua complacencia.

La relación de autoridad/obediencia descansa en la idea generalizada en nuestra cultura de que el niño o la niña es un ser egoísta; sin embargo, la realidad es que es sumamente generoso/a. Lo que sucede es que esta generosidad suele estar sepultada debajo de la resistencia que el niñ@ naturalmente ofrece a la dinámica de autoridad/obediencia, y parece que esa resistencia es egocentrismo. Así se produce una dinámica de autoridad/obediencia y de autoridad/resistencia que se retroalimenta excluyendo la mutua complacencia.  La situación se resume en lo de ‘la guerra que dan l@s niñ@s’, que en realidad es la guerra que hacen l@s niñ@s a la dinámica de la autoridad.  Sin embargo, está comprobado empíricamente que la otra dinámica, la de la mutua complacencia es viable y real, y l@s niñ@s son más generos@s por lo general que los adultos.

Si de forma cotidiana y continua tenemos en cuenta los deseos de l@s niñ@s siempre como presuntos viables y posibles, cuando éstos no son posibles, los niños, que no están en una dinámica reactiva, lo entienden y lo asumen sin ningún problema. Cuando un niñ@ coge una rabieta o una pataleta porque no se le complace un deseo, la pataleta no es por el deseo no complacido, sino porque lo siente y lo vive como una falta de deseo de complacerle, una falta de amor.

El modo natural de aprendizaje es por imitación, como lo hacen todos los cachorros mamíferos, que van detrás de la madre aprendiendo a reconocer su hábitat.  El juego y la imitación son las vías naturales de aprendizaje y ambas se estimulan específicamente con la mutua complacencia (mientras que la autoridad y la orden apagan la curiosidad y el afán de aprender).  Está comprobado y demostrado que la complacencia es un estímulo de la curiosidad que impulsa el aprendizaje.  El aprendizaje es mucho más rápido y eficaz en la dinámica de la complacencia que en la dinámica de la autoridad/obediencia.  Las redes neurales se forjan y se desarrollan con el amor y la complacencia, incrementando la capacidad cognitiva del ser humano.

Si se desea probar a cambiar la autoridad por la complacencia, hay que tener en cuenta la situación de partida, que es una dinámica con una inercia.  Así la dinámica de la autoridad es también una dinámica de resistencia, con una inercia que impulsa a resistir y a llevar la contraria.  Por eso, si en medio de la dinámica de la autoridad avanzamos un gesto de complacencia, no encontraremos reciprocidad, sino que el niño o la niña, reaccionaran sacando provecho para su guerra particular.  Para cambiar la dinámica es preciso insistir en los gestos de complacencia, hasta que el niño o la niña se den cuenta del cambio de actitud y de dinámica; y antes de lo que esperamos es seguro que empezarán a reaccionar con complacencia recíproca.

El beneficio de preservar el deseo materno haciendo que la infancia de nuestros hijos se desarrolle en una vía de mutua complacencia, es grandísimo:  tendremos paz en casa en vez de guerra y disfrutaremos de la eclosión contagiosa de la vida de nuestr@s hij@s, y de toda la inmensa creatividad latente en la infancia humana.  Y no se trata solo de un beneficio para la etapa de la infancia.  Cuando el niñ@ practica la complacencia y adquiere a lo largo de su infancia el hábito de buscar la manera de complacer, lo que hace es desarrollar su capacidad de empatizar; mientras que por el contrario, la dinámica de la resistencia a la autoridad produce una atrofia de dicha capacidad.  En la dinámica de la complacencia, el niño o la niña aprenderá, sin que nadie se lo diga, por imitación y por propia experiencia, que ese modo de relación existe, es viable, posible y produce bienestar y satisfacción; y lo seguirá practicando de adult@. 

Si lo que queremos es que nuestr@s hij@s sean felices, el mayor bien que podemos hacer por ell@s es mantener la complacencia durante la infancia, puesto que la felicidad en su etapa adulta va a depender de la expansión que pueda tener su capacidad de amar.

 

4 - La construcción de la sororidad

Decía Martha Moia (17) que el tejido social se asemeja al tejido textil: una urdimbre de hilos entrecruzada por una trama.  Decía que la urdimbre es el colectivo de mujeres y la trama el de los hombres, cada cual con una función distinta, con un sentido distinto, pero íntimamente entrecruzados, sosteniéndose mutuamente; y al hacer este símil, Moia insistía en que son funciones colectivas, no individuales porque un hilo solo no hace ni urdimbre ni trama.

El tejido social vacío de empatía nos individualiza, nos hace perder la percepción de cada una de nosotras como parte de un grupo social.  La Antropología ha explicado que originariamente el sistema de identidad humano era grupal, que quiere decir que en aquellas sociedades la percepción de un@ mism@ era antes que nada la percepción de pertenecer a un grupo.  

En la actualidad, por lo general, la madre está sola y se siente sola; y esto es completamente antinatural e ilógico; lo natural y lo lógico sería el tejido social comunitario, en donde las madres compartieran la tarea del maternaje, y al hacerlo tejieran la urdimbre social.  La urdimbre social sería, pues, la sororidad entre las comadres y las hermanas, nuestra participación en la sociedad cooperativa, alternativa al patriarcado.

La sociedad patriarcal no solo destruye el tejido social armónico entre hombres y mujeres, sino también las relaciones entre las mujeres.

Ahora las mujeres, con el modelo de familia nuclear, viviendo en pisos en pareja, estamos aisladas unas de otras; sólo nos podemos relacionar formando asociaciones y grupos, como los que se forman en torno a la crianza y a la maternidad y otras reivindicaciones de las mujeres.

 Por eso es muy importante que estas asociaciones se formen con vínculos empáticos y no competitivos ni de relaciones de autoridad; que sean ambientes de confianza en donde pueda fluir la empatía, y pueda desarrollarse la iniciativa de todas las mujeres.  Si construimos asociaciones basadas en relaciones jerarquizadas de control, no estamos construyendo la sororidad, estamos reproduciendo la sociedad patriarcal.

 

5 - La armonía entre los sexos

La dominación del hombre sobre la mujer no es sólo una guerra larvada permanente entre hombres y mujeres; además contamina todas las demás relaciones, produce la autoridad y el Poder sobre los hij@s y la rivalidad entre las mujeres. 

Desde el punto de vista del orden simbólico de la madre, no se trata solo de mantener una resistencia instalada en la guerra de los sexos, sino de revertir la guerra y luchar por la paz de los sexos.

Las mujeres parimos a los hombres y por eso sabemos que los hombres no nacen machistas, sino que se hacen machistas en su proceso de socialización y de incorporación a esta sociedad.  Por eso sabemos que en el fondo de cada hombre hay un niño con capacidad de amar a las mujeres y a todos sus semejantes.

Esta reflexión nos lleva a tener presente que también tenemos que encarar la relación con los hombres desde el modo empático para revertir el régimen sexual falocrático y recuperar la armonía natural de los sexos.  No se trata solo de resistir frente al Patriarcado, sino que hay que darle la vuelta a su ordenamiento y apostar por nuestra condición humana.  Sabemos que esto es muy difícil, porque a veces solo resistir es ya una heroicidad que nos agota; y sin embargo hemos que tener presente que la alternativa existe y que hay que luchar por ella; por nosotras y por nuestras hij@s.

Aquí hay que hacer un inciso para distinguir la complacencia de la sumisión; porque es frecuente que desde una actitud de Poder se confunda la actitud de complacencia con la de sumisión; y cuando desde los egos se ve una actitud complaciente, se les dispara la dinámica de la dominación y del aprovechamiento unilateral del otr@.  Pero la complacencia no tiene nada que ver con la sumisión; es todo lo contrario, porque la complacencia presupone reciprocidad, mientras que la sumisión presupone dominación. La complacencia siempre va con la reciprocidad y la sumisión siempre va con la dominación; nunca van solas.  Y cuando desde la actitud de complacencia no obtenemos la respuesta recíproca, enseguida replegamos la actitud y nos ponemos la coraza para pelear todo lo que haga falta.  Pero, aún a sabiendas de que existe una dinámica de dominación, es muy importante avanzar en la propuesta de la empatía para recuperar la paz de los sexos.

Quiero también hacer un comentario sobre una reciente encuesta que se ha divulgado, según la cual hay muchos chicos jóvenes que, con el avance del feminismo, afirman sentirse ahora ellos discriminados; se dicen cosas como que el feminismo se ha pasado de la raya.   Mi opinión es la siguiente.  Es evidente que estamos sumid@s en una gran crisis del Patriarcado y sus síntomas inequívocos son entre otros, por un lado, una extensión cuantitativa y cualitativa del feminismo que actualmente ha adquirido un reconocimiento social importante, incluido el de un sector de los mismos hombres; y por otro el comienzo del cambio en los mismos hombres, con la aparición de hombres con voluntad y con conductas no machistas.  (En mi familia tengo que decir que son ya tres las generaciones de hombres que no se han considerado superiores a las mujeres).  Esta situación, que refleja la actual crisis del ordenamiento patriarcal, es propia e inevitable en el proceso de cambio; los hombres no van a dejar de ser machistas todos al mismo tiempo, y es lógico que en esta crisis nos encontremos ya con hombres que no son machistas o que lo son en un grado muy pequeño. Pero esta situación no quiere decir que el machismo haya dejado de ser estructural y socialmente dominante; por desgracia los datos de la discriminación social y laboral de las mujeres y de la violencia machista siguen siendo apabullantes, y el feminicidio sigue siendo una gran lacra de la Humanidad en su estadio actual.  Los hombres que han empezado a cambiar tienen que distinguir su condición particular del sistema que está todavía vigente… y tener paciencia y apoyar al feminismo en su lucha por la paz de los sexos.

 

6 – La trascendencia social del deseo materno; el camino de las madres.

El deseo materno tiene una trascendencia social porque transmite y forja la capacidad de amar de cada ser humano.  Por eso el deseo de la mujer gestante tiene una carga tan fuerte de líbido y de empatía, una carga que alcanza su grado máximo en el periodo perinatal, el momento más crítico de la reproducción humana.  Dice Michel Odent (18) que nada más dar a luz tienen lugar las descargas de oxitocina más altas de la vida de una mujer, porque tienen que asegurar la transición de la vida intrauterina a la vida en el exterior del útero, y establecer lo que Mahler llamó la ‘matriz extrauterina’ (19) que es la líbido de la mutua atracción entre madre y criatura, la que forma la díada original humana.

La neonatología (20) ha mostrado que el bebé también nace enamorado de su madre, y reconoce su cuerpo como el lugar donde estar en este mundo.  La Pediatría neonatal ha tenido que reconocer que los protocolos clínicos que se habían establecido basados en el metabolismo básico del neonato, estaban equivocados, porque las alteraciones de los ritmos cardíacos y respiratorios detectados y considerados como normales eran debidas a la separación de los cuerpos que los mismos protocolos establecían, y que dichas alteraciones no se producían si se mantenían los dos cuerpos acoplados.  Actualmente hay una campaña emprendida por Nils Bergman con el slogan “separación cero”.

La neonatología, la neurobiología y la epidemiología (21) han mostrado la razón del deseo materno, del deseo de la madre de mantener al bebé apegado a su cuerpo. 

El deseo materno impulsa la conducta de la madre y el despliegue de sus cualidades, trazando el camino de la relación madre criatura durante toda la exterogestación, la crianza, y todo el proceso de aprendizaje del ser humano. 

El deseo materno forja y extiende las relaciones de empatía más allá de la díada madre-criatura, tal y como relató Bachofen (5) que acontecía en las sociedades prepatriarcales.  La función social que tiene el deseo materno que acompaña la reproducción humana, es desplegarse para alentar la construcción de la sociedad basada en la empatía y en el apoyo mutuo.

Así pues, el camino de las madres es preservar el deseo materno, el modo empático de relación; he mencionado tres ejes centrales de este camino, la relación con los hij@s para transmitir la experiencia de la complacencia y la alternativa a las relaciones de autoridad/obediencia; la relación con las comadres y las hermanas para construir la sororidad; y la relación con los hombres para revertir el régimen falocrático y recuperar la armonía de los sexos.  

Pero debemos extender el modo empático de relación en todos los ámbitos sociales en los que se desarrollan nuestras vidas.

La reivindicación de la empatía no debe contraponerse a la racionalidad, pues ambas son complementarias y se necesitan mutuamente para desarrollar la sociabilidad humana.  Pero mientras que la racionalidad se nos presenta de forma evidente y culturalmente integrada, no sucede lo mismo con la función social de la empatía, que por lo general, no tiene consideración en términos políticos.

A menudo nos etiquetan de ‘buenismo’ y de ‘buenistas’, y aciertan; pero se equivocan cuando asignan a estos adjetivos un sentido peyorativo, tratando de contraponer racionalidad y empatía.  Es evidente que la racionalidad y la empatía son absolutamente complementarias.  Y mientras que hay una racionalidad unida a la indiferencia y a la crueldad que produce el fratricidio y las guerras, la racionalidad unida a la empatía produce paz social y prosperidad.

Es evidente que es necesaria la actividad política en pro de la paz, en pro de la sostenibilidad de la Biosfera, y de urgencias tales como acabar con el hambre en el mundo, con todas las formas de esclavitud que aún persisten, con la prostitución, con el tráfico de seres humanos y con toda la industria de los vientres de alquiler; todo ello es imprescindible para detener el camino de autodestrucción en el que ahora mismo nos encontramos; pero también es necesario empezar a cambiar el tejido social guiándonos por el orden simbólico de la madre.

La sociedad humana está desquiciada y para ponerla en su quicio hay que cambiar la noción y el modelo de maternidad que está establecido en nuestras culturas. En la maternidad está la clave de la organización de las relaciones sociales.  El reconocimiento social y la recuperación de la maternidad vendrá de la mano de la recuperación de la sexualidad de la mujer y de su dignidad, y será el fin de la subordinación social de la mujer; implicará la reconversión de la función del padre y el fin de las relaciones de Poder entre los sexos; implicará la construcción de la sororidad, del tejido social de apoyo mutuo práctico entre las mujeres; e implicará también la rendición del Poder a l@s hij@s, estableciendo el modo original de aprendizaje de las criaturas humanas.  Traerá consigo, en definitiva, el cambio necesario en la dinámica del psiquismo humano, abriendo paso a la prevalencia de la empatía en todas las relaciones sociales.

De la recuperación de la maternidad no solo depende la igualdad efectiva de los seres humanos reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el derecho de las criaturas humanas a nacer siendo deseadas; de ello depende la misma salvación de la Humanidad.  Como dice Edgar Morin, la actual crisis mundial es una crisis antropológica.

  La Alberca, febrero 2024

(corregido en marzo 2024)

 

 

NOTAS

(1) Luisa Muraro (1991), ‘El orden simbólico de la madre’, editorial horas y Horas, Madrid,1994.

Casilda Rodrigañez Bustos (2021), ‘El deseo materno y la reconstrucción del orden simbólico de la madre’

https://sites.google.com/site/casildarodriganez/el-deseo-materno-y-la-reconstrucci%C3%B3n-del-orden-simb%C3%B3lico-de-la-madre-2021

(2) Marija Gimbutas (1974), ‘The Goddesses and Gods of Old Europe’, University of California Press,1992.

 Riane Eisler (1987), ‘El Cáliz y la Espada’, CuatroVientos-Martínez Murguía, Santiago de Chile-Madrid, 1990.

(3) Marcel Mauss (1924), ‘Essaie sur le don’, PUF, 2007

(4) Miguel de Cervantes (1605), Discurso de D. Quijote a los cabreros, capítulo IV de la I parte.

(5) J.J. Bachofen (1861), ‘Mitología arcaica y derecho materno’, Anthropos, 1988.  También ‘Das Muterrecht’, Surhamp 1977.

Bachofen habla del ‘muttterlich’, que literalmente en castellano es ‘maternal’, como foco y origen del grupo familiar, y del ‘muttertum’ para describir la familia matrifocal.  ‘Muttertum’ no es un término al uso en alemán, formado por Bachofen añadiendo el sufijo ‘tum’ al sustantivo ‘mutter’; ‘tum’ es un sufijo equivalente al ‘dom’ inglés para designar el lugar o el ámbito físico de un sustantivo, por ejemplo, ‘kingdom’, reino, designa el ámbito del rey.  Así ‘muttertum’ designa el lugar físico o el ámbito de la madre. 

Al traducir erróneamente ‘mutterlich’ y ‘muttertum’ por ‘matriarcal’ se borra la producción y el recorrido del deseo materno.

(6) H. Maturana, ‘El árbol del conocimiento’, Ed Universitaria, Santiago de Chile, 1986

 F. Varela, ‘Principles of biological autonomy’, Elsevier, Nueva York, 1979

(7) Najat el Hachmi, ‘Matar la compasión’, El País, 13 de octubre 2023

(8) En mi libro ‘La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente’ hay un capítulo titulado: ‘El Poder es el sufrimiento de las criaturas’.

(9) Citados por Bachofen, op cit., pag 69

(10) VV.AA., ‘Manifiesto por las madres: es necesario y urgente cambiar la noción y el modelo vigentes de maternidad’, www.manifiestoporlasmadres.org

(11) Nils Bergman (2005), ‘Le portage kangaroo’ en ‘Les dossiers d’allaitement’, Leche League France, especial nº6, 18.03.2005. 

(12) Victoria Sau (1995), ‘El vacío de maternidad’, Icaria, Barcelona,1995.

(13)  Amparo Moreno Sardà (1987), ‘El arquetipo viril protagonista de la Historia’, laSal edicions de les dones, Barcelona, 1987.

(14) Irene Vallejo, ‘Me erotiza la gente buena’, El País semanal, 23 de diciembre 2023.

(15) VV.AA. ‘Predictores del bullying y la victimización en la escuela: un acercamiento desde las redes’.  Citado por Ana Torres Menárguez, El País, 14 de octubre 2023.

(16) Michael Balint (1979), ‘La Falta Básica’, Paidós, Barcelona, 1993

 (17) Martha Moia (1981), ‘El no de las niñas’, laSal edicions de les dones, Barcelona, 1981.

(18) Michel Odent (1999), ‘La cientificacion del amor’, Creavida, 2005.

(19) Mahler, M., 'On Childhood Psycosis and Schizophrenia', 'Psychoanal. Study child', Vol 7, 1952.  Citado por Michael Balint, op.cit. nota 16

(20)  Nils y Jill Bergman (2001), documental ‘Restoring the original paradigme’ en www.kangaroomothercare.com

(21) Las referencias e información sobre los hallazgos de estos tres campos del conocimiento relativos a la maternidad se recogen en el Manifiesto citado nota (10)